Opinión
Ver día anteriorMiércoles 15 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México SA

En el hoyo por el modelo neoliberal

Corte de caja, tres décadas después

Redistribución a favor del capital

D

iciembre, en términos informativos, suele utilizarse para hacer el balance del año: desde las barbaridades cometidas por la clase política, hasta el sonado fracaso de los ratoncitos verdes, sin olvidar todo lo demás. La temporada se presta para este tipo de ejercicios, y México SA se sube al carro del recuento, pero ampliado. En este contexto, y ahora que los organismos empresariales se pronuncian, como si despertaran de un plácido sueño (pesadilla para la mayoría de los mexicanos), a favor de que se impulse y fortalezca el mercado interno, porque el país no puede permanecer en el hoyo ni soportar el raquitismo económico que lo ha caracterizado a lo largo de casi tres décadas, vale hacer una suerte de corte de caja, pero no de 2010 sino, precisamente, de esos 30 años cuyo resultado ahora parece no agradar a uno de los sectores directamente involucrados.

Que 2010 fue un año de más de lo mismo es más claro que el agua, pero cuál es el balance de esas tres largas, interminables décadas. Un excelente repaso sobre el particular lo han realizado Carlos Canfield Rivera y Omar Jiménez Sandoval, profesores investigadores del Centro de Investigación en Economía y Negocios del Tecnológico de Monterrey, campus estado de México, en el que de entrada recuerdan que la economía mexicana creció a una tasa promedio anual de 5.8 por ciento entre 1939 y 1958, y de 7.1 por ciento de 1959 a 1970 (con impacto directo en el bienestar de la población), algo que hace tres décadas ni de lejos se registra. Este enorme crecimiento, apuntan los autores, se produjo por dos razones fundamentales: en primer lugar, por la implementación de políticas activas que fomentaron exitosamente la industrialización, elevaron la demanda de trabajo y el salario real de los trabajadores (el sector industrial creció 6.4 por ciento en promedio anual de 1939 a 1958, y 8.6 por ciento de 1959 a 1970); en segundo, por el crecimiento de una clase media urbana que demandaba cada vez más bienes y servicios y dinamizaba el proceso de industrialización. En una palabra, el crecimiento económico experimentado por México durante estas tres décadas se explicó por el crecimiento del mercado interno.

Pero llegaron los tecnócratas a Los Pinos, y llevaron a México a un apresurado proceso de apertura y liberalización económicas, bajo el falso argumento de que las exportaciones y la inversión extranjera generarían un rápido crecimiento. Al amparo del Consenso de Washington, las reformas emprendidas incluyeron apertura económica, desregulación de la inversión extranjera, control del déficit fiscal, adelgazamiento del Estado y privatizaciones, eliminación de subsidios, reformas a la seguridad social y flexibilización laboral, así como control salarial para abatir la inflación.

A pesar del éxito inicial que el nuevo modelo tuvo en la promoción temporal de las exportaciones y la estabilidad de precios, señalan los autores, no ha contribuido al crecimiento ni al bienestar. El cambio de línea implicó la pérdida del poder adquisitivo que experimentó el salario desde la década de los setenta; tampoco las reformas asociadas al TLCAN tuvieron el impacto deseado en cuanto a la convergencia salarial entre México y Estados Unidos. En 1980 el salario manufacturero en el país representaba el 39 por ciento del salario pagado en Estados Unidos; en 2007 sólo 17 por ciento, 53 por ciento menor que hace 30 años. En 1990, el salario mínimo mexicano, medido en dólares, representaba nueve veces el salario en China; 15 años después, se redujo a sólo dos veces, y se aproxima a uno.

El país ha dedicado más de tres décadas en la implementación del modelo industrial exportador, construido a partir de patrones de especialización productiva, escasa profundización tecnológica y desintegración de la producción nacional, exactamente lo contrario de lo que hicieron Brasil, Rusia, India y China (los denominados BRIC’s). “En la instrumentación del modelo aplicado en México el mercado interno se parte en dos: un sector formal vinculado al crecimiento exportador, y otro informal sin relación con el mercado, mientras que, en contraste, los BRIC’s después de la crisis financiera de 2008 se han fortalecido gracias a su mercado interno. He ahí, dos alternativas y sólo un buen resultado”.

El nuevo modelo económico llevó a México a especializarse en la producción exportadora con mano de obra no calificada. Los tecnócratas presumieron que al incrementarse las exportaciones, aumentarían los salarios, es decir, el avance en la productividad reasignaría los recursos permitiendo su orientación hacia actividades con mayor valor agregado. Bajo este esquema, decían, una mayor inversión en el factor humano generaría una espiral virtuosa de incrementos salariales, poder adquisitivo, fortalecimiento del mercado interno, crecimiento y, consecuentemente, bienestar para la población.

En los hechos la realidad destrozó la teoría tecnócrata. No sólo no crecieron las remuneraciones al trabajo, sino que, por el contrario, aumentaron las retribuciones al capital: en 1994 la masa salarial representó el 35.26 por ciento del ingreso total de nuestro país, para descender en 2009 a sólo el 29.3. En México el excedente empresarial representó 61.6 por ciento del ingreso total en 2009. Lo anterior se confirma con la pérdida de 75 por ciento en el poder adquisitivo del salario mínimo mexicano de 1976 a 2010, resultado de un aumento en los precios de 26 por ciento en promedio anual, contra 21 en el salario mínimo nominal. En suma, la redistribución del ingreso está creciendo, sí, pero del lado del capital y no del trabajo.

La brutal pérdida del poder adquisitivo, no registrada en ningún otro caso nacional, representa una reducción real del bienestar de las familias mexicanas, pero también la pérdida efectiva de la demanda agregada de bienes y servicios, con las respectivas oportunidades de inversión y empleo que ésta debería generar, y el retraso de tres décadas de desarrollo potencial, y otras tres, al menos, de recuperación.

Las rebanadas del pastel

Para demostrar que todo marcha de maravilla, como dicen, el inquilino de Los Pinos y su secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, de nueva cuenta tocaron la puerta del FMI para renovar la línea de crédito flexible que el organismo les autorizó en abril de 2009. En aquel entonces fue por 48 mil millones de dólares; ahora por 72 mil millones. Dice Cordero que es sólo por si las moscas. Qué bueno, pero ¿en serio alguien pide una línea de crédito de tal proporción sólo por si las moscas?