Opinión
Ver día anteriorSábado 18 de diciembre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Antonieta, de Ibarra
P

or razones claramente comprensibles, que van desde las reivindicaciones de género hasta las interpretaciones estético-políticas, pasando por los afanes de glorificación de un personaje que se debate en la tenue frontera entre el romanticismo y la modernidad, la figura de Antonieta Rivas Mercado ha sido terreno fértil para toda clase de glosas, retratos, descripciones y análisis en diversos medios.

La lista es grande (y creciente), e incluye por ejemplo el libro Antonieta 1900-1931, de Fabienne Bradu; la coreografía Antonieta Rivas Mercado: la antorcha hija del ángel, de Gladiola Orozco; A la sombra del ángel, exploración biográfico-literaria de Kathryn S. Blair, nuera de Antonieta; la película Antonieta (1982) de Carlos Saura, que llevó en el papel titular a una lánguida Isabelle Adjani.

La más reciente contribución mexicana a la exploración de Antonieta Rivas Mercado es la ópera en un acto Antonieta, compuesta por Federico Ibarra y estrenada hace unas semanas en uno de los espacios escénicos del Centro Nacional de las Artes, bajo la dirección musical de Enrique Barrios. Como muchas otras exploraciones de personajes trágicos, Antonieta inicia con la muerte de la protagonista (la mezzosoprano Grace Echauri) y luego procede a explorar en retrospectiva algunos momentos relevantes de su vida.

Así, la puesta en escena (acreditada a José Antonio Morales y Rosa Blanes Rex), inicia con una de varias imágenes poderosas y bien logradas que hay a lo largo de la ópera: un ángel volador que cubre con un sudario el cadáver aún caliente de Antonieta. Una vez revivida la protagonista a través del artificio narrativo del flashback, se presentan como personajes protagónicos sendas alegorías del arte, el amor y la política, cuya primera aparición como marmóreas e incompletas estatuas también resulta visualmente efectiva.

La narración de algunas viñetas de la vida de Antonieta tiene como sustento una partitura en la que Federico Ibarra demuestra una vez más su particular afinidad con la música escénica en general y con la ópera en particular. Hay aquí un flujo sonoro orgánico y continuo, estilísticamente coherente y arropado en una orquestación experta, que por momentos me recordó fugazmente los interludios instrumentales de Orestes parte, destacada ópera de Ibarra que está entre lo mejor del género en nuestro país.

En un pasaje de la ópera en la que el texto hace una glosa del arte mexicano de la época, Ibarra logra una muy buena imitación del estilo musical de Carlos Chávez, con interpolaciones fugaces de otros compositores contemporáneos suyos. Muy interesante también, por inesperada, la presencia de una escena de ballet (un baile de salón, de hecho) en una ópera de Ibarra.

Si la partitura de Antonieta ofrece algunos pasajes en los que aflora una cierta vena sentimental, ello no es sino una concordancia directa con la intención del libreto de Verónica Musalem, libreto en el que radica la parte menos sólida de la ópera. Esa vena sentimental tiene momentos de exceso literario que el espectador no sabe si tomar del todo en serio o asignarlos a una intención irónica o sarcástica.

En lo general, el texto de la ópera adolece de una ausencia de poética y de un exceso de coloquialismo que, lejos de conformar una narración realista, parece obstaculizar el desarrollo narrativo de Antonieta. Entre otras cosas, se percibe en el texto de la libretista una loa desaforada a una patria perfecta, ideal, que contradice cualquier percepción, histórica o actual, del estado de la nación.

Sería posible rescatar, en todo caso, algunas frases del libreto que son de urgente actualidad, como aquella que dice: los pobres de México se levantan y matan. Asimismo, el flujo del texto mejora en la escena del juicio protagonizada por las alegorías y el pueblo, que muestra a una Antonieta patética, acosada por todos lados, explotada, traicionada, abandonada… y finalmente sola.

Hacia el final de la ópera, la puesta en escena enfatiza la analogía/identidad entre el ángel protector del inicio y el emblemático Ángel de la Independencia, como una especie de leitmotiv simbólico que aparece también en otras exploraciones de la vida de Antonieta.