Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 12 de diciembre de 2010 Num: 823

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

México, tradición
y violencia

MARISOL SALMONES

Dos poemas
ANESTIS EVANGELOU

Óscar Hagerman, arquitecto
ELENA PONIATOWSKA

Demetrio Vallejo
en su centenario

ÓSCAR ALZAGA

Demetrio Vallejo,
ética y sindicalismo

RICARDO GUZMÁN WOLFFER

La decepción
de los optimistas

BERNARDO BÁTIZ V.

Los pasos del
cine mexicano

RICARDO YÁÑEZ entrevista
con DANIEL GIMÉNEZ CACHO

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

La Otra Escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Javier Sicilia

Héctor Gally (1942-2010)

El 11 de septiembre murió el novelista Héctor Gally. Murió solo, a los sesenta y ocho años, en Morelos, donde pasó casi los últimos cuarenta años de su vida. Notorio en los años setenta y ochenta del siglo pasado por Diez días, Los restos, Cuentos a Orfeo y Ante el espejo, su prestigio se fue opacando. Una dolorosa y angustiante obsesión que lo fue incapacitando para vivir en el mundo, lo llevó al más terrible de los aislamientos. Jacinto Cayuela, su cuñado, que nunca dejó de visitarlo, y yo, éramos sus únicos nexos con ese mundo al que le dio la espalda. La última obra que publicó fue Fuego negro (1985). Después, la lenta debacle, las faltas que el mundo no perdona y castiga con la reclusión y el olvido, los escritos fragmentados en cuadernos escolares, en papeles sueltos y la muerte dolorosa, triste, amarga, como suelen ser las muertes de los abandonados. Ignoro hasta el momento si concluyó otra obra –quizá Jacinto Cayuela lo sepa y algún día, si existe, podamos publicarla.

Pero si la muerte de Gally y los últimos años de su vida estuvieron marcados por la reclusión y el olvido, lo mejor de su obra no debe pasar inadvertido. Debe, en nombre de la literatura mexicana y del perdón que le debemos y nos debe por haber habitado tan difícil y dolorosamente entre nosotros, rescatarse. Hay en ella, como alguna vez lo escribió Federico Patán, una exploración “temática poco frecuentada por nuestra literatura narrativa”: la homosexualidad pederasta. En este sentido quizá su obra más acabada sea Ante el espejo.

Muy cercana a Muerte en Venecia, de Thomas Mann, Ante el espejo narra, desde la perspectiva de uno de sus protagonistas, la compleja relación entre un profesor de cuarenta años y uno de sus alumnos, Goyo. Nada sucede físicamente entre ellos. Pero sus encuentros en los pasillos, sus conversaciones rápidas y sus llamadas telefónicas, nos van adentrando en la lucha interna del deseo y sus franjas ambiguas. Así, al entrar en los territorios de la pederastia, Gally va explorando con admirable sutileza el peso de un deseo prohibido y satanizado, y a través de él lo que la condena no deja mirar: los sufrimientos, las desgarraduras, las ambigüedades que van y vienen de uno y otro lado, en síntesis, lo dolorosamente humano que hay en esos universos donde la pasión destruye los contenedores morales. Si en el profesor todo es un desgarramiento que se mueve entre la pasión por lo prohibido, la seducción de lo imposible y la ironía de la frustración, en Goyo, tocado por la fascinación del narrador, el deseo gira alrededor de todos los territorios de lo ambiguo, al grado de que a veces, como lo señala el propio Patán, “parece conducirse con coquetería deliberada […] caer en depresiones [o] reaccionar con asombro y sospecha, sorprendido por el acoso del maestro”.

Novela de la homosexualidad que se adentra en los inciertos y confusos territorios de la pederastia, o novela, al estilo de la de Mann, en donde la belleza andrógina de la adolescencia hace resonar, como en los poetas antiguos, un estado de lo divino, Ante el espejo explora un universo tan prohibido como peligroso, un universo que llevó a su autor a las más duras y profundas contradicciones. En esas contradicciones, que en otras de sus obras reverberan con el rostro de la infancia, está no sólo el drama de Gally, sino el de aquellos que nunca lograron crecer y terminaron por destruir todo lo que un día amaron.

Lo veo hacia el final de su vida como quizás, después de muchos años, habría acabado el narrador de su novela, con quien, para su desgracias, se mimetizó: solo, desesperado, roído por las culpas y el autocastigo: un niño viejo y abandonado que movía a la compasión. Estoy seguro que en el misterio eterno, Dios lo habrá acogido en su amor. ¿Seremos nosotros tan insensibles que no perdonaremos al novelista que ha tenido los ojos más vivos para sondear y asumir las más profundas miserias del deseo? Publicar su obra no sólo sería el gesto del perdón de los hombres, sino también el gesto salvífico que le debemos a la literatura y a aquellos que no supieron levantarse sobre los abismos del alma que un día miraron y narraron.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.