Sociedad y Justicia
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Policía de crucero cursa doctorado

Sufre hostigamiento de sus jefes por desconfianza y envidia; ciencias penales, su especialidad; uno más estudia derecho

 
Periódico La Jornada
Jueves 30 de diciembre de 2010, p. 36

Aquel que cuida la esquina de Eje Central y Madero, con su uniforme de policía, es un aspirante al doctorado en ciencias penales. El lugar es un dato ficticio –para cuidar su identidad–, pero su grado académico no lo es.

Se trata de R., uno de los escasos agentes de policía que, a contracorriente de un sistema que no promueve la capacitación del personal –e incluso en ocasiones la obstaculiza–, decidió continuar con su preparación académica, lo cual en vez de convertirse en un elemento en su favor, más de una vez ha despertado recelos y sospechas entre sus superiores.

De los 200 que somos en mi sector, unos 10 han de tener la prepa; a lo mucho dos o tres tienen licenciatura, y con maestría, yo soy el único, porque ni el jefe la tiene. ¿Estudiando el doctorado?, ¡menos! Por eso algunos me dicen que me pasé de estudios, que exageré, cuenta en entrevista con La Jornada el oficial, quien pidió omitir su nombre por temor a represalias.

Con 12 años en la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, y un currículo que en el papel debería facilitarle acceder a puestos más altos, R. tiene bien claro que los ascensos se logran –nada más– mediante compadrazgo y palancas, “porque, ¿cuántos jefes no han hecho ni la preparatoria y tienen unos puestazos y sueldazos?’’

La enseñanza podría resumirse así: en el mundo al revés de la policía mexicana, el que más se prepara, más se hace sospechoso. Te hacen a la orilla porque empiezas a exigir lo que te corresponde conforme a derecho. Vas a pelear y tratan de aplastarte, hacerte a un lado o fabricarte un delito. Te hacen la vida imposible para que desertes.

Sobornar para estudiar

Cuando platica con sus compañeros, R., de 33 años, se ve como un policía más, pero no lo es. Y eso se nota por la forma en que los demás lo llaman lic. o en las preguntas que le deslizan entre broma y broma. Su condición de rara avis policiaca no lo deja ni un minuto.

Empezó la preparatoria casi por azar y ahora está a la mitad del doctorado en derecho penal. Así lo dicen su credencial de alumno y su tira de materias. Mi finalidad era tener una mejor calidad de vida y, sin embargo, no es así, dice con tono irónico y distante como si estuviera hablando de otro.

Ahorita me traen como policía de crucero, pie a tierra, haciendo acto de presencia y recorridos en donde hay índices delictivos. Mi trabajo es estar caminando, nada más. Para no aburrirme, me cargo la Constitución o el Código Civil, pero hasta eso les molesta a los jefes. A veces te quieren arrestar, porque dicen que estás descuidando tu servicio, cuenta.

Con un turno de 12 por 24 horas, desde que le dio por estudiar la preparatoria tuvo que ingeniárselas para ir a la escuela sin tener problemas. “Todo lo hice por debajo del agua, porque los jefes no me dejaban ir. Como no están preparados, lo primero que dicen es: ‘este cabrón me va a traer problemas’, y se encelan.”

La manera más directa de obtener el permiso de estudio fue pagarle a los comandantes entre 500 y 600 pesos a la semana. Así me aventé la licenciatura y la maestría, pero ahora en el doctorado elegí ir nadamás los puros sábados.

Además de los posgrados, R. ha hecho varios cursos en el Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe): diplomados y cursos en seguridad pública, peritaje criminalístico de campo, garantías constitucionales, amparo penal, averiguación previa, contrainteligencia, derechos humanos y manejo de incendios y explosivos.

“Luego me dice mi familia: ‘¡tanto estudio y no pasas de policía!’ Lo mismo, varios compañeros ne dicen: ‘Oye licenciado, ¿tú qué haces aquí en un crucero, en una esquina? ¡Ya deberías tener un cargo!’ Sí, estoy desesperado, porque no reconocen lo que hago, pero si no es aquí, ya será en otro lado en donde sí valoren los estudios”, dice.

R. se asoma de nuevo al espejo del mundo al revés y compara los 10 mil pesos mensuales que gana como policía –sueldo que complementa vendiendo autos y haciendo trabajos como abogado penalista– con los 35 mil de un jefe de sector –quien cursó preparatoria, como máximo–, cantidad que bien puede duplicarse con los entres de cada oficial a su cargo.

Si uno les responde bien y conoce la ley, dicen que te crees mucho, pero simplemente es que sabes tus derechos. Si me hicieran justicia, con la escolaridad que ya tengo debería tener un cargo como subinspector o primer oficial, pero estoy cinco grados abajo, dice R. Sólo hasta ese momento, el enojo se asoma un poco en su voz.

Aquí todo es una mafia

Un caso similar al de R. es el de F., otro policía de a pie que decidió estudiar la licenciatura en derecho en una universidad privada, los sábados de 8:30 de la mañana a 2:30 de la tarde, a pesar de las trabas y la falta de incentivos que debe encarar en la policía capitalina.

‘‘Me quise meter a la carrera por los abusos de estos tiempos, por todas las cosas turbias que ves aquí. Ahorita puedo defenderme, pero antes el Ministerio Público hasta me mandaba por los refrescos o la cena, cuando no somos sus sirvientes”, afirma. Con 10 años de servicio en la Secretaría de Seguridad Pública de la ciudad de México, F. también se ha dado cuenta de que estudiar más no es necesariamente un medio para escalar en el trabajo.

A los mandos ni les beneficia ni les perjudica. Hago esto por un beneficio personal, para buscar otro trabajo porque necesito aspirar a algo más.

Como su colega, ha podido darse cuenta de que “aquí todo es una mafia. Es más fácil que ascienda un güey que le caiga bien al mando, y le diga ‘traigo mis 50 mil pesos y quiero una plaza’, a que llegues tú con tu súper currículo. Aquí lo que importa es la amistad, el dinero y la palanca”.

A pesar de la falta de expectativas laborales, F. de todas maneras piensa continuar su licenciatura hasta acabarla. A ver cómo le hago, pero voy a seguir metiendo papeles hasta que termine, no me importa que tenga que estar dando vueltas y vueltas. No me importa hasta dónde tenga que llegar o a quién tenga que denunciar.