Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 5 de diciembre de 2010 Num: 822

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Tonantzin-Guadalupe
en Alemania

JUAN MANUEL CONTRERAS
entrevista con RICHARD NEBEL

Toledo el humorista
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Toledo y Kafka: informe para una academia
ANTONIO VALLE

Francisco Toledo:
primeros 70 años

GERMAINE GÓMEZ HARO

El paisaje abismal de Toledo
FRANCISCO CALVO SERRALLER

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Columnas:
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Monicelli, el revolucionario sonriente

“Es gracias al realizador de Viareggio y a otros pocos de su generación –Dino Risi, Luigi Comencini– que la comedia  se volvió no sólo menos ligera, más amarga, con maldad y algunas veces cínica, sino también adulta, al punto de alcanzar un contenido narrativo, dramático y expresivo perfecto para interpretar a este país complejo y lleno de contradicciones”: la cita proviene de L’Osservatore Romano, que así se refirió a Mario Monicelli, documentalista, guionista y director de películas enormes como, entre muchas otras, El macho oscuro, Un burgués pequeño, pequeño y La mujer ingenua y el marido enfermo, y que, según se dice, por propia voluntad dejó de existir el pasado 29 de noviembre.

Tiene toda la razón el diario italiano, y no es poca cosa lo que Monicelli, considerado “el gigante de la comedia italiana”, logró a lo largo de su extensa carrera cinematográfica. Más de ochenta y ocho guiones –no todos dirigidos por él–, más de sesenta filmes, entre documentales, cortometrajes y largos y en todos ellos, pero sobre todo en estos últimos, Monicelli dejó registro de lo que, en perspectiva, puede ser visto como un solo corpus, coherente y armónico. Quien ha disfrutado su cine lo sabe: faltaría espacio para referir ya no todas sino al menos las más memorables, pero este sumaverbos no puede menos que mencionar, siquiera, a la imborrable Casanova 70, con ese otro gigante llamado Marcello Mastroianni en el papel protagónico; a Capricho a la italiana, filme colectivo que como pocos merece el apelativo “clásico”, compuesto por seis segmentos, entre cuyos directores figuran Paolo Rossi y Pier Paolo Pasolini; así como Amigos míos, entrañable cinta filmada hace treinta y cinco años y en la que, como en el resto, Monicelli se muestra a sí mismo de cuerpo, mente y sentimiento enteros, a través de los temas –pero sobre todo de su manera de abordarlos– que lo ocuparon desde un ya lejano año de 1935, es decir, a sus diecinueve de edad, cuando codirigió su primer cortometraje.

Tiene razón también Stefania Sandrelli, actriz que trabajó bajo las órdenes de Monicelli al menos en un par de ocasiones:  “En sus certezas había siempre una parte de duda; en su sonrisa siempre más compasión.”

Va desde aquí un humilde y sincero reconocimiento a uno de esos realizadores que, siendo imprescindibles, por alguna causa no gozan del favor ya no se diga mediático, sino al menos de la memoria, pero sin cuya obra la cinematografía mundial no sería de ningún modo la misma.

DE TINTERILLOS Y LEGULEYOS

Para el emporio mediático encabezado por Emilio Azcárraga Jean, que se lleva de a cuartos con las cifras de seis ceros y en dólares, ha de ser como un puñado de cacahuates la suma de dinero implicada en el pago de las regalías que por ley debe pagarle a los cineastas que dirigieron las películas con las cuales dicho emporio cubre un elevado porcentaje de sus transmisiones. Empero, y aunque no sea en realidad algo que pueda sorprender a nadie –conocida que es la voracidad infinita que caracteriza a la herencia que el autonombrado “soldado del PRI” le dejara a su vástago–, de manera sistemática Televisa se había venido negando, simple y llanamente, a cumplir la ley, en este caso la de Derechos de Autor.

Hacia finales de noviembre, un Tribunal Unitario le negó a la empresa que se lava la cara con teletontones –no, no hay errata en el nombre– el amparo directo con el que deseaba seguir porfiando en su actitud ilegal. Tampoco sorprende que haya querido ampararse, luego de haber apelado; es la ruta normal que suelen recomendar tinterillos y leguleyos cuando se trata de evadir las consecuencias de un acto jurídico en contra. Lo que da grima, lo que de plano exaspera, es enterarse de las “razones” que la empresa de Chapultepec y San Ángel esgrimieron para seguir haciéndose pendejos con la lana: que no es Televisa sino una tal Televimex –de todos modos filial o perteneciente a aquélla– la responsable de las transmisiones; que no era un asunto de derecho mercantil y por eso el porcentaje a pagar no era tanto sino cuanto, o bien, créalo usted, ¡que los directores no son los autores de las cintas!

No serán, pues, más que unos cuantos pelos de gato los que habrá de perder esa fábrica de inconsciencia y promotora de copetones dizque futuros presidentes, pero, visto desde una perspectiva más amplia que la monetaria, tiene su relevancia el hecho de que la muy dañina Televisa pierda en algo, y si es a favor de los cineastas mexicanos y, por ende, del cine ídem, mejor aún.