Opinión
Ver día anteriorMartes 14 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Adiós, Morente!*
E

speré 10 años o más. Recuerdo que en 1997 escuché por primera vez el disco Omega, epifanía que conjugó mi tiempo interior con aquel momento: un cuerpo abismado en el barrio madrileño de Chueca, gracias a una pausa en esas giras interminables con un grupo que ya no me satisfacía.

Con Omega la música no sólo era insólita, sino nuevamente irreductible, no había otra forma de decir eso, salvo poniendo una y otra vez el disco. Mejor dicho, no había otra manera de tener la sensación de que alguien podía decirlo todo, como un universo perfecto. Desde entonces soñé con presentar Omega a México, ¿cómo es que aún no se conocía en mi país esa joya modernista? Esa música superaba toda retórica entre la tradición ancestral y lo moderno, como si nunca hubieran sido cosas distintas.

Ahora, en retrospectiva, todo parece muy simple. Algún duende intervendría para ayudarme a escuchar en vivo a Enrique Morente en México, pero hubo que esperar pacientemente a que se tejieran bien los hilos del destino: 10 años.

Todo intento de contactar a Morente resultaba infructuoso. Cada año fracasaba, por lo que debía programar a otros artistas, todos excelentes; pero que Omega se escuchara en México se había convertido en la obsesión de cimbrar la escena chilanga con ese cante.

Una noche fui con Kiko Helguera a escuchar a Morente en el Conde Duque de Madrid, con la Orquesta Chekara, de Tetuán. Intenté pasar al back stage después del concierto, pero no fue posible; así que salimos a las calles desiertas de domingo en busca, al menos, de un sitio donde beber un trago. Todo Madrid estaba cerrado, lo único que encontramos fue la cortina metálica de un bar a medio cerrar, que dejaba salir unas voces. Acaso apenas habían cortado el servicio. Le dije a Kiko que nos deslizáramos por los 30 centímetros que separaban la cortina del piso, pero él aseguró que ya no nos servirían nada. Nos despedimos.

Entré dispuesto a rogar para que no me echaran y me sirvieran siquiera una cuba libre que prometería apurar en solitario. La sorpresa fue que adentro estaba Morente con Diego Manrique y varios amigos. Me instalé en lo que se convirtió en una larga noche de juerga flamenca.

Diego me presentó a Enrique, quien me contó historias del tiempo que vivió en México. Confesó que amaba mi país porque en él había aprendido a cantar (queriendo decir que aquí había encontrado el duende). Desde luego que lo invité a tocar en el Festival de México, y su respuesta apasionada me convenció de que lo haría. Le pedí su correo electrónico, que anotó en una servilleta. Al llegar a México vi que se trataba sólo de su número telefónico y su fax, los cuales nunca contestaba. Dejé cientos de recados en su contestadora.

Volví a la situación inicial. Seguí insistiendo para contactarlo por distintos canales, todos se cerraban. Los manágers y agentes me decían que Enrique jamás vendría a México, que Omega ya no estaba vigente, que Lagartija Nick ya no existía; también había otras razones más íntimas que él mismo me había comentado. Sí, yo sabía que algunas eran ciertas, pero, ¡cómo olvidar la forma en la que él me había dicho que sí vendría!

Por todos lados le mandaba recados. Al fin Enrique Calabuig me informó que debía llamar a Morente un día preciso a una hora exacta, que esta vez contestaría, que estaría esperando mi llamada. Así sucedió. Pacho querido, mil gracias por tu insistencia, puedes contar conmigo, respondió.

Morente se presentó el 25 y 26 de abril de 2008 en el Festival de México en el Centro Histórico, con dos conciertos. Además de dar una charla en el Centro Cultural de España, que tuve el honor de moderar, tímidamente, ¿un aficionado pasional entrevistando al genio insondable de Morente?

Compartimos varias horas y tragos juntos, momentos igual de irreductibles que su música, charlas sobre los misterios infranqueables del flamenco y la inteligente inventiva del granadino. Y llegó por fin el día del concierto: Omega no sólo seguía vigente, sino más actual y potente que nunca. Sonaba al futuro. La tropa flamenca flanqueaba majestuosamente al genio, detrás la apostura punki de los roqueros de Lagartija Nick.

Mi cuerpo, abismado, estuvo de pronto en esa plaza de mi ciudad, de pie junto a la consola de sonido. Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no lloraba, literalmente, por culpa de la música.

*Adelanto del texto incluido en el libro Omega, de Bruno Galindo, que Lengua de Trapo editará en Madrid, el próximo febrero