Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de diciembre de 2010 Num: 824

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dos para Sampedro

Pavese a 60 años de su muerte
ANNUNZIATA ROSSI

Nota roja
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Miguel Hernández, perito en penas
RICARDO BADA

Si en Ferragosto una viajera...
ESTHER ANDRADI

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Wikivergüenzas

Si información es poder, exhibición es vergüenza cuando esa información se pretende hermética, secreto de Estado. Sobre todo si ese Estado es imperio que todo pretende controlar. El escándalo desatado en los últimos meses por las filtraciones que hizo el sitio de internet Wikileaks a cinco poderosos diarios de circulación internacional, desató caudas de indignación, estupor mundial y frentes de guerra inéditos. Estados Unidos ha reaccionado, pues es el gran balconeado, con una serie de acciones que contradicen su propio discurso histórico sobre la libertad de expresión. Si los documentos filtrados por Wikileaks sobre abusos a derechos humanos, atropellos y excesos militares en Irak que no han sido más que aristas de un genocidio perverso y nunca justificado, si todas las decenas de miles de informes sobre espionaje en lugar de diplomacia acusaran a alguno de los tradicionales focos de preocupación geopolítica estadunidense, por ejemplo a la República Popular China, o alguno de sus tradicionales villanos favoritos como Corea del Norte, Cuba, Venezuela o Irán, entonces Julian Assange, el australiano que fundó y codirige el polémico portal cibernético divulgador de vergüenzas, sería un adalid de las libertades de prensa y expresión, un hacedor de democracia. Un libertador. En vez de eso, el patrioterismo estadunidense y sus alecuijes ultraconservadores –de suyo beligerantes, racistas, inmensamente ignorantes de otra cosa en el mundo que no sean los arquetipos creados por ellos mismos, moldeados por intolerancias religiosas e ideológicas que compiten en acrimonia y ferocidad con los fundamentalismos que tanto dicen temer, como el comunismo estalinista o el islamismo integrista–, ponen el grito en el cielo color humo de sus misiles: Assange es “terrorista cibernético”, dicen. Casi un talibán, vaya, al que de pronto le salen al paso acusaciones de abuso sexual, fórmula infalible en los manuales del desprestigio global a que suelen acudir agentes desestabilizadores y espías de este Occidente tan puro, tan políticamente correcto, tan hipócrita. Como el mismo Assange ha dicho: ante la elocuencia de las evidencias, se castiga al mensajero en lugar de preocuparse por la sustancia del mensaje. Qué importa que soldados estadunidenses masacren civiles inocentes y que se congratulen a cuadro en ello en los pavorosos minutos de video que hicieron hace unos meses famoso a Wikileaks. Lo que importa es que no se vea cómo actúan los soldados del imperio, porque contrasta con los dichos en las conferencias de prensa y los boletines con que se pretenden encubrir crímenes de guerra. Qué importa que las sedes diplomáticas huéspedes de muchos países no sean eso, sino guaridas de espías, si lo que importa no es la arrogancia que reflejan los informes sobre mandatarios, luchadores sociales, periodistas, sino el hecho de que al verse exhibidos, los espías dicen temer por sus vidas, vaya discurso de doble moral. Vaya caricatura triste de la más elemental decencia.


Ilustración de Juan Gabriel Puga

Es de entender que Estados Unidos grazne su indignación de opereta por haber sido exhibido en su altanería y su menosprecio hacia otros países –ese menosprecio que pasa por alto cualquier cultura que no sea la del consumo desaforado y la expoliación del más débil, precisamente por débil–, pero es absolutamente incomprensible, a menos que se vea la cosa desde la sucia perspectiva del colaboracionismo, del servilismo ramplón, que los afectados en todo caso por la violación a su soberanía reclamen que se hayan hecho públicos los espionajes de que fueron víctimas. Qué chocante y contradictorio fue ver y escuchar a Felipe Calderón, que se sigue soñando presidente, cuando condenó el quehacer de Wikileaks porque hay un buen número de informes de espionaje sobre México. Pero sin reclamar a Estados Unidos el sucio quehacer de sus personeros, de sus embajadores operadores de la cia. Qué vergonzoso es para los mexicanos tener un seudo presidente que, en lugar de exigir consecuentes sanciones para esos falsos diplomáticos estadunidenses, pide castigo para quien no hizo sino filtrar a periódicos informes que, en todo caso, salieron del mismo Estados Unidos. Qué falta de valor propio y de arrestos, y de amor patrio (y lo dice un apátrida al que algún prodigioso miligramo de coherencia histórica le queda). O para decirlo con simpleza y en buen mexicano, qué poca madre, señor Calderón, qué arrastrados se vieron usted y su cohorte de palafreneros, televisoras included...