Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de enero de 2011 Num: 828

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La ley de la vejez
ALFREDO FRESSIA

La obra de João Guimaraes Rosa
RAÚL OLVERA MIJARES

Las enseñanzas de
Don Terry

FABRIZIO ANDREELLA

Antonio Gamoneda, creación y liberación
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ANTONIO GAMONEDA

Un tren sobre la tierra
ANTONIO GAMONEDA

La memoria infinita
de Manuel Puig

ARACELI RODRÍGUEZ LÓPEZ

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Ana García Bergua

Espere al cuento

Lo difícil no es esperar al cuento. Basta con tomar una piedra mediana y sentarse cómodamente o ponerse a hacer alguna cosa que no exija demasiada concentración, como bañarse. Esto último es importante; pueden pasar horas antes de que aparezca o de que uno lo distinga. Para eso es necesario prestar mucha atención. El cuento puede encontrarse agazapado detrás del portero que barre la calle y otea siempre hacia el mismo lugar, todas las mañanas, como si esperara algo, algo que nunca llega, hasta cierto día. También es capaz de salir oculto en el bolso de la vecina del vestido floreado y la cola de caballo, esa que diariamente abandona con prisas el departamento tres, como si estuviera huyendo de alguna cosa, o de alguien (quizá el marido inválido que le dice cosas terribles durante el desayuno, y al que ella le tiene una mezcla de paciencia, rencor y lástima; una mezcla explosiva que puede desencadenar tragedias). Pero cuidado; es probable que el hombre de las bermudas ridículas, aquel que pasea al perro gris por el barrio cada seis horas, traiga un cuento escondido en la bolsita que abandona invariablemente junto a cierto auto. Una bolsita de papel, como de almuerzo. ¿Irá en ella algún mensaje, algo de lo que debe deshacerse, un antiguo amigo, conocedor de incómodos secretos, un acreedor, quizá, cortado en pedacitos? Y el auto, ¿de quién es? O quizá el cuento se oculta, tan sólo, en ese vacío, esa soledad opresiva que se apodera de la calle y la casa por las mañanas, esa tensión insoportable, ese sol pálido que todo lo convierte en una fotografía irreal, enloquecedora. No es por presumir, pero he visto cuentos salir del escritor que se estira con un bostezo mientras espera al cuento y de repente no se puede mover, tiene que llamar a la mujer para que lo ayude, lo llevan al hospital y las cosas se complican; el cuento sigue y lo domina, implacable. Quizá lo trasladen al piso equivocado, ése del que no sale nadie, por lo menos caminando. Y un escritor con muñones puede sufrir mucho, sobre todo si lo cuida una enfermera psicópata. Hay que tener cuidado, pues un buen cuento, si se lo propone, atrapa. Como el ladrón que lleva varios días disfrazado de cuidacoches, estudiando todos nuestros movimientos para saber cuándo meterse a alguna de las casas. El ladrón y su abuelo, por supuesto. No lo puede dejar solo en la casa, lo tiene que llevar. Hace locuras, ya está medio gagá, hace días estuvo a punto de beber gasolina. Y claro, lo mete en líos. ¿Dónde se ha visto que un ladrón tenga que llevar a su abuelo al trabajo? El abuelo lleva siempre su refresco y también el cuento, ordenados maniáticamente en la lonchera. Pero ojo, no hay que olvidarse de las mascotas, ni siquiera del gato. Parece que maúlla, pero en realidad transmite mensajes para unos espías rusos. Los cuentos se disfrazan y en ocasiones son cosas, como ese paquete que vino a dejar el cartero a la pareja de ancianos del cuarto piso y no les acarreará más que desgracias, estoy segura, o ese ramo de flores entregado con intenciones amorosas que terminó envenenando a su alérgica receptora, la cual, por cierto, heredó una pequeña fortuna al galán, acusado ahora de asesinato.

Cuando menos te lo esperas, salta el cuento, como un insecto pertinaz y un poco estrambótico. Por eso, como decía, hay que tomar una buena piedra y esperarlo. La piedra hay que lanzarla en cuanto se distinga al cuento en cualquier lugar, sin mucha demora porque el cuento que no se atrapa a tiempo, se desdibuja y desaparece como fantasma. No es necesario que caiga lejos; lo importante es que lo haga donde está el cuento, ni antes, ni después. Que no se sienta inconcluso, que el final sea el que le corresponde, no otro. Y que no se desvíe hacia otro lado que no sea el suyo, incluso si ese desvío particular tiene forma de curva o de zigzag. Todo es cosa del cuento, ya no de uno. Por eso, lo más importante de todo es la segunda parte de la conocida frase: esconder la mano. Cuando se ve la mano, la intención, el cuento se achica o se muere. Muchos les podrán contar de historias parecidas: quise contar una pesadilla a la Poe y se desinfló, o un desayuno melancólico a la Carver, y se nos indigestó. En fin, que son criaturas sensibles y peculiares: aguantan la pedrada, pero no los tratamientos de belleza. La pistola para pelo los deja hirsutos y el enjuague los manda por el desagüe. Por eso no hay como esperar, lanzar la piedra y esconder la mano.