Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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México: ¿tiene límites nuestra crisis?
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e pensado muchas veces en el significado del término chino de la palabra crisis. La primera vez lo leí en el libro Cuando todo se derrumba, escrito por Pema Chödron, una monja budista; la segunda vez, en el libro El sentido de la enfermedad, escrito por la doctora Jean Shinoda Bolen. En síntesis, explican ambas, el término chino para la palabra crisis consta de dos ideogramas: uno significa dificultad o peligro y, el otro, oportunidad.

Los tiempos de crisis, de acuerdo con la ancestral sabiduría china son, a la vez, tiempos adecuados para replantear, reformular y modificar. Depende de la persona o de la sociedad transformar la dificultad o el peligro en oportunidad. En el libro de Chödron la reflexión se centra en reconocer los momentos críticos de la vida y trabajar con ellos para crecer. Shinoda Bolen ofrece argumentos para entender los significados de la enfermedad.

Aunque ambos libros se refieren, sobre todo, al individuo, las acepciones de crisis se aplican también a la sociedad. Si volteamos hacia atrás y miramos hacia adelante, parecería que la crisis que asfixia a nuestro país ni tiene visos de finalizar, ni límites previsibles. La ausencia de límites pronostica tiempos crueles y aciagos. Pensar en la ausencia de límites es pensar en los sucesos cotidianos: antes era suficiente asesinar, ahora es necesario decapitar. Pensar en trasformar la crisis de la sociedad en oportunidad es complejo pero obligatorio: muchos supuestos y valores éticos han sido pisoteados y derruidos.

Aunque no hay mucho espacio para el optimismo –ni la miseria, ni los semaforistas, ni la insalubridad, ni la desnutrición, ni la falta de agua potable mienten– vale la pena cavilar en la crisis de nuestra sociedad e intentar vincularla con el mensaje de la filosofía china. De la conmoción en la que se encuentra sumido el país, gracias a la estulticia y torpeza de quienes nos desgobiernan y de quienes nos han desgobernado, deberían devenir oportunidades.

2010 fue para nuestra nación una enfermedad muy grave. El año finalizó, en Monterrey –y en todo el país– con la imagen de una mujer semidesnuda cuyo cuerpo pendía de una soga; el cuerpo estaba suspendido de un puente peatonal. Ese cadáver casi vivo sintetiza algunos fragmentos de la crisis que nos asfixia. Dantesca per se, inimaginable por inimaginable, impensable porque es difícil pensar en que la crueldad carezca de límites, el año mexicano cerró con esa fotografía. Así nos retratamos ante el mundo.

Con la exposición del cadáver los ejecutantes buscaron satisfacer varios propósitos: Ejercer su justicia, intentar amedrentar a los compañeros de la mujer, advertir a las autoridades mexicanas que la autoridad la detentan los grupos implicados en asuntos de secuestros y de narcotráfico, demostrar que fue muy fácil robar a la mujer mientras era transportada por cuatro custodios hacia un hospital donde habría de ser intervenida quirúrgicamente, enfatizar que conocen las formas para primero atemorizar y después comprar a las autoridades de las cárceles, intimidar y advertir a los transeúntes y automovilistas acerca del poder y de la ausencia de límites de los ejecutores y, finalmente, recordar a la sociedad mexicana la inutilidad de sus gobernantes, así como la absoluta ausencia de escrúpulos cuando se trata de saldar cuentas.

A pesar de que no sea parte de los propósitos de los ejecutores, la fotografía, al recorrer el mundo, muestra la cruda realidad de nuestro país y el fracaso del Estado; en el norte por la presencia y el poder del narcotráfico: basta recordar que en algunos pueblos los lugareños han abandonado sus casas y pertenencias con tal de salvaguardar la vida; en el sur, porque la miseria es epidémica: basta recordar el levantamiento zapatista y evaluar las condiciones de salud, vivienda y escolaridad de Chiapas o de Oaxaca.

La imagen del cadáver casi vivo representa, a diferencia del tan alabado crecimiento económico según los gobernantes mexicanos, una de las caras reales de nuestra crisis. Un cadáver casi vivo que pende de un paso peatonal es diferente del cadáver depositado en un basurero o del recién asesinado en la calle. La imagen de la mujer semidesnuda, al igual que los cruentos asesinatos por sicario en 2010 de jóvenes adictos internados en centros de recuperación en el norte del país, habla de la insondable profundidad de nuestra crisis.

¿Es posible, ante la falta de autoridad, ante la imagen de un Estado fallido, sacar algún provecho de la crisis que nos atenaza? A vuela pluma, la respuesta es no. Basta repasar el vacío intelectual, operacional y moral de quienes nos gobiernan para entender, si bien no aceptar, la crisis de nuestra sociedad. Comprender la realidad no es razón suficiente para aceptar la derrota. En general, y en México siempre, la sociedad camina y se mueve más rápido que las autoridades. Los consensos en relación al aborto y a los matrimonios gay en el Distrito Federal y la excarcelación de las campesinas en Guanajuato acusadas de homicidio tras haber perdido a sus bebés son buenos ejemplos de la fuerza de la sociedad.

El denso fango que nos asfixia tiene que ser removido. La tarea radica en transformar el peligro y la dificultad en oportunidad. Las respuestas deben provenir de la opinión pública: ¿Cuándo ya basta es ya basta?