Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de enero de 2011 Num: 826

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El profeta insumiso: William Blake (1757-1827)
RODOLFO ALONSO

Tras las huellas de Lowry en Oaxaca
ALBERTO REBOLLO

Los dos talleres de Nandino

Elías Nandino y Estaciones
GERARDO BUSTAMANTE BERMÚDEZ

Elías Nandino, entre poesía y bisturí
LEONARDO COMPAÑ JASSO

El poeta frente al espejo
GUADALUPE CALZADA GUTIÉRREZ

Leda Arias: búsqueda, compromiso y permanencia
INGRID SUCKAER

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Ana García Bergua

De la colección Sergio Pitol Traductor
y otras maravillas veracruzanas

En estas épocas, a veces se olvida que en la mayoría de los casos, la literatura es obra de la generosidad: la de un autor que lanza su botella al mar a la busca de lectores, sin saber nunca cuál será la respuesta; la de muchos editores que salvan del olvido a libros y autores valiosos, y la de muchos traductores al procurar que una obra llegue a la playa de otras lenguas. Y es la propia literatura la que paga con creces los dones que se le procuran, al enriquecerse y diversificarse, como un alma común del género humano. Muchos vaticinios funestos se lanzan en estos tiempos sobre el futuro del libro y de la literatura; sin embargo, mientras esto sucede, la ciudad de los libros crece, se resguarda y se alimenta, sigilosa, a manos de oficiantes desinteresados. Digo esto pensando en las editoriales pequeñas o en las universidades que protegen y publican obras que, de otro modo, no llegarían a manos de los lectores mexicanos, como la fastuosa colección Sergio Pitol Traductor que, entre muchas otras, lleva un año editando la Universidad Veracruzana bajo la supervisión del gran Premio Cervantes.

En algo se emparenta esta colección con la Biblioteca Personal que hacia el final de su vida editó Jorge Luis Borges con María Kodama y que hizo recordar a los lectores hispanoamericanos libros como, por ejemplo, La piedra lunar, de Wilkie Collins, entre muchos otros (y, por cierto, incluía a Rulfo y Arreola): es en el hecho de que, al ofrecer a los lectores los libros que de alguna manera los formaron, proponen un vínculo personal y un gusto por la literatura más allá de las modas, las novedades, los premios y el relumbrón. Ese vínculo, a mi modo de ver, es el que finalmente cuenta, además de que permite entender un poco más su literatura y amplía el espectro de los libros que cada quien podría considerar como sus “clásicos”.

En estos meses voy leyendo los libros traducidos por Pitol, huelga decir que espléndidamente –a mi modo de ver, siempre son preferibles las traducciones de un escritor, que con su propio sentido de la prosa o la poesía comunica más certeramente la obra traducida–, como una especie de detective que trata de seguir la huella del escritor a través de sus lecturas: en El buen soldado, la novela victoriana de Ford Madox Ford, encuentro el juego de espejos, la descomposición de las apariencias y la sucesión de revelaciones con las que ha jugado el narrador veracruzano; en la esperpéntica (y también victoriana) En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli del también inglés Robert Firbank, el amor a lo raro, a la invención disparatada que se sostiene en el aire como una criatura majestuosa, perversa y perfecta. Ni qué decir de Henry James, Robert Graves o Jane Austen, por mencionar sólo a los autores en lengua inglesa cuyas traducciones se recopilan en esta colección, a la que se añaden más autores oníricos como Witold Gombrowicz, Stanislav Lem o el italiano Luigi Malherba, o rusos como Gogol y Chéjov, entre muchos otros, cuyo paso está presente en la obra de Pitol, tan distinta en su rareza a la de otros escritores mexicanos de su generación. De Salto mortal, la novela de Malherba, se señala en la cuarta de forros: “Los adictos al relato lineal, los partidarios de una legibilidad inmediata y continua de un sistema narrativo, los incondicionales de la intriga excesiva, no encontrarán en Salto mortal ninguna de estas pautas tranquilizadoras”. Lo mismo se puede decir de los libros que propone esta colección: son una especie de sacudimiento para el lector afuera de la complacencia, un despertar gozoso a una literatura siempre renovadora, a la literatura, de la que se afirma como hijo el gran narrador.

También de la mano de Pitol boga la revista La Nave, que dirige allá en Xalapa Rodolfo Mendoza Rosendo, y que patrocina la Fundación Veracruz en la Cultura. No sólo trae colaboraciones de autores de primer orden, sino además obra plástica muy notable: el número de abril ha sido ilustrado con obra de Francisco Toledo y el de enero con la de Vicente Rojo. Un editorial de La Nave dice: “La única certeza que tenemos en La Nave es la literatura y lo que hay inmediatamente alrededor de ella: los lectores y los escritores. Creemos fundamental intentar cotidianamente una revista que nos ofrezca aquello que las noticias diarias nos niegan; es decir, poesía, pensamiento, imaginación.” Que ellos nos acompañen en este año que comienza.