Opinión
Ver día anteriorDomingo 16 de enero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La guerra antinmigrante
E

stados Unidos es un país guerrero, sale de una guerra para entrar en otra. Puede que ese sea el destino de los imperios, también en el tiempo de caída. Pero además de los enemigos externos, la política en Estados Unidos requiere de enemigos internos. Recordemos la época de la prohibición y la lucha contra el alcohol, luego el marcartismo, la guerra fría y el anticomunismo. Ahora el peligro está en la frontera y los enemigos son los migrantes indocumentados.

Al igual que en otras épocas las fuerzas más oscuras del conservadurismo llevan al país del norte a situaciones extremas, a cometer errores históricos garrafales que fomentan fanatismo, persecución, violencia. Muchos políticos republicanos se anuncian como verdaderos conservadores, mientras que los liberales, entre ellos Barack Obama, se sienten acorralados y no se atreven a defender sus posiciones, menos aún a atacar frontalmente a sus opositores y denostadores.

En las carreteras de Texas se ven anuncios con el rostro de Barack Obama desfigurado y agresivo con la leyenda de socialista en los hechos. Las campañas más absurdas, como la de acusar al presidente Obama de socialista por su propuesta de una reforma al sistema de salud, de acceso generalizado, tienen eco en amplios sectores de la población. Y si Obama no ha sabido, o no ha podido defenderse, los migrantes mucho menos, son los más indefenso y vulnerables.

La retórica de la invasión de inmigrantes por la frontera con México se contrarresta con las operaciones Bloqueo, Guardián, y la más belicista de Defender la línea (Hold the line). Al respecto el antropólogo Leo Chávez analiza en su libro Covering immigration decenas de portadas de revistas que hablan de una Frontera en crisis, de la necesidad de Cerrar la puerta, de prevenir una “Invasión desde México , de la preocupación porque “América cambia de color” y, la más irónica, sobre el letrero English spoken, como si el país hubiera perdido identidad.

Pero los reclamos antinmigrantes se acaban cuando el mesero sirve la comida, la doméstica limpia la casa y el consumidor compra lechugas baratas en el supermercado. La mano de obra mexicana es fundamental para que el sistema funcione. Pero no es indispensable. Hay cientos de millones de pobres en el mundo que quisieran estar en el lugar de los mexicanos. Y eso lo sabe, lo maneja y lo utiliza el sistema según su conveniencia. La única ventaja diferencial es que estamos cerca, disponibles y somos desechables. Traer mano de obra de China, India o África tendría costos adicionales y no podrían desecharse con tanta facilidad.

La experiencia indica que el mejor trabajador es el indocumentado, que es tratado como ilegal, tiene que esconderse, vive con miedo, no puede reclamar y carece de derechos. Las redadas se hacen en las fábricas, los comercios, los restaurantes donde hay trabajadores en exceso y son fácilmente remplazables. Hace años que no hay redadas en las zonas agrícolas, donde escasean trabajadores y no hay remplazo. El 85 por ciento de los trabajadores agrícolas de Estados Unidos nació en México y la mayoría son indocumentados. Ese es el nicho laboral al que hemos sido asignados desde hace más de un siglo.

Una parte del problema radica en que los migrantes se han vuelto visibles y se han dispersado por todo el territorio estadunidense. En Texas y California siempre hubo presencia mexicana, forman parte de la sociedad, de la diversidad racial y cultural. En Arkansas, Georgia, Alabama, las Carolinas y otros nuevos estados de destino, los migrantes son los recién llegados, los extranjeros. La raza de bronce altera el equilibrio racial y ancestral entre blancos y negros. Pero detrás de las actitudes antinmigrantes y legalistas hay un conflicto racial evidente.

Los afroamericanos han aprendido a levantar la voz ante cualquier evidencia clara de agresión o discriminación contra sus hermanos. Los latinos muchas veces se inhiben como grupo, carecen de suficiente representación política y los migrantes soportan callados las agresiones. Hace algunos años pude comprender por qué, cuando se le preguntaba a un migrante mexicano si se había sentido discriminado, casi siempre respondía que no. La respuesta me la dio otro migrante que llevaba muchos años en Estados Unidos cuando me explicó que era una cuestión de lenguaje: si no entiendes el insulto o la agresión, el impacto es mucho menor y “te vale…” Si no puedes responderle en inglés, te aguantas, no te queda de otra.

La reforma migratoria se ha convertido en un mito. Los republicanos afirman que sólo se podrá empezar a discutir el tema cuando la frontera esté asegurada. Lo cual nunca va a suceder. Siempre habrá incidentes fronterizos. El muro está incompleto y no ha sido la solución. Además, detrás del muro se requiere de todo un ejército para vigilar 3 mil kilómetros de frontera.

No sólo eso, al interior de Estados Unidos hay que controlar y verificar que sólo se pueda contratar a personal que tiene en regla sus papeles. Pero el sistema de verificación E-Verif es lento, complicado y tiene muchos errores. Además de que el trámite tiene que hacerse en línea, se tiene que hacer una consulta telefónica y esperar para la confirmación. Muchas pequeñas empresas y empleadores no tienen capacidad para poder hacerlo. Son cerca de 10 millones de trabajadores que laboran con el número de seguridad social falso o que utilizan el de otra persona, pero la inmensa mayoría pagan impuestos.

Los migrantes irregulares han subsidiado con aproximadamente 200 mil millones de dólares al sistema de seguridad social. Ese dinero va a un fondo, donde se acumula y se utiliza en caso de que existan reclamos. Pero los indocumentados no pueden reclamar y nunca van a devengar ese dinero ni una jubilación. Sin este dinero el sistema de pensiones estadunidense estaría quebrado.

Pero los argumentos monetarios no cuentan cuando se trata de migrantes irregulares. La falta de documentos es un pecado original que mancha para siempre la historia de una persona.