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Crisis en Haití
Críticas generalizadas a ONG por haber sustituido al Estado

Se han asentado miles en el país; sólo 450 están registradas ante instituciones

Damnificados denuncian abandono, pese a proliferación de organizaciones

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El diario haitiano Le Nouvelliste informó en portada sobre los movimientos de Jean Claude Duvalier, quien regresó al país el domingo, y el ex presidente Jean Bertrand Aristide, que anunció su intención de finalizar su exilio en SudáfricaFoto Ap
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Venta de carteles en una calle de Puerto Príncipe. Las imágenes de Baby Doc y Jean Bertrand Aristide (de gafas) se ofrecen junto a las del actor Benicio del Toro (en su representación del Che Guevara) y estrellas juveniles del popFoto Ap
 
Periódico La Jornada
Viernes 21 de enero de 2011, p. 28

Hace un año, ante el abrumador drama del sismo en Haití, la inmensa respuesta solidaria del mundo hizo renacer la fe en la naturaleza humana. Solos, rascando con nuestras uñas las ruinas de la ciudad para rescatar a los nuestros, nos sentimos menos solos, abrazados, dice en Puerto Príncipe una abuela sentada en una silla desvencijada frente a las láminas y lonas que ella llama la kay, su casa. Es Selui Grenée, que se puso al frente de una prole de nietos y sobrinos que quedaron a la deriva.

Pero pasó un año y aquí seguimos. Ya nadie piensa en nosotros. El suyo es uno entre miles de habitáculos de plástico, maderas y láminas que se alinean entre los canales de agua sucia en uno de los mil 300 campamentos de damnificados, en Delmás, una populosa comuna de Puerto Príncipe.

Desde un escenario muy diferente –su oficina con aire acondicionado, llena de trofeos y fotografías de eventos sociales–, otra voz también se expresa con amargura. La comunidad internacional le da a Haití dinero con una mano y lo recupera con la otra, dice el empresario René Max Auguste, jefe del Grupo Canez, que figura entre las 10 corporaciones más influyentes y elitistas del país, en una entrevista con Le Nouvelliste.

Otro ángulo de visión. Es el veterano diplomático brasileño Ricardo Seitenfus, hasta hace poco embajador de la OEA: Haití es, desde mucho antes del temblor, la meca de la ayuda internacional. Cuando atiende una urgencia, es eficaz, pero cuando la asistencia se convierte en estructural anula la capacidad del país para hacer frente a sus necesidades. El sismo y la epidemia de cólera acentuaron este fenómeno. Hoy el país es una estación obligatoria para toda agencia asistencial que se respete y, peor aún, es un laboratorio, una escuela de formación de cuadros para las organizaciones no gubernamentales (ONG). Esto es moralmente inaceptable.

Se lo dijo en diciembre al diario suizo Le Temps en una conversación donde también expresó opiniones drásticas en contra de la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah), que sólo está aquí para guardar la paz de los cementerios. A los pocos días Seitenfus fue removido del cargo por el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza.

El cuestionamiento a las ONG extranjeras, que rara vez se relacionan con los movimientos civiles locales, es generalizado. Un reporte de Oxfam señala que son miles las organizaciones que se han asentado en el país, pero sólo 450 se registraron ante el Ministerio de Planeación. De éstas, únicamente 150 informan sobre lo que hacen.

Los sin techo se multiplican; nada se construye

El terremoto destruyó, según el censo oficial, 105 mil viviendas y dejó inútiles 208 mil. De un millón 300 mil personas que quedaron sin casa, sólo 15 por ciento han podido reconstruir o encontrar albergues permanentes. Las agencias donantes no han dado prioridad a los proyectos de construcción o reparación de viviendas.

Sin proyectos de construcción de vivienda popular en puerta, en los campamentos de damnificados –los oficiales y los salvajes, que también abundan, aun más precarios que los primeros– la población aumenta, no disminuye. Entre las cortinas de color indefinido asoman cabecitas de bebés. Entre los braseros de carbón, las ollas sucias y sobre los cerros de basura juguetean niños sin calzones ni zapatos. Los hay por todas partes. Proliferan los embarazos de adolescentes, muchos por violaciones, denunciadas por las organizaciones de mujeres.

Según un artículo del experto en temas haitianos Christophe Wargny, para Le Monde Diplomatique, cerca de 80 por ciento de los pobladores que salieron despavoridos de la capital hacia las zonas rurales las primeras semanas después del sismo ya regresaron a Puerto Príncipe, acosados por el hambre y la enfermedad.

El éxodo hacia el campo, que se esperaba que quitara un poco de presión demográfica sobre la golpeada capital, se ha revertido.

Un funcionario de la Minustah confía a La Jornada otro problema que se ha detectado en los campamentos: sus habitantes, que ahora también viven de la asistencia pública e internacional, no son sólo damnificados del terremoto, sino también paracaidistas, ciudadanos sin vivienda, expulsados por las altas rentas y la feroz especulación que se ha desatado por el bien más escaso de todos: un techo o un pedazo de terreno donde levantar cuatro paredes.

Del total de damnificados, sólo 12 mil han sido reubicados, pero no en proyectos de vivienda permanente, sino en otros refugios provisionales, bajo lonas o estructuras de madera o zinc que dentro de medio año, un año como máximo, habrán agotado su vida útil.

Laboratorio de los cooperantes

Los vuelos que arriban desde Miami, Panamá, Nueva York o Montreal al aeropuerto internacional de Puerto Príncipe descargan a diario cientos de pasajeros que, con mochilas y camisetas distintivas de tal o cual ONG, llegan a engrosar los ejércitos de cooperantes que se afanan en la ayuda humanitaria.

Afuera del aeropuerto los esperan sus camionetas, cada una con un conductor local. Abordan los vehículos y se dispersan por la caótica capital, invadida hasta sus últimos rincones por aldeas de plásticos, láminas y cartón. En los alrededores se alinean las letrinas, las llaves de agua, los dispensarios de comida, la basura. En los intestinos de esas ciudadelas insalubres, bulliciosas y hacinadas, los problemas se multiplican y enredan.

Se calcula que aquí trabajan más de 400 agencias multilaterales y 12 mil ONG de diversas especialidades. Lo que no se vislumbra es el resultado.

No hay plan maestro, no hay un Estado que lleve las riendas, asevera el director de Radio Kiskeya, el popular locutor Marvel Dandin, en entrevista con este diario. Las ONG han sustituido al Estado. Y eso no puede ser.

En este ambiente la solidaridad se diluye. De la sociedad civil casi nadie habla ya. Sus organizaciones, ejemplares y constantes, nunca fueron interlocutoras ni del gobierno ni de las agencias internacionales. Pero ahí siguen.

Los contrastes

Hay derroche y desperdicio de recursos, explica Dandin. Y lo de siempre: la burguesía aprovechándose. Un ejemplo muy simple: los importadores locales de vehículos reciben directamente de la ayuda humanitaria cientos de miles de dólares por la venta de camionetas. Cada organización contrata técnicos, asesores, expertos con salarios más que generosos.

Al anochecer, alrededor de las plazas Boyer o Saint Pierre –donde habitan bajo lonas cientos de damnificados–, grandes camionetas se estacionan frente a los restaurantes de lujo. Adentro del Quartier Latin y otros sitios de igual categoría, lejos de los rumores y malos olores del campamento, los empleados de las misiones humanitarias, casi todos blancos, cenan y descorchan botellas de buen vino. En los vestíbulos de los hoteles suntuosos se sirven los famosos rum punch. La buena vida también es parte del paisaje. La vida nocturna se ha reactivado en pleno en antros recién renovados, llenos de luces y espejos.

Hacer negocio de la tragedia

Para muchos empresarios locales la catástrofe ha sido una oportunidad de multiplicar fortunas y hacer negocios. El diario Le Nouvelliste publica una entrevista con el empresario René Max Auguste, ejecutivo del Grupo Canez (exportador de textiles e importador de electrodomésticos y maquinaria), quien, escandalizado con la corrupción que genera la abundante disposición de fondos para la reconstrucción, denuncia que las agencias de asistencia y algunas ONG pagaban a proveedores locales (alimentos, cemento y varilla, insumos médicos y de sanidad, equipos de todo tipo, letrinas y plantas de electricidad, incluso autos) con precios inflados hasta cuatro veces de su valor real.

Claro, con el decreto del estado de emergencia que le otorga al presidente René Preval plenos poderes, no hay concursos ni licitaciones para los proyectos. Son los amigos del presidente los que se enriquecen con estos contratos, añade Frantz Duval, director del decano de la prensa haitiana, Le Nouvelliste.

Duval y Dandin, en reportes por separado, manejan que de los fondos internacionales, privados o públicos, disponibles para el rescate, la asistencia y la reconstrucción de Haití, entre 60 y 80 por ciento regresan a sus países de origen, en bolsillos de empresarios y contratistas que aprovechan la tragedia para hacer buenos negocios. Pero en el proyecto central de la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití, que encabezan Bill Clinton y el primer ministro Max Bellerive, este papel de la iniciativa privada está previsto.

Esa misma tarde, en una mesa de la terraza del hotel Kinam, con su exquisita arquitectura estilo pan de jengibre, un grupo de hombres de negocios de Florida trabajan en sus laptops. Uno de ellos reparte entre los comensales un folleto promocional de un proyecto de vivienda prefabricada antisísmica. No se trata de donaciones; son simples contratistas, pescando fortuna donde, de seguro, la encontrarán.