Política
Ver día anteriorViernes 10 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿Gobiernos al desnudo o sensacionalismo?
L

os llamados whistleblowers han existido desde tiempos inmemoriales en empresas corporativas, bancos y en los gobiernos nacionales. Son fanáticos que emprenden cruzadas personales, o simplemente informantes vengativos que deciden sonar un silbatazo de alarma (de ahí el nombre de whistleblowers) por rencillas personales. Aunque el propósito de estos árbitros autoelegidos es siempre pretender un castigo a quienes violan la ley, actúan fuera de las normas o realizan actos de corrupción, sus revelaciones son frecuentemente impulsadas por venganzas personales. El problema con Wikileaks es que los informantes no fueron a sus superiores, como es la costumbre, sino a un tercero. Y ahí es donde comienzan las dificultades éticas y legales. ¿Qué derecho tienen los informantes sobre los documentos? ¿Y qué derecho tiene alguien que no es propiamente periodista de revelarlos? ¿Cómo descubrir al verdadero ombudsman, a la manera de Julian Assange, hoy detenido en Londres por supuesto acoso sexual, del mezquino espíritu vengativo?

El motor que mueve a Wikileaks es una red de informantes ocultos, emboscados en un anonimato garantizado por buzones electrónicos imposibles de rastrear. Ahí enviaban información con distintos grados de confidencialidad, que después procesaron, clasificaron y filtraron Julian Assange y sus colegas a cinco periódicos internacionales. Gracias a la tecnología, 250 mil archivos se transfirieron en un instante. (¿Recuerdan cuando fondos de inversión extranjeros sacaron en una semana miles de millones de dólares de México, creando la crisis de 1994? Todo con el botón de una computadora…)

En las grandes corporaciones, en la banca y en algunas instituciones gubernamentales, el whistleblower que acude al superior es una herramienta valiosa que protege información sobre seguridad nacional o reduce el fraude operativo. Existen reglas para promover su funcionamiento, garantizar la confidencialidad de los informantes y aun remunerar a quienes despliegan una lealtad a veces cuestionable. La justificación es que el whistleblower protege al grupo y mantiene la integridad de la organización. Ayúdennos a mantener gobiernos abiertos, es el lema de Wikileaks.

Hasta hace poco, en dicho portal, hoy sujeto al acoso feroz de Estados Unidos, aparecía una frase de George Orwell sobre el nebuloso discurso político: “el lenguaje político –sentenció el autor de Rebelión en la granja y 1984– está diseñado para hacer que las mentiras parezcan verdades, el asesinato respetable, y dar apariencia de solidez al viento”. He ahí el supuesto delito de Wikileaks: presentar la política al desnudo. Al leer en tres portales diferentes las revelaciones sobre México (publicadas en La Jornada desde el 3/12/10) me pregunté si estábamos en presencia de informes que pudieran descarrilar el rumbo del gobierno o simplemente analizábamos refritos.

¿Quién puede sorprenderse de que Felipe Calderón haya pedido ayuda a Washington, después de la Iniciativa Mérida, de la estrecha cooperación militar y de las reuniones constantes entre funcionarios de alto nivel? Sólo un iluso que no lea los periódicos ni conozca la historia de la relación bilateral podría suponer que Calderón emprendió la guerra sin ayuda de Estados Unidos.

La rivalidad entre las secretarías de Marina y de la Defensa, que afloró durante el operativo contra Arturo Beltrán Leyva, había sido insinuada por ambas entidades y analizada por los comentaristas. Como también se analizó la supuesta intervención de Chávez en la elección de 2006. Es posible que hasta el mismo bocaza de Fox (hoy confeso de cargar los dados contra López Obrador) la haya apuntado en su momento. El estado de excepción solicitado por los militares no es sorpresa. Ellos conocen mejor que nadie las regiones fuera del control oficial. Concluí que la mayoría de las sensacionales revelaciones de Wikileaks habían estado ahí, en la prensa nacional, todo el sexenio.

¿Cables diplomáticos indiscretos? Cualquier mexicano informado sobre la Decena Trágica conoce el tejemaneje entre el embajador Wilson y el Departamento de Estado, que terminó con los magnicidios de Madero y Pino Suárez. ¡Por favor!, a eso se dedican los embajadores: a enviar a sus cancillerías información económica, política y social para la toma de decisiones. Lo que sucede con Estados Unidos es que no tiene servicio diplomático de carrera; sus embajadores no resumen ni filtran la información. La envían como escopetazo a Foggy Bottom.

¿Estados Unidos espiando a sus aliados? Un líder con quien Hillary se disculpó le reviró: no se preocupe, señora, debería escuchar lo que nosotros decimos de ustedes. Con Assange detenido se abre el camino para que Estados Unidos acuse a Wikileaks de robo, espionaje, terrorismo, etcétera. Wikileaks ya amenazó incursionar en el mundo corporativo. Anunciaron filtraciones masivas sobre un gran banco estadunidense. Quien pretenda tapar el sol con un dedo demuestra que no conoce los alcances de la revolución tecnológica. Todo está al alcance de un miserable botón de la computadora.