Opinión
Ver día anteriorDomingo 9 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Más allá de la vida
U

n cuento de fantasmas. Uno de los aspectos más curiosos de Más allá de la vida (Hereafter), del veterano Clint Eastwood, es el gusto pronunciado de su personaje central George Lonegan (Matt Damon) por el escritor británico Charles Dickens.

Melancólico y taciturno, hechizado por la presencia de personas fallecidas con las que puede hacer contacto tocando las manos de sus familiares sobrevivientes, George apenas tiene una vida propia. Lo que los demás consideran un privilegio especial, un don sobrenatural, para él simplemente es una maldición que debe cargar toda la vida. George es un vidente, un médium increíblemente sereno en su familiar ronda de espectros. Un ser conectado levemente con la realidad: una figura de ficción que, a la manera de algunos personajes de Dickens, sólo se explica en el registro de lo maravilloso.

Este registro ha tenido en el cine contemporáneo de Hollywood su versión más elocuente en el trabajo de Steven Spielberg (uno de los principales productores de esta cinta), y de manera sorprendente, el octagenario Eastwood, el máximo autor del cine estadunidense actual, combina su talento con la intuición de Spielberg y también con la solvencia narrativa del guionista Peter Morgan (Frost/Nixon, La reina), para narrar una historia de aparecidos muy en su estilo, sugerente y discreto, alejado por completo de las técnicas gastadas del cine de horror.

El relato que se inicia con una secuencia formidable –los estragos del paso de un tsunami por las costas del Pacífico sur en el año 2004– pronto se convierte en la exploración del universo afectivo de tres personajes en tres ciudades distintas. Marie (Cécile de France), la periodista sobreviviente del desastre, que recuerda sus vivencias entre la vida y la muerte; el niño Jason, incapaz de sobreponerse a la pérdida de su hermano gemelo en un accidente, y el propio George, renuente a dedicar su existencia a aliviar el dolor ajeno con su don de videncia y comunicación ultraterrena, incapaz también de encontrar un significado a su vida fuera de esta faena impuesta.

Eastwood explora aquí los temas de la soledad y la incomunicación en el mundo muy físico de los seres mortales, con mayor agudeza que los avatares de los fenómenos paranormales, reservando a este último asunto una fina ironía cuando pasa lista a una galería de charlatanes en el mundo de la espiritualidad instantánea.

No todo funciona bien sin embargo en el cuento fantástico de Eastwood. Algunas tramas secundarias que hablan de traiciones amorosas y encuentros providenciales son poco convincentes, carecen de vigor dramático, y son un lastre innecesario en una narrativa por lo demás bastante ágil. Sorprende así la complacencia del director cuando insiste en mensajes de amor y en soluciones mágicas que desentonan con la sutileza que en asuntos afectivos él mismo ha mostrado en películas como Los puentes de Madison o Río místico, obras genuinamente emotivas. Su maestría en el manejo de escenas de acción y suspenso permanece sin embargo intacta, como demuestra la secuencia en que el niño Jason escapa a la fatalidad en el interior del metro londinense. Se reconocen igualmente el humor y la malicia de Eastwood en digresiones narrativas que aluden a la política francesa o a la gastronomía italiana. Hay una suerte de juego con las expectativas del espectador y al mismo tiempo una coquetería de narrador visual consumado. Pero este mismo talento falla estrepitosamente cuando el director pretende tomar en serio el asunto de las experiencias sobrenaturales y sus efectos en la tenaz incredulidad de nuestro tiempo. Ceder en este terreno, caer en esta tentación retórica, impide a Más allá de la vida situarse en el nivel de los grandes trabajos del realizador de Los imperdonables. Un guiño al Spielberg de Always, otro más a Shyamalan, director de El sexto sentido, y una tardía vocación de fustigador de los escepticismos milenarios, colocan a esta cinta en el corazón mismo de ese Hollywood del que Eastwood ha tomado tanta distancia crítica en los últimos años.

Si el cielo puede esperar, también pueden hacerlo los seguidores de este cineasta notable que en cada una de sus películas ha deparado siempre nuevas sorpresas.