Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de enero de 2011 Num: 828

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La ley de la vejez
ALFREDO FRESSIA

La obra de João Guimaraes Rosa
RAÚL OLVERA MIJARES

Las enseñanzas de
Don Terry

FABRIZIO ANDREELLA

Antonio Gamoneda, creación y liberación
JOSÉ ÁNGEL LEYVA entrevista con ANTONIO GAMONEDA

Un tren sobre la tierra
ANTONIO GAMONEDA

La memoria infinita
de Manuel Puig

ARACELI RODRÍGUEZ LÓPEZ

Columnas:
Prosa-ismos
ORLANDO ORTIZ

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
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Orlando Ortiz

Otra vuelta de tuerca

En mi anterior colaboración censuré a quienes, en el año de los centenarios y llevados por su fobia a la derecha, de manera simplista descalificaron tanto la revolución de Independencia como la del siglo XX. Señalé como inválido –o, si prefieren, insuficiente– el argumento de que “no se cumplieron los ideales de la Revolución”; esto, según ellos, se hacía evidente por la cada vez mayor presencia de pobres.

Sin embargo, creo que lo censurable y problemático es el desigual e injusto reparto de la riqueza. Y esto es imputable al sistema capitalista, no a un supuesto abandono de los ideales de la Revolución.

Mencioné que no se podía generalizar o mencionar en abstracto eso de “los ideales”, que era necesario particularizar, aclarar si se hablaba de los ideales maderistas, zapatistas, villistas, etcétera. Por otra parte, me parece que el equívoco radica en que la Revolución de 1910 no acaba de comprenderse. Es más, no se comprende porque la historia, según se nos ha enseñado en la educación formal, es una especie de enorme cajonera, y en cada gaveta hay nombres –de “buenos” y “malos”–, fechas y acontecimientos. En un compartimento se mete la época prehispánica, en otro la Conquista, en el siguiente la Colonia y así sucesivamente. Un cajón para cada época y cada época en su cajón. De tal suerte que si a alguien se le ocurre sacar algo de una de esas urnas para meterlo en otra, se ve como “atentado al pudor y ‘la verdad histórica’”. Esta actitud conlleva el hecho de que cada cajoncito, en cuanto se llena de “fechas y héroes” se cierra para ya nunca añadir nada, ni siquiera posibles aportaciones que puedan hacer nuevos investigadores, y mucho menos extraer de la gaveta algo que pueda enriquecer el contenido de otro cajoncito.

Como que es muy difícil entender que todo lo que contienen los cajones debería estar en uno solo, porque la historia no son hechos aislados sino procesos, algo dinámico e interrelacionado y siempre inconcluso. Que, además, la historia de México está también interrelacionada con la de otros países.

Así las cosas, es absurdo pensar que si la Revolución de 1910 “hubiera alcanzado sus ideales”, ahora el país no tendría problemas, estaríamos en Jauja, o casi en el paraíso. Sin embargo, es innegable que ha habido otras revoluciones en el siglo XX que “alcanzaron sus ideales”; no obstante, los problemas que tienen son inocultables, y van desde pobreza hasta corrupción, inseguridad, prostitución y autoritarismo. ¿Por qué? Precisamente porque ningún país del mundo es autosuficiente y en todos, en mayor o menor medida, el capitalismo ejerce presión directa o indirecta, de manera cínica o disimulada. Y lo que es más grave: en ocasiones, por no decir siempre, esos “ideales” que tanto se enarbolan como signo de avance revolucionario, en un descuido y con el tiempo se transforman en símbolos de estancamiento, verdaderos escollos que operan en sentido contrario, como fuerza retardataria, conservadora, opuesta a lo que fue originalmente.

Por otra parte, no podemos descartar que el papel que juega la sociedad civil en el desarrollo de un movimiento revolucionario es muy importante, y de él depende lo que se logre, en la medida en que vigile el desempeño de sus dirigentes o, en su caso, de los gobernantes. Si la revolución del siglo pasado no llegó a más, se debió en gran medida a que el pueblo se atuvo a lo que hiciera la clase política, misma que operó respondiendo a los intereses de una clase: la capitalista. O tal vez podría decirse: los nuevos capitalistas, sospechosamente ligados a los caudillos revolucionarios.

Incluso es hora de darnos cuenta de que estamos donde estamos porque lo hemos permitido. Los avances conseguidos con base en la Constitución del ‘17, en los renglones obrero y proletario, se han ido perdiendo gradualmente. Debido, paradójicamente, a “logros” revolucionarios, como lo fue la corporativización de los sindicatos y una política agraria sospechosamente reducida al simple reparto de la tierra, sin proporcionar a los campesinos orientaciones y medios para pasar de la producción autárquica a una producción más efectiva, que permitiera la autosuficiencia alimentaria al país. Lo que ahora se tiene en el ámbito proletario y en el campesino, es, si lo comparamos, cualitativamente inferior a lo que se tenía a mediados del siglo pasado.

¿A quién se le tendría que colgar ese milagrito? Como diría Bob Dylan: la respuesta, mi amigo, está en el viento. Podemos buscar culpables y hasta encontrar a los presuntos, pero eso únicamente sería cerrar los ojos a la verdad: nuestra abulia.