Opinión
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Infancia y sociedad

Naturaleza humana

¿P

or qué la guerra? –preguntó Albert Einstein a Sigmund Freud, en 1932, en un célebre intercambio epistolar promovido por la Liga de las Naciones y su Instituto Internacional de Colaboración Intelectual en París.

Entre la primera y segunda guerras mundiales hubo diversas iniciativas internacionales para crear nuevas formas de encuentro y negociación en las que los países pudieran resolver sus conflictos antes de llegar a la vía armada. Seguramente, Einstein estaba muy preocupado por las derivaciones tecnológicas que podía tener su Teoría de la Relatividad (nada menos que la bomba atómica). De modo que, cuando se le propuso un intercambio público sobre un tema y con una persona de su preferencia, eligió a Freud para preguntarle: ¿Existe un camino para liberar a los hombres de la fatalidad de la guerra?

Freud le respondió que la respuesta estaba más allá de las fronteras del conocimiento, y se disculpó por no tener una respuesta directa y sólida. Pero, a cambio, expuso una serie de consideraciones que hacen de su carta un análisis magistral sobre la naturaleza humana y su equipamiento instintivo. Ambas cartas son joyas de la literatura científica que, obviamente, es difícil resumir aquí. Pero nos importa sobre todo la recomendación final de Freud “…todo aquello que contribuya al desarrollo de la cultura trabaja también en contra de la guerra”. Freud piensa que en la medida en que los individuos y las sociedades crecen ética y estéticamente, sus instintos agresivos sufren una suerte de domesticación, se inhiben para que crezcan sus opuestos, se desarrolla una intolerancia a la violencia, al crimen y a la injusticia en general.

Por todo esto, creemos que programas de educación para la paz deben incluir –de Los siete saberes, de Morin– el conocimiento de la condición humana: asumir que la agresividad es una característica de todo humano y que es necesario aprender a manejar nuestras emociones; y que la violencia del México actual nos afecta a todos en alguna medida. De ahí la importancia de que nuestros niños y jóvenes tengan grandes oportunidades culturales por medio de las cuales puedan enriquecer su espíritu y su siquismo. El contacto continuo con la belleza puede ser la gran vacuna contra la violencia. Si los padres piden una recomendación en este sentido, diremos: menos televisión y más literatura, teatro, música, visitas a museos y también al zoológico, para admirar la belleza de los animales y ampliar la conciencia de lo que debe diferenciarnos de ellos. La educación para la paz es la tarea que nos hace humanos.

(No impunidad para ningún responsable del crimen de la guardería ABC)