Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de diciembre de 2010 Num: 822

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tonantzin-Guadalupe
en Alemania

JUAN MANUEL CONTRERAS
entrevista con RICHARD NEBEL

Toledo el humorista
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Toledo y Kafka: informe para una academia
ANTONIO VALLE

Francisco Toledo:
primeros 70 años

GERMAINE GÓMEZ HARO

El paisaje abismal de Toledo
FRANCISCO CALVO SERRALLER

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Francisco Toledo, grabados tomados del libro Un informe para una academia, 2010

Toledo y Kafka:
informe para una academia

Antonio Valle

LA RISA DE LOS TRISTES TRÓPICOS

En algunos relatos de Stevenson, de Melville y de Joseph Conrad es posible descubrir analogías con el Informe para una academia. En esas novelas abundan situaciones que no fueron recuperadas por Borges en la Historia universal de la infamia. Evidentemente, Franz Kafka tuvo que haber leído a los escritores de los mares del sur antes de redactar la inquietante historia de Pedro el rojo. Algunas ficciones que se desarrollan en La costa dorada son más verosímiles que la historia oficialmente registrada al finalizar el siglo XIX. Solamente por el sentido del humor del novelista y del grabador uno se ríe y no se cae de espanto por la forma en la que fueron sometidos los naturales de los tristes trópicos.

RETRATOS EXÓTICOS

Hace diez años, mientras Toledo veía una fotografía de Jean Paul Belmondo, me preguntó: “¿Quién de los dos se ve más viejo?” “Usted, por supuesto”, le contesté con afecto. Mientras exploraba su rostro lleno de vida, sentí que la mirada de Toledo era tan honda como la de un Neanderthal y tan avispada como la de Pedro el rojo. Es probable que por el uso de metáforas con señales antropológicas de esta naturaleza, todavía en los albores de los años sesenta algunos animadores de la cultura nacional encontraran en Toledo a un personaje al que relacionaban con el exotismo, con la idea de que su arte era parecido al arte bruto o al que produciría un “buen salvaje”. Evidentemente, era difícil definir el arte de un joven cuya obra asombraba más a la gente de ultramar que a los de tierra adentro.

TRADICIÓN Y RUPTURA Y UNA RUTA DIFERENTE

A finales de los setenta, al pronunciar una conferencia en la UNAM sobre el autor de Investigaciones de un perro, Milan Kundera explicaba brillantemente cómo en la obra de Dostoievsky el “crimen” está en busca de “castigo”; a diferencia del mundo kafkianodonde al “castigo” es a quien le urge encontrar un “crimen”, una explicación que justifique el inexplicable sentimiento de extrañeza o de culpa que suelen experimentar personajes como Gregorio Samsa, Mr. K, algunos indios rebeldes y un reducido aunque brillante grupo de tránsfugas occidentales. El simio Pedro el rojo, más que representar una parodia, es un personaje al que Toledo recurre para contarnos que, de alguna forma, él también soportó una metamorfosis. Después de abandonar un mundo idílico (literalmente léase: milenaria cultura zapoteca) descubrió un buen fragmento del gran arte de Occidente que le resultaba fundamental para trabajar en algunos “de sus magníficos informes plásticos y gráficos”. Toledo aparece en la escena del arte en México poco antes de que irrumpa un grupo de artistas conocido como “movimiento de la ruptura”. Ya desde entonces las pinturas del artista juchiteco comenzaban a ser muy apreciadas. Juan Martín, el corredor y legendario promotor de arte, dueño de la galería que promueve a los pintores de “la ruptura”, dice que gracias a la venta de las obras de Toledo y de Francisco Corzas logra mantenerse su negocio. Mientras Toledo afirma no haber roto con nadie, creadores como Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Gabriel Ramírez y Vicente Rojo, entre otros importantes artistas, sientan las bases estéticas y conceptuales que los separan de la llamada escuela mexicana de pintura. Es importante recordar que una de las pretensiones más caras de los muralistas mexicanos fue recuperar “el espíritu” del arte precolombino. Independientemente de sus aportaciones a la historia de la plástica nacional, gran parte de esas obras públicas y monumentales cumplían con una función ideológica y didáctica, es decir, con una labor de propaganda para “educar” a las masas. Entre otras cosas, la política cultural emprendida por el Estado mexicano incluía una reivindicación del pasado mesoamericano como una parte constitutiva de nuestra identidad. Sin embargo, los campesinos gorditos y las indias bonitas, herederas del México profundo que pintaba Diego Rivera, contrastaban con los famélicos seres de carne y hueso que deambulaban por el campo. Sobre todo un buen número de imágenes de los muralistas desentonaban con los retratos hablados mucho más verosímiles que Rulfo presentó en Pedro Páramo y en El Llano en llamas. Toledo no necesitó “romper” con la escuela mexicana de pintura, porque además de que debieron gustarle algunas de las pinturas de los muralistas, ni espiritual ni racionalmente formaba parte de esa academia. Ya para entonces Toledo había descubierto los lenguajes técnicos y estéticos de Goya y de Enssor –entre otros excelentes dibujantes europeos– para elaborar una obra que incluía una agudísima y sutil reinterpretación de la cultura zapoteca clásica, así como de la rica cultura popular de los binizá contemporáneos; cultura que a lo largo de la historia ha desarrollado una importante saga literaria, mítica, gastronómica, fotográfica y poética. Por cierto que buena parte de esas expresiones las conocimos en las entrañables Ediciones Toledo.

LOS SALIERI: MEMORIA DE UN INÚTIL COMBATE

El poeta Francisco Hernández ha dicho que existe una especie de cohorte Salieri. Su principal ocupación consiste en difamar a los artistas. No hay creador interesante que no haya sido blanco de sus burlas e invenciones. Un grupo de intelectuales, que devinieron en calificadores o comisarios culturales, de vez en cuando dice que el artista zapoteco no es zapoteco y que por lo tanto no habla el didxazá materno, que sus camisas arrugadas son manufacturadas con algodones egipcios, que más que un pintor, Toledo es un avatar de Don Giovanni, que lo que se escribe y se dice de él corresponde más al reino de la fábula que al de la historia objetiva. En el fondo, la crítica Salieri (en la versión que Milos Forman presenta en su Amadeus) no hace más que expresar otro poco del racismo habitual que permea a buena parte de nuestra “democrática” sociedad. No es imposible que para algunos sectores académicos siga siendo “inconveniente” que un artista como Toledo, que prefiere hablar una lengua precolombina, sea capaz de mantener una trayectoria tan asombrosa como consistente en nuestro país, en Estados Unidos y en Europa. Para nutrir a la atormentada legión Salieri, habría que agregar que, gracias a los oficios del pintor istmeño, se han implementado importantes políticas culturales en Oaxaca, acciones de las que Germaine Gómez Haro se ocupa en estas mismas páginas.

METAMORFOSIS ERÓTICA –CINISMO Y POSTMODERNIDAD

En un mundo desobediente, plagado de seres transgresores, donde abundan escenas de personajes que desafían las leyes de la lógica, de la gravedad y el erotismo, uno de los temas trascendentales de Toledo es el de la metamorfosis. Pasando por alto las leyes de la censura oficial, ha desarrollado poderosas imágenes de un estilo absolutamente reconocible. Al mismo tiempo, estas imágenes guardan una clara distancia de la fugacidad de las propuestas postmodernas. Sin embargo, a esa matrix hiperreal y alienante, es posible incorporarle algunos relatos de Kafka. La metamorfosis por ejemplo, aunque se despliega en un ambiente familiar, cuenta con un apartheid en el que nadie permanece a salvo. En esa historia cobra forma una amenaza que nadie sabe con exactitud de dónde viene ni hacia dónde se dirige. Esa sensación de existir en el vacío, tan característica de la postmodernidad, produce además de síntomas de paranoia una autocensura permanente. En los héroes kafkianos la sensación de vivir en algún tipo de falta ontológica es letal. Aunque el recurso de la ironía es muy intenso, el deseo de vivir termina por ser inexistente. Por el contrario, las metamorfosis que experimentan los personajes de Toledo son endiabladamente sensuales, ya que han sido “diseñados” para despertar el sentido del humor y el deseo. En los dos artistas existen oscuras y radiantes coincidencias, sobre todo por la simpatía que ambos sienten por los animales; particularmente por el reino de los insectos. Por ejemplo, a Gregorio Samsa, convertido en un escarabajo cuyo destino es la muerte; Toledo podría recuperarlo en su Mictlán laberíntico y secreto para dotarlo de una nueva vida. El héroe kafkiano, casi como si se tratara de una deidad egipcia, sería un símbolo de resurrección que deviene de su propia descomposición familiar y corporal. Como en Mesoamérica la muerte es un símbolo benéfico, es imprescindible la mutación que viene de la vida y a la vida vuelve. Asistimos a una puesta en escena del eterno retorno. El proceso laberíntico y espiral propuesto por Kafka y por Toledo es una antítesis de la teoría de Francis Fukuyama, que propone el fin de la historia; otra condición de la postmodernidad, cuya idea lineal del tiempo parece detenido en un presente perpetuo que finalmente termina en el vacío. Pedro el rojo pertenece a un campo hermenéutico distinto. Simbólicamente, los simios colaboran con el mantenimiento del orden cósmico. Algunos monos hieráticos son considerados bodihisattvas que acompañan a los monjes en la búsqueda de sus libros sagrados. Además de ser concupiscentes y simpáticas compañías, bajo la piel de los monos suelen ocultarse monjes taoístas. Sin embargo, Pedro el rojo no corre con tan buena suerte. Antes que nada es cazado a balazos. Luego es enjaulado en una celda donde no puede acostarse ni ponerse en pie. Como en la mítica película del cineasta checo Milos Forman, nuestro personaje se encuentra Atrapado sin salida. En ese manicomio boyante, siempre observado por la turbia mirada de los seres humanos, Pedro se ve obligado a convertirse en hombre. Con una técnica sofisticada, que incluye quemaduras sobre la piel, Pedro es obligado a beber alcohol y termina por “embrutecerse” humanamente empinándose una botella de schnaps. De esta forma obtiene “la cultura media de un europeo”. Esta técnica no fue desconocida en América. Innumerables testimonios de historiadores de indias dan cuenta de cómo los nativos del continente lograron “adaptarse” al nuevo status cultural apoyando su endeble existencia en el aguardiente. ¡Qué lejos estaban aquellos simios orientales de los monos que habitaron nuestros tristes trópicos! ¡Qué distantes se encuentran nuestros monos borrachines de Hánuman, el simio sagrado del Ramayana que restablece el amor y el orden!

APUNTES ILUMINADOS CON BRUJAS DE FÓSFORO DE LA EXPOSICIÓN INFORME PARA UNA ACADEMIA, QUE FRANCISCO TOLEDO LE OFRECIÓ A KAFKA Y A PEDRO EL ROJO

Vibran las estrías de Toledo; como olitas erizadas, dejan que se filtre limpio el aullido de Pedro en el papel y en los huesos fracturados de otros animales. Todo lo que reposaba en sus lenguas verdes se ha perdido. Juntos compartimos el cráneo oscuro y carmesí de un carcelero. Afuera brilla, con su farsa salvaje, la afamada llave apretada en una mano. Ahora, cuando yo ya no soy otro, sino él, quién con su embriaguez hizo que perdiera la pureza de la sedición, ha conseguido que entienda las palabras, esa ciencia que nos dieron a beber a sangre y fuego. Los disparos no encontraron a nuestro gemelo corazón abierto, pero sí el close up aterrador que nuestra mirada encuentra en un espejo. Vibran las estrías de Toledo, buscan el azogue que en lo oscuro vive. La tinta inyecta energía en la espina dorsal de una criatura en llamas.


Francisco Toledo, grabados tomados del libro Un informe para una academia, 2010

BAJÁNDOLE DE INTENSIDAD A ESTA HISTORIA PARA ALCANZAR UN FINAL MENOS ABRUPTO

Un mono alegre, conversador y andarín solía iniciar a rapaces coloristas en el gusto refinado de las fábulas. El antropoide conocía el secreto para caminar encima del agua, del fuego y el celaje. Uno de los pequeños aprendices, que era tan viejo como un laberinto de Guiengola, comenzó a trazar algunos planos paradójicos. Quienes padecían de melancolía por falta de imaginación, le solicitaron al artista que los dejara observar esas regiones. Nada es más humano que apreciar una metamorfosis oportuna y curativa. Como a Pedro el rojo, a los pacientes espectadores que desplegaron una mayor belleza interna no les fue difícil conquistar a una chica mona, salvaje y deliciosa. Así se aseguraron de atravesar sin miedo –con sexo– por las cuatro estaciones de la vida.