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Ver día anteriorDomingo 5 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El rey desnudo
U

na vez que se escapó el caballo, a cerrar la tranquera… El gobierno de Estados Unidos, como única reacción hasta ahora, creó una agencia especial para evitar las fugas de información de documentos y correspondencia diplomática confidenciales y logró que Amazon deje a Wikileaks sin servidor para que no pueda seguir difundiendo sus documentos sobre la política del Departamento de Estado y presentar próximamente otros textos sobre los bancos. Ningún funcionario estadunidense, por supuesto, negó la autenticidad de lo publicado. Cuando mucho, la embajada de Washington en Argentina dijo, apenada, jamás pensamos que (lo que escribimos) sería publicado. O sea, que “nunca creímos que nos agarrarían con la mano en la masa, con flash y todo”. Partamos, pues, de que los documentos que de este modo hemos podido leer son ciertos, y vemos algunas conclusiones posibles de esta comprobación.

Sobre el tema, el jueves pasado nuestro periódico publicó un interesante artículo de Ángel Guerra, que destaca la vulnerabilidad cibernética de Estados Unidos. No reiteraré, pues, sus bien fundados argumentos, y me limitaré aquí a otro tipo de informaciones. En primer lugar, sobre los antecedentes. En la revolución rusa, en plena Primera Guerra Mundial, los bolcheviques publicaron los documentos secretos de la cancillería zarista y sus negociaciones con las otras grandes potencias, que incluían, entre mil infamias y chanchullos, promesas de entrega de territorios (ajenos) y de compensaciones bélicas fraguadas a espaldas de los que morían por millones en las trincheras creyendo pelear por nobles ideales. Pero eso fue obra de un revolucionario socialista ejemplar, León Trotsky, decidido a cambiar el régimen de su país y el mundo. Mientras que ahora quien destapa la cloaca es, en el caso de los documentos publicados sobre la guerra de Irak y Afganistán, un soldadito analista en el Pentágono, actualmente preso y, en el de los del Departamento de Estado, seguramente alguien del mismo tipo todavía no identificado. Nadie ha abierto el absceso desde afuera: el mismo ha reventado debido a una autodefensa de la sociedad contra un régimen corrupto, hipócrita, cínico, racista, prepotente, causante de miseria, guerras y terror a escala de todo el planeta. Vocecitas anónimas demuestran hoy que el rey está desnudo y eso es altamente educativo y subversivo.

Un régimen basado en el doble discurso y la mentira, que además de mantener la explotación de las mayorías debe mantener también esencialmente la dominación de las mentes, sin la cual la primera sería imposible, no puede tolerar la transparencia. Para preparar los ataques arteros, las provocaciones, los golpes, las campañas de desprestigio, necesita clandestinidad, ocultamiento, esconder el puñal mientras abraza al amigo o aliado que siempre, potencialmente, es un posible enemigo.

Por consiguiente, hacer pública la falsedad, el cinismo, el nacionalismo arrogante de quien cree ser el representante exclusivo de las potencias divinas, ayuda a desentrañar cómo se construyen la hegemonía y la dominación imperialistas y a dejar de creer en los valores que los conspiradores contra su pueblo y la humanidad declaran a grandes voces mientras los pisotean diariamente.

Dejemos de lado interpretaciones demenciales como las de James Petras, quien dice que lo de Wikileaks sirve a Estados Unidos para desviar la atención de su crisis económica (lo cual equivale a decir que, para que nadie piense en la desocupación enorme y real y en el debilitamiento económico, Washington enciende el ventilador y tira contra él todos los excrementos posibles, debilitando de paso su posición y su hegemonía cultural a escala mundial). No nos ocupemos tampoco por el momento por quienes en la extrema derecha y las grandes corporaciones de Estados Unidos tratan de utilizar los documentos de Wikileaks contra Hillary Clinton, que es uno de los flancos más débiles de Obama, y contra éste mismo. Registremos sólo que, hasta ahora, Wikileaks no ha revelado ningún secreto importante porque, sobre las guerras, confirmó lo que todos conocen y han leído mil veces, y en lo que respecta al terreno diplomático, sólo reprodujo comentarios y chismes más propios de comadres atrasadas que de funcionarios muy bien pagados como analistas. Pero ahí está su efecto. Como cuando dos líderes de grandes potencias son indiscretos ante un micrófono abierto y dicen lo que realmente piensan, ahora todos, sin excepción, tendrán que contar con que cada una de sus palabras puede ser difundida. Además, es poco probable que el analista, espía o embajador que definió peyorativamente a un aliado importante de Estados Unidos pueda seguir negociando con el mismo como si no hubiera pasado nada. No creo, por ejemplo, que a la hipersensible Cristina Fernández le guste mucho que pregunten oficialmente si está loca y cuáles pastillas toma para controlarse, ni que digan oficialmente que su gobierno está muy abierto a Washington y existen extraordinarias relaciones entre los servicios de inteligencia yanquis y los argentinos, repletos desde siempre de golpistas proimperialistas. Tampoco reforzará su seguridad saber que dos ex primeros ministros de hecho, Alberto Fernández y Sergio Massa, fueron por su propia cuenta a la embajada de Estados Unidos para decir que eran gente fiel (a un país extranjero, no al propio) demostrando así la fragilidad política del entorno que sucesivamente elige.

Si el rey está ahora desnudo, su corte y las cortes vasallas están también expuestas al oprobio: hay que ampliar esta lección de educación política de masas y hacer público todo lo que los poderes ocultan para agrietar más aún las bases de la dominación.