Opinión
Ver día anteriorMiércoles 15 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Maciel ¿who?
A

hora resulta que perpetró sus atrocidades él solito. Las recientes disposiciones para desaparecer de la historia de la Legión de Cristo a Marcial Maciel son maniobras de prestidigitación, del tipo ¿dónde quedó la bolita? Estas artes de ilusionismo solamente engañan a sus artífices, porque la gran mayoría del público sabe bien dónde está el truco.

El director general de la Legión de Cristo, Álvaro Corcuera, cumplimentando las órdenes del cardenal Velasio de Paolis (comisionado por Benedicto XVI para ejercer el control de daños en la orden religiosa), ha prohibido [a los integrantes del movimiento] las referencias públicas a su fundador, Marcial Maciel, acusado de pedofilia. Además manda que se retiren las fotos de Maciel de todos sus centros, incluidas aquellas imágenes en que se encuentre en compañía de Juan Pablo II. También se prohíbe la venta de sus escritos personales y conferencias, y estipula que en los escritos institucionales la manera de referirse al sacerdote será fundador de la Legión de Cristo y del Regnum Christi o simplemente P. Maciel, entre otras disposiciones (nota informativa de Ariane Díaz, La Jornada, 14/12/10).

Sin querer, Corcuera reconoce que durante los más de sesenta años que el sacerdote Marcial Maciel estuvo al frente de los legionarios el centro del movimiento fue uno distinto al reiteradamente confesado por el cura pederasta, ya que en el decreto desaparicionista establece que la medida refleja la firme esperanza de que esta postura institucional ayude a todos los legionarios y miembros del movimiento Regnum Christi a centrarse en la persona de Cristo y a seguir muy unidos en la caridad.

Entonces, ¿estaban descentrados? ¿O más bien el centro de todo era Maciel, y nadie se atrevió a cuestionarlo? El mismo personaje que instruye a que retiren las imágenes de Maciel, escondan sus documentos, archiven sus mensajes en audio y videograbados y dejen de festejar fechas relacionadas con la vida y muerte del fundador, creció sacerdotalmente, no hay que olvidarlo, al amparo de quien sus discípulos llamaban nuestro padre

Álvaro Corcuera sigue a pie juntillas las instrucciones que le llegan de Roma. Es muy probable que cuando allá consideren que se han calmado las aguas del impetuoso oleaje levantado por el conocimiento público de las trapacerías cometidas impunemente por Maciel, entonces sea sustituido por quien señale el dedo pontificio. Ni modo, tiene que hacer el trabajo que el cardenal De Paolis le designa. Al fin y al cabo aprendió bien a obedecer las verticales directrices señaladas por un superior. Las cumplió a la perfección cuando trabajó al servicio de Maciel Degollado, se apega irrestrictamente a ellas hoy cuando emanan del cardenal Velasio de Paolis.

Como la cúpula clerical católica considera que su institución es eterna, se toma su tiempo para pronunciarse sobre actos excesivos cometidos por celosos guardianes de lo que entienden por verdad, aunque para resguardarla se hayan atropellado derechos de las personas y su dignidad humana. Por lo mismo autoridades católicas asentadas en Roma, y sus representantes en nuestro país, negaron fervorosamente los señalamientos contra Marcial Maciel. Denostaron, zahirieron a través de comentarios sarcásticos, a quienes con pruebas irrefutables documentaron los abusos sexuales que en contra suya perpetró Marcial Maciel.

Después de casi una década y media en la que uno tras otro fueron acumulándose los testimonios de las víctimas del legionario mayor, el mismo Álvaro Corcuera que en estos días exige desparecer todo rastro de Maciel en la congregación religiosa, tuvo que salir a reconocer lo obstinadamente negado. Lo hizo en un comunicado de hace unos meses (25 de marzo de 2010), para el que contó con el respaldo de consejeros y directores territoriales de la legión. Con suma tardanza aceptó: Habíamos pensado y esperado que las acusaciones presentadas contra nuestro fundador fuesen falsas e infundadas, pues no correspondían a la experiencia que teníamos de su persona y de su obra.

Pues quién sabe dónde estuvieron esperando Corcuera y los demás legionarios firmantes del documento, tal vez en algún lugar libre de la contaminación informativa. La cámara de silencio en la que permanecieron fue muy efectiva para vedarles el conocimiento de los múltiples abusos y delitos continuadamente (más de seis décadas) consumados por Marcial Maciel. Simplemente no quisieron escuchar, le dieron la espalda a las evidencias y tendieron un manto de protección sobre el delincuente.

¿Qué será de las múltiples fotografías en las que excelsos obispos mexicanos aparecen, muy sonrientes, junto a Marcial Maciel? ¿También ellos las van a desaparecer? ¿Acaso ordenarán que les den un tratamiento de photoshop, para borrar la imagen del legionario? Porque los tres alegres obispos, Norberto Rivera Carrera, Juan Sandoval Íñiguez y Onésimo Cepeda fueron baluartes en la defensa de Maciel. Fúricos arremetieron contra reporteros que les cuestionaron sobre la peculiar conducta del fundador de los legionarios de Cristo. Alegaron que las acusaciones eran un complot para desprestigiar a la Iglesia católica.

Me quedo con el magistral cartón publicado ayer por Hernández en nuestro periódico, titulado Milagros mexicanos. El cartonista ilustra que el 12 de diciembre millones de católicos celebraron la que creen aparición de la Virgen de Guadalupe; mientras el 13 tuvo lugar la milagrosa desaparición del padre Maciel.