Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 19 de diciembre de 2010 Num: 824

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Germaine Gómez Haro

El expresionismo abstracto en Nueva York

A raíz de la segunda guerra mundial en Europa, Nueva York se convirtió en la capital del mundo del arte con el surgimiento de una generación de artistas que transgredió el concepto y la estética de las artes visuales. El movimiento conocido como expresionismo abstracto tuvo su origen en 1940 y es considerado el primero genuinamente estadunidense. Aunque muy distintos entre sí, los artistas reunidos bajo esta estafeta marcaron un hito en el sentido formal de sus obras monumentales, a pesar de que la abstracción ya contaba con varias décadas de existencia. Quizás esto se deba en parte al empeño que tuvieron estos creadores en desarrollar un estilo propio y conservar sus individualidades, por lo que muchos rechazaron el término acuñado por el crítico de arte Robert Coates, además de que no todos los participantes en el movimiento eran abstractos en el sentido estricto. También se le conoce como Escuela de Nueva York, aunque tampoco se trató de una escuela en sí, sino de una agrupación de artistas que compartían el interés en explorar técnicas y procesos pictóricos novedosos. El Museo de Arte Moderno (moma) de Nueva York fue un instrumento de cohesión de este movimiento, y conserva la colección más importante del mundo de este período, actualmente reunida en la magna exposición Abstract Expressionist New York, la muestra más ambiciosa de los artistas de esta generación que se ha presentado hasta la fecha.

El expresionismo abstracto tiene sus raíces en la influencia ejercida por los artistas surrealistas André Masson, Kurt Seligmann y Roberto Matta, quienes emigran a principios de los años cuarenta a Nueva York huyendo del nazismo. Les seguirán otras figuras fundamentales y fundacionales en los orígenes del arte moderno estadunidense: Piet Mondrian, Fernand Léger, Max Ernst, André Breton y Joan Miró. Los expresionistas abstractos tomaron del surrealismo el automatismo en el acto de pintar, y la explotación de los impulsos psíquicos y del inconsciente, haciendo de su creación un acto eminentemente espontáneo y una acción plenamente dinámica. De ahí las pinturas monumentales de Jackson Pollock, Franz Kline o Willem de Kooning,  resueltas con trazos vigorosos, en muchos casos violentos y enteramente gestuales, lo que dio lugar a los términos Action Painting (Pintura de acción) y Gestural Painting (Pintura gestual) que enfatizan el gesto físico de pintar, en contraposición al Colour Field Painting (Pintura de campos de color) en la que el artista se centra en la aplicación sutil y delicada de la pintura para explorar las infinitas posibilidades expresivas de la luz y del color, como es el caso de Mark Rothko, Clifford Still y Barnett Newman. Las tendencias opuestas que se desarrollaron en el expresionismo abstracto se ejemplifican con la dialéctica del dramatismo violento de Pollock y la serenidad mística de Rothko.

La magnífica exposición en el moma ocupa cuatro grandes salas y da cuenta de la totalidad del desarrollo del movimiento. El visitante tiene la oportunidad de presenciar el inicio y devenir de los principales creadores a través de una selección precisa de obras de sus diferentes períodos, pero también hay espacio para los artistas menos conocidos y que hoy deslumbran con la perspectiva del tiempo, como Joan Mitchell, Sam Francis, o Grace Hartita, por nombrar algunos. Un acierto de la curadora Ann Temkim es la inclusión de los otros medios que en su momento fueron opacados por la grandiosidad de la pintura, como es el caso de la escultura y de la fotografía. David Smith fue quizás el escultor más significativo de la época, quien exploró las principales preocupaciones del movimiento en tres dimensiones, pero también se incluyen obras de David Hare, William Hayter, Herbert Ferber, e inclusive figuras como Noguchi y Louise Nevelson, quienes no estuvieron directamente ligados al grupo, pero cuya obra responde al espíritu de la época.

Una sorpresa fascinante para quien esto escribe fue la sala dedicada a la fotografía, donde se presenta el trabajo de Harry Callahan, Aaron Siskind, Minor White, Walter Chappell, entre otros, un conjunto de obras exquisitas en pequeño formato que son el contrapunto de las monumentales pinturas y expresan en su pequeñez formal la grandiosidad del expresionismo abstracto.

“Me parece que la pintura moderna –comenta Pollock–  no puede expresar su tiempo (el avión, la bomba atómica, el radio…) a la antigua manera del Renacimiento o cualquier época pasada. Cada era encuentra sus propias técnicas.” El expresionismo abstracto refleja la convulsión de su tiempo en imágenes poderosas que nos hablan a gritos y susurros.