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Después de cinco años, el inmueble de Perú 77 abre sus puertas otra vez al pugilismo

El boxeo mexicano regresa a su catedral: la Arena Coliseo

Se inauguró el 2 de abril de 1943 con una lucha entre El Santo y Tarzán López

En su cuadrilátero surgieron ídolos como Joe Conde, Chango Casanova, Juan Zurita y Ratón Macías

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Salvador Lutteroth (derecha) supervisa la construcción del inmueble de La LagunillaFoto Colección Christian Cymet
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de enero de 2011, p. 9

El Santo fue humillado esa noche. Perdió dos caídas consecutivas ante el ídolo Tarzán López y el público, además, le regaló una muestra de genuino desprecio. El Enmascarado de Plata era demasiado rudo y sanguinario para resultar simpático. Con la derrota del luchador, que años más tarde se convertiría en mito popular, ese viernes 2 de abril de 1943, fue inaugurada la arena Coliseo, la catedral de los espectáculos deportivos que acontecen entre las cuerdas.

Esa noche autos lujosos desfilaron ante la fachada de Perú 77. Cadillac, Oldsmobile y Buick, de los que descendieron hombres con traje y sombrero; mujeres de vestido largo que parecían actrices de cine. El despliegue de lujo y elegancia sugería más una cena de gala, que la inauguración del primer recinto majestuoso dedicado completamente a la lucha libre y al boxeo.

Un edificio inspirado en el Olympic Auditorium de Los Ángeles, con capacidad para 7 mil 500 asistentes, que cristalizó los sueños del promotor Salvador Lutteroth, empresario que incluso tuvo que vender sus muebles para mantenerse en el negocio de los golpes y los saltos acrobáticos.

Antes de la Coliseo, los recintos en los que se realizaban las funciones de boxeo y lucha eran espacios improvisados, a veces precarios y efímeros, en los que cuando mucho entraban 200 aficionados.

Simple palenque o graderío

Algunos como la arena Hollywood, cerca de Puente de Alvarado, no era sino un palenque, donde a veces los gallos daban lugar a que dos hombres se liaran con los puños enguantados. Otros, como el que existió en la calle Degollado, era un simple graderío de tablas con un techo de mantas.

Al principio fue la lucha libre en la Coliseo. La razón fue porque Salvador Lutteroth había financiado ese proyecto con las ganancias que le dejaban el deporte de las llaves y los lances.

Pero apenas se abrió el inmueble, el boxeo adquirió un impulso que ningún otro foro alcanzó más tarde. Apenas un mes después de inaugurado, el 1° de mayo de 1943, tuvo lugar la primera función entre pugilistas, deporte que empezó a calar hondo en el imaginario de los sectores populares urbanos, que vieron en la carrera de los guantes una vía de ascenso social.

Esa noche en la que nació el boxeo en la Coliseo, los protagonistas no fueron los boxeadores estelares: el campeón nacional gallo Ernesto Aguilar y Leonardo López. Las verdaderas estrellas de aquella función fueron dos muchachos casi desconocidos. Enrique Cardoso peleó y ganó por nocaut en siete asaltos a un rival con nombre de leyenda: Pancho Villa.

El combate que sostuvieron fue tan apasionado y de tal entrega que, como solía ocurrir en esos casos, el público desaforado decidió premiar a ambos púgiles por su coraje. Lo hizo de una forma auténtica y directa: lanzando monedas al centro del cuadrilátero.

Nos llovían las monedas... ¡uuuy! era padrísimo porque llegábamos a juntar 10 o 12 pesos, que en aquel entonces eran una lanota, dijo alguna vez el fallecido Raúl Ratón Macías sobre la manera como la afición festejaba una gran pelea. Al final, dos combatientes magullados por el intercambio de los golpes cosechaban con humildad el fruto de su esfuerzo.

Los ídolos necesitan espacios específicos para consagrarse y la Coliseo era el lugar sagrado por excelencia. Esa construcción, cuyo interior parece un embudo, donde en las zonas altas el ángulo es peligrosamente vertical y parece que el público está a punto de despeñarse al cuadrilátero, fue también la catedral en la que surgieron y se confirmaron leyendas del boxeo.

Joe Conde, Rodolfo Casanova –el primer gran ídolo de los guantes– y Juan Zurita dieron origen a una trilogía de peleadores que abarrotaron aquel recinto. Apenas un mes después de abierta la Coliseo al pugilismo, Conde dio un combate memorable por su dramatismo ante Saúl Torres.

El Caballero del Ring, como se le conocía, estaba cada vez peor de la vista por los golpes. Cuando subió a los encordados las luces lo lastimaron y los flashazos de los fotográfos lo dejaron ciego por segundos. A pesar de todo, peleó como nunca: movía la cabeza con desesperación y pudo vencer al contrincante gracias a su inteligencia y valor.

También ahí, el Toluco López vivió parte del surgimiento de su leyenda trágica. Esa del peleador talentoso con la vida hecha un caos, indisciplinado, y cuyos excesos lo encaminan hacia la inevitable derrota deportiva, financiera y emocional. Y a pesar de todo derrocha carisma ante su público.

En esas gradas de la catedral del boxeo miles de voces corearon el nombre de ese peleador siempre a punto de desfallecer y a quien se le animaba con el grito: ¡Pégale con el corazón!

Sin embargo, nadie resplandeció en la Coliseo como Raúl Macías. El peleador que será recordado por agradecer sus triunfos a su mánager y a la Virgencita de Guadalupe.

Empezó a ir a la Coliseo sin un centavo en el bolsillo. Esperaba a que llegara el hijo del dueño, Héctor Lutteroth, para que le dieran permiso de entrar sin pagar. Años más tarde, ya como boxeador profesional, se convirtió en el primero en debutar en esa arena como estelar.

Fue una cosa muy bonita la que yo viví en esa arena, tiempos muy románticos. Cada vez que yo peleaba me decían que las abuelitas prendían veladoras. Si ganaba, una multitud me acompañaba a dar gracias a la Virgen de Guadalupe, recordaba el Ratón.

Como toda biografía, este personaje de concreto también tiene sus zonas de sombras. Recuerdos oscuros que atormentan su memoria. El 21 de marzo de 1946 Fernando Mendoza Barrera, un joven que se iniciaba en el boxeo, murió tras un combate contra Guillermo Ramos. No resistió el segundo asalto y terminó en la lona.

En su esquina intentaron reanimarlo y fue imposible. Llamaron a una ambulancia, pero cerca de la medianoche el peleador perdió la vida. También dos luchadores murieron entre las cuerdas de la Coliseo: Sangre India, el 25 de diciembre de 1979, y Estelar Oro, el 26 de octubre de 1993. Ambos peleando.

El suceso más crudo ocurrió el sábado 14 de mayo de 1983, luego del combate entre Jaime Conejo Casas y Arturo Cuyito Hernández.

Luego de que el réferi decretó nocaut técnico por una herida en la ceja del Cuyito, el mánager Roberto Tío Jiménez corrió a levantar la mano de su peleador. En ese instante, un estallido parco acalló el ambiente de la arena. Un asesino anónimo disparó un arma calibre .25 contra el Tío, quien quedó tendido sobre la lona, como un boxeador abatido tras la refriega.

Luego de la conmoción el anunciador oficial, Maximiliano Aguilar, dijo con el micrófono abierto:

Si alguien conoce al agresor, que lo diga por favor. El promotor Eladio Flores pagará una recompensa de 100 mil pesos a quien dé informes sobre él. El Tío murió en la enfermería de la Coliseo.

Menos dramática, pero inolvidable, fue aquella noche del 13 de julio en 1946, en la revancha que dio Kid Azteca al cubano Dinamita Keys. El mexicano venció de manera contundente en los tres primeros asaltos, por lo que el caribeño ya no quiso salir al cuarto round.

El público se ofendió y exigió que le devolvieran el monto de las entradas. Los organizadores de la función ofrecieron entonces una pelea de regalo, pero como ésta no llegaba, los asistentes desataron un disturbio histórico. Empezaron arrojando vasos, luego botellas, después butacas, y terminaron desmontando las tuberías y los retretes. Los daños ascendieron a 50 mil pesos, de aquellos pesos.

Los años negros del boxeo fueron también los de agonía para ese deporte en la Coliseo. La crisis que generó la baja rentabilidad de un espectáculo para Televisa, y que afectó al principal patrocinador, la cervecera Corona, fueron la estocada al corazón.

Salvador Lutteroth hijo señaló alguna vez que organizar funciones en la Coliseo representaba pérdidas. Durante algún tiempo sobrevivió artificialmente con el dinero que generaban las luchas.

A principios de este siglo una velada de boxeo era un espectáculo triste, casi sórdido, al que sólo asistían un puñado de personas. Apostadores, algunos reporteros y familiares de los peleadores. La última función que se realizó fue el 3 de diciembre de 2005.

Luego de cinco años cerrada al deporte que consagró, la arena Coliseo volverá a ser hoy el escenario de una función. Televisa apostó por devolverlo a su espacio histórico, por regresarlo a su ambiente natural y hoy, como hace casi 70 años, volverá la clásica velada sabatina. El boxeo regresa a su catedral.