Opinión
Ver día anteriorDomingo 28 de noviembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

Una muestra de cine de autor

L

a exitosa Muestra Internacional de Cine que acaba de concluir en la Cineteca Nacional, y cuya programación sigue su recorrido itinerante primero por el área metropolitana, hasta el 16 de diciembre, y luego por diversas plazas del país, pone de manifiesto una realidad insoslayable. Ya no es posible repetir cansinamente que un público importante no desea ver propuestas fílmicas novedosas y originales, al límite en ocasiones de una búsqueda estética en apariencia hermética. O repetir, de modo aún más anacrónico, que dicho público no está preparado para ver el cine de autores como Abbas Kiarostami, Lars von Trier, Thomas Vinterberg, Apichatpong Weerasethakul o Nicolás Pereda, por mencionar unos cuantos.

Estos argumentos sirvieron durante largo tiempo para establecer una frontera ilusoria entre cine de autor y cine de mayorías, y para reservar al primero un foro anual en la Cineteca, donde se proyectarían operas prima y cintas de corte experimental, y proponer en la Muestra Internacional de Cine un repertorio de películas más accesibles, en realidad una pasarela de pre estrenos facilitados por las distribuidoras o por los servicios culturales de las embajadas. El criterio predominante era programar lo que había, y dentro de lo disponible, venturosamente lo mejor, pero manteniendo frente a los espectadores la actitud paternalista de no darle nada, o muy poco, que perturbara sus hábitos de consumo y la noción más convencional de entretenimiento.

Ciertamente ha habido en el pasado muestras de cine imaginativas y muy memorables, pero nunca como ahora se puso al alcance del público una programación que de manera muy clara reivindicara al cine como propuesta eminentemente cultural y no como mero derivado del rubro espectáculo. Si en el pasado se creía que las películas recién premiadas en los festivales de Cannes, Berlín, San Sebastián o Venecia debían esperar largo tiempo para ser exhibidas en el circuito de cine de arte, o para encontrarlas disponibles en videos costosos o en el muy democrático mercado de la piratería, la Muestra que ahora concluye demostró que dichas cintas sí pueden exhibirse oportunamente, y que los obstáculos para su adquisición temporal no son tan grandiosos como pudieron parecerlo en el pasado. Al derribarse la desidia burocrática, el cinéfilo mexicano gana y se vuelve más contemporáneo del acontecer fílmico mundial, y una institución como la Cineteca Nacional combate así o contrarresta mínimamente el impacto de la piratería.

En un momento en que las divisiones entre cine de autor y cine de mayorías se difuminan cada vez más, y que la circulación y adquisición gratuita de películas por Internet capta el interés de muchos espectadores jóvenes, es sin duda una buena noticia que también la Muestra rompa con sus viejas inercias y se vuelva una alternativa real a la mercancía fílmica que satura la cartelera comercial. Surge entonces una pregunta: ¿Por qué mantener en la Cineteca dos propuestas aparentemente opuestas, en principio complementarias (un Foro de cine alternativo y una Muestra Internacional de Cine), cuando se trata de un solo público con la exigencia única de ver en ese lugar un cine realmente diferente? ¿Por qué no reconocer, de una vez por todas, que la función de un organismo cultural de este tipo no se limita a replicar la programación comercial y proponer en una Muestra una vitrina de estrenos inminentes? ¿O a dar respiración artificial a películas mexicanas de calidad dudosa, únicamente porque corrieron con pésima suerte en cartelera, en lugar de elegir sólo aquellas que valen por su indiscutible calidad artística, y entonces sí, defenderlas? ¿Por qué no retomar también el esquema de dos muestras al año (primavera, otoño) y repartir en ellas, sin saturación para el público, el cine de calidad que puntualmente se distingue en los festivales nacionales e internacionales?

Es un hecho la multiplicación de muestras y festivales de cine de todo tipo en la ciudad de México y en el interior del país. ¿Quién podría quejarse de ello? El reparo general más recurrente señala, sin embargo, que hay demasiadas cosas que ver y poco tiempo para verlas todas. Elegir lo mejor de cada evento y promoverlo sería una manera sensata de responder al público cinéfilo. Elegir, rescatar y programar, por citar sólo un ejemplo, las películas La isla interior, de Félix Sabroso y Dunia Ayaso, y Ander, de Roberto Castón, recién premiadas en una muestra de cine español, es evitar que esos títulos se pierdan en el olvido. No es otra la función de una institución cultural encargada precisamente de recuperar, difundir y conservar la mejor memoria cinematográfica.