Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El personaje de ficción
U

n personaje de ficción es quien es. Ninguno bueno está hecho nunca a partir de rasgos de un solo ser, sino siempre de varios, reales y/o imaginarios. Lo ideal es que el personaje en cuestión se imponga en el lector en calidad de él mismo, y que por su validez atraiga y haga coincidir en sí lo fundamental de todos los enfoques posibles con que se lo lea (que serán tantos como lectores y épocas se acerquen a él), para que viva en la literatura y en la imaginación de su lector como quien es. El lector debe aprender a extralimitarse y enfrentar y conocer a un personaje con herramientas que pueden ser desde más realistas hasta más simbólicas, objetivas y subjetivas, pero que en todo caso sean varias y entre sí diferentes.

A manera de un ejemplo de lo que es un personaje de ficción, recuerdo una película originaria de no sé qué casa cinematográfica comercial estadunidense, de este principio del siglo XXI, en la que la fachada de un edificio correspondía a la del Museo Nacional de Arte (MUNAL), en el Centro Histórico de la ciudad de México, y el interior al de unas oficinas de gobierno de Salamanca, en España; o en la que una vecindad del barrio bajo de Tepito, también en la ciudad de México, y según la misma película, estaba poblada por supuestos refugiados de Marruecos (¿o eran iraníes o iraquíes o argelinos?) en Salamanca, en España. O, en la misma película, en la que el equipo de seguridad del presidente de Estados Unidos confirmaba que en el acto público que él habría de presidir en la plaza central de Salamanca, y para lo cual había hecho el viaje desde Washington con su comitiva, y que era el trama central de la película, sí iba a tener lugar un atentado contra él, así que lo convencía de que autorizara ser remplazado por su doble en su amenazada intervención. El presidente autoriza, pero con tal disgusto y renuencia que cuando, a través de televisión y desde el apartamento en el que lo resguardan, se ve a sí mismo proyectado en su doble presentándose en la plaza ante una multitud, exclama que tanta maniobra para que ese doble que lo sustituye ni siquiera se le parezca, atisbo ingenioso que tiene y expresa apenas una fracción de segundo antes de que el atentado se cumpla y dé en el blanco.

Si me he extendido en echar mano de este ejemplo es porque ilustra con gran claridad la respuesta que me veo necesitada a dar cuando el lector me pregunta en quién me basé para constituir a tal protagonista o demás personajes de tal narración.

Yo preguntaría, el MUNAL mexicano que vi en la película, fusionado con las oficinas de gobierno de la española Salamanca, ¿de qué edificio se trata? O, la vecindad del Tepito de México que vi en la película, fusionada con un ghetto de refugiados marroquíes en la Salamanca de España, ¿de qué vecindad se trata? O, por último, el actor que vi representar al presidente de Estados Unidos en la película en la que es sustituido por un doble para que la bala del atentado contra él no lo mate a él, ¿qué expresa del realizador de la película? ¿En quién se fundamentó para crearlo? (Qué sucede si el espectador no reconoce el MUNAL como lo que es, cosa muy posible, pues la plaza que se ve a su lado es, efectivamente, la de Salamanca.)

El lector que limita únicamente a una interpretación su discernimiento de un personaje ficticio es como el espectador de esta película que alcanza la anticlimática y reduccionista conclusión de que el presidente representa al papá del realizador, y que la única mujer con un papel (de espía, traidora y terrorista) en la película personifica a su esposa o, para el caso, a su mamá, o a las figuras más significativas para él cuando hizo su película, quienesquiera que hubieran sido: quienquiera que sea el realizador de dicha película, en cuya identidad, por cierto, descuidada que soy, yo no reparé.

Creo efectiva a película porque me entretuvo mientras su proyección duró, y buena, porque me dio elementos de reflexión que subsisten aún después de concluida.