Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 26 de diciembre de 2010 Num: 825

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Nadie
JORGE VALDÉS DÍAZ-VÉLEZ

Monólogos compartidos
FRANCISCO TORRES CÓRDOVA

La Nochebuena de los pescadores
JOOP WAASDORP

Crímenes de cacao
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Crumb y Bukowsky: el underground y la fama
RICARDO GUZMÁN WOLFFER

Dos poemas
CHARLES BUKOWSKY

El PAN: celebrar ¿qué?
MARCO ANTONIO CAMPOS

Leer

Columnas:
Galerķa
RODOLFO ALONSO

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

La Otra Escena
MIGUEL ÁNGEL QUEMAIN

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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UNA FAMILIA DE ÁRBOLES

RICARDO YÁÑEZ


El corazón de la madera y el viento,
Raúl Bañuelos y Laura Solórzano,
Universidad de Guadalajara,
México, 2010.

En el número 1780 de Proceso José Emilio Pacheco nos regala la traducción de Diez historias naturales de Jules Renard, la última de las cuales es el extraordinario poema “Una familia de árboles”. Leerlo fue para quien esto escribe un excelente colofón al libro que acababa de leer: El corazón de la madera y el viento (colección de poemas: árboles del mundo), firmado por los tapatíos Raúl Bañuelos y Laura Solórzano. Una familia o un universo de árboles mostrados desde la mirada, la sensibilidad, la voz de poetas originarios de –naturalmente– diversas geografías es lo que este libro ofrece, libro que por lo demás recoge un poema del propio Pacheco, la “Canción del sauce”: “El que se dobla sin quebrarse, el sauce,/ cobra la forma que le dicta el aire/ con sílabas veloces, nunca iguales.”

Ciento cuarenta y cuatro poemas, ciento cuarenta y cuatro poetas hablando del almendro, la palma, la araucaria, los robles, el huerto, el bosque, los bambúes, el tamarindo, los naranjos, el laurel... El también escritor Arturo Verduzco, jefe de la Unidad de Vinculación y Difusión de la Universidad de Guadalajara, promotora del proyecto (presentado en apoyo a la Cátedra El Árbol y el Papel, creada en esa alma máter), anota que “en cuatro décadas, en nuestro país, hemos perdido el cincuenta por ciento del recurso forestal” y que “nuestras miradas tienen que dirigirse hacia el árbol y planear nuestra existencia apoyados en el bosque, apoyados en la vida”. En la introducción, que aunque sin firma es posible atribuir a los recopiladores, se indica que la publicación es muestra de la preocupación universitaria “por vincular la literatura, el arte y la ecología”.

La compilación, se nos informa, empezó a cobrar vida hará diez años. Y, claro, y no sólo por el tiempo que ha llevado, es más una colección que una antología; pero tal vez también más que una simple, o no tan simple, muestra. Hay en esta reunión lírica un poco el ánimo del coleccionista, del que no quiere que se le vayan los momentos vividos frente al árbol-poema descubierto, y eso es de agradecer, porque (como suele sucedernos al salir de un museo, de una exhibición pictórica, escultórica) luego de leer estos poemas, de recrear la mirada y detener el espíritu en estas páginas, en estas hojas, tenemos la limpia sensación de que podemos, otra vez, mirar los árboles.

Neruda, Paz, Tu Fu, Szymborska, Whitman, Díaz Mirón, Cernuda, Ivo, Elytis, Coronel Urtecho, Levertov, Pellicer, Ajmátova, González León, Chuan Tsu, Montejo, Aura, Mistral, Viel Temperley, Wordsworth, Teillier, Darío, Lezama, Diego... son más que aval de la calidad general del libro, que incluye lo mismo otros nombres igual de resonantes que otros no tanto pero no menores, es mi percepción, en su concreto acercamiento al que llamaremos, un poco por contagio y traslación de una imagen de Giotto, “ángel del árbol”.

Originalmente, entiendo, el trabajo incluía una bibliografía, que en cuanto al placer de la lectura no hace rigurosamente falta, pero puesto que ya existe lo mejor sería que en una segunda edición, debe haberla, los editores se den el gusto de ver aún mejor acabada su labor.


LIBROS INFANTILES PARA PENSAR EN FEMENINO

BÁRBARA BONARDI


El deseo de Ruby,
Shrin Yim Bridges, ilustraciones de Sophie Blackall,
Serres,
España, 2005.


Harta del rosa,
Nathalie Hense, ilustraciones de Ilya Green,
SM,
México, 2010.

Analfabetismo y discriminación laboral son injusticias que, alrededor del mundo, siguen sufriendo en prevalencia las mujeres. A pesar de los enormes logros obtenidos por el así llamado “sexo débil” en los últimos cuarenta años, las huellas ancestrales de la cultura machista se encuentran todavía presentes en distintas áreas y niveles sociales. Aun viviendo en condiciones privilegiadas, las mujeres se pueden sentir limitadas en su manera de ser por rígidos esquemas que tienden a asignarles características bien definidas. Eso muestra la importancia de promover una educación de género que tenga en cuenta la evolución de la sociedad.

El libro El deseo de Ruby, ediciones Serres, nos lleva con magnificas ilustraciones a la China de otros tiempos, donde la mayoría de las niñas no sabían ni leer ni escribir, y nos presenta a Ruby, una encantadora chiquita que tiene la suerte de crecer en una familia en la que también las niñas reciben educación básica. Pero Ruby no tarda en darse cuenta de que el trato reservado a los varones es diferente del que se le da a las mujeres. Si los niños después de terminar su tarea pueden ir a jugar, a las niñas todavía se les pide aprender los quehaceres domésticos. Pequeñas injusticias cotidianas y un futuro de esposa planteado como única posibilidad llevan a Ruby a pensar que es mala suerte haber nacido niña. Serán necesarios muchos esfuerzos y la complicidad de un abuelo comprensivo para permitir a Ruby realizar su sueño: ir a la universidad. Este relato narra la historia verdadera de la abuela de la autora, pero no pierde su actualidad en insistir sobre la fuerza de voluntad necesaria a todos, y aún más a las mujeres, para alcanzar sus objetivos.

Utilizando un enfoque completamente distinto pero igual de interesante, Harta del rosa, publicado por SM, explora también la temática de género. Una niña afirma fuerte y claro que a ella el rosa no le gusta, ni tampoco las princesas ni las muñecas. A ella lo que le encanta son el color negro, las piedras, los dinosaurios y sobre todo las grúas… aunque su papá diga que estas son cosas de niños. Con un lenguaje muy cercano al de los pequeños lectores, la autora juega con los estereotipos para regalar un momento de libertad a las niñas que se sienten encerradas en gustos que no viven como propios. Las reflexiones de esta señorita aficionada al negro nos llevan a interrogarnos sobre nuestra manera de adultos de catalogar las preferencias y el carácter de los niños según su sexo y nuestra incapacidad de explicar por qué así debe de ser. La mirada infantil se sorprende en constatar cómo Augusto, un amiguito que según los grandes hace cosas de niñas, no tiene ningún rasgo de mujer; lo mismo que Carlos, a quien todos juzgan muy sensible. Las bellas ilustraciones insisten voluntariamente en la separación entre actividades masculinas y femeninas para suscitar la duda y el debate.

Edad recomendada: desde los siete años.


IMAGEN SIN ENIGMA

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ


Matamoros. El resplandor en la batalla,
Silvia Molina,
Grijalbo,
México, 2010.

En un espectro que va de Fernando del Paso y sus Noticias del Imperio (la más acabada y fecunda, la más alta muestra de inmaculado maridaje entre Historia y Literatura de la narrativa mexicana) al amarillismo para lectores medios que practica Francisco Martín Moreno, la novela histórica ha sido un subgénero literario de continuo ejercicio y desigual práctica en los tiempos recientes, tendencia que el delirio conmemorativo de este año ha agudizado sin escrúpulo editorial alguno.

Silvia Molina (1946, la solapa no abstrae la fecha, como en el caso de otras escritoras), ella misma hija de Héctor Pérez Martínez, historiador y periodista que responde por algunas biografías noveladas (Cuauhtémoc, Juárez el impasible), se sintió atraída por la figura un tanto soslayada, según le parece, de Mariano Matamoros, el cura que llegó a ser, durante poco más de dos años, el brazo derecho de Morelos en las luchas de independencia. El cavernoso epíteto que elige como subtítulo del libro parece estar buscando ya la telenovelización de su historia, épico y rotundo si los hay: el resplandor en la batalla. La ausencia de notas contrapuntísticas en su caracterización del héroe le serviría, sin duda, a un adaptador de los que prefiere la pantalla chica, poco amigos de episodios confusos o que se presten a la polémica. No quiero señalar con ello que la novela de Silvia Molina sea plana o de escasos méritos, pero uno que en absoluto posee es el de complicar la imagen del protagonista a partir de un retrato controvertido, uno que examinara matices y perfiles en Matamoros con el afán de hacer del discurso de Apolonio, hijo adoptivo (que no natural, se apresura el texto a subrayar) de don Mariano, un espacio crítico antes que esa especie de oda en que se robustecen sus recuerdos.

El ardid narrativo que sirve de base a la relación de los hechos es sencillo: la supuesta correspondencia entre las hermanas menores del cura y el más allegado de los combatientes que acompañaron al héroe, el mentado Apolonio, quien aprovecha la ocasión de una carta de Pepa y Manuela Matamoros para contarles y contarnos acerca de esos dos últimos años en la vida de su Padre, como él lo llamaba queriendo que en verdad lo fuera. El recurso cae a veces, sin embargo, en los excesos propios del caso (referencias a hechos que las destinatarias conocerían de sobra, repeticiones que, hacia el final, apenas se justifican con aclaraciones del tipo pero eso ya se lo conté; disculpen que me esté repitiendo, pero…) No obstante, la historia nunca decae y, entre confirmaciones de lo de sobra conocido y datos derivados de la investigación, Silvia Molina consigue que el clímax previsible (el apresamiento de Matamoros por Iturbide y De Llano y su muerte consiguiente) llegue con la cordialidad de una noticia que uno espera y recibe sin las virtudes de la sorpresa, pero con el cuidadoso detalle y la minucia de la amenidad.

Siendo una novela centrada en el tercero y menos estudiado de los curas que protagonizaron las luchas por la independencia, la pulcritud con que la autora cumple el objetivo de perfilar la psicología de Matamoros (su sensibilidad al paisaje casi en medio de las batallas, su enconada afición a fumar, la música que hacía tocar en los momentos de mayor desolación entre las tropas, el rigor y el cuidado que ponía en que nadie se propasara en la victoria, la impoluta presencia de sus ejércitos) deja sin embargo cabos sueltos, como uno, esencial, que pudo aprovechar para contar ese-otro-lado-de la epopeya matamoriana: su testimonio final de las luchas, donde el cura se quiebra o se ve obligado a afirmar que todo fue un error y un exceso, que su conducta había sido indigna de un servidor de Dios y propia más bien de un “alucinado”, como se llama a sí mismo el personaje en su abjuración. Creo que aquí la precaución de la investigadora impidió a la intuición de la novelista validar, deplorar o, sencillamente, dar pie a la concreción de una figura más digna en cuanto dócil a las vacilaciones humanas, debilidades que la misma autora reconoce (pero no elabora) en el Epílogo de la novela, donde advierte que Matamoros le pareció siempre “un personaje congruente y al mismo tiempo contradictorio”. No por ello la novela deja de resultar, en el buen pulso de la narración, en la decantada información de que se sirve, una de las aportaciones de mayor mérito al engañoso engolamiento de las histéricas conmemoraciones de este año.

Silvia Molina se benefició en su juventud de dos hechos fortuitos, acaso más determinantes en su vocación literaria que la inclinación de su padre –a quien apenas conoció– por la literatura biográfica: la relación sentimental que sostuvo con uno de los poetas más prometedores de su generación, José Carlos Becerra, muerto muy joven en un accidente automovilístico, y la obtención del Premio Villaurrutia, en 1977, por la novelización de dicho episodio en una de las obras narrativas más frescas de esa década: La mañana debe seguir gris. Que su Matamoros sea un homenaje tardío a Pérez Martínez o una oportuna contribución a las fiestas bicentenarias es un asunto paraliterario que sólo viene a cuento cuando se piensa que, de proponérselo, la autora pudo aproximar aún más su prudente, cauteloso enfoque del personaje a las cualidades intuitivas de Del Paso, antes que a las veleidades que se permite Martín Moreno.