Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de enero de 2011 Num: 829

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los sueños
Alejandro Rosen

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Mandela: libertad
y humanismo

Leandro Arellano

Manuel Ulacia,
poeta del tiempo

Raúl Olvera

Claude Lefort: la democracia, negación
del totalitarismo

Sergio Ortiz Leroux

Leer para escribir la vida
Luis Enrique Flores entrevista con Mónica Lavín

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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UNA REVALORACIÓN

VÍCTOR MANUEL CÁRDENAS

 


Cartucho, hacia la reconfiguración de la realidad,
Marina Saravia,
Universidad de Colima,
México, 2010.

Este es un libro académico pero se lee con naturalidad, sin los arrebatos esotéricos, clínicos o matemáticos del academicismo; una obra recomendable por la sencillez con la cual Marina Saravia nos ayuda a descubrir muchos de los vericuetos que nos ofrece la pequeña y pulida novela Cartucho, ese coro enorme a lo Carmina Burana lleno de sorpresas y de significados. La autora rescata una obra de implicaciones mayores y nos pone sobre la mesa reflexiones, apuntes, disparos que hurgan aquí y allá para configurar las dimensiones de un texto surgido en las entrañas olvidadas de esos tiempos de guerra, escrito desde una realidad concreta y que busca, entre otras cosas, dejar testimonio de contradicciones explícitas que están abiertas, como heridas sin posibilidad de sanar.

Saravia analiza la novela, la desestructura para que conozcamos sus redes interiores, el tono y la composición, los latidos que la mueven y las perdurables visiones de una niña que hace suya la idea natural de la muerte y la derrota. De la mano de sus teóricos y de quienes han comenzado a revalorar una novela de esas dimensiones, Marina nos regala posibilidades casi infinitas para tomar esta obra literaria y hacernos ver que novelas como Cartucho son piedra de fundación para renovar no solamente las formas de escribir, sino las formas para visualizar y comprender las actitudes y significaciones frente a la propia vida, este presente eterno en el cual el pasado y el futuro son simple ambición que, en los testimonios de Cartucho, simplemente no existen: sólo existe el presente, y para colmo, es trágico e inevitable.

En el estudio es explícito el deslinde franco entre la obra y su autora. Se da por sentado que sabemos de la vida de Campobello. La vida de la bailarina, coreógrafa y escritora –a quien se le cuelgan intensidades mayores con personajes de la talla de Martín Luis Guzmán y José Clemente Orozco, y que pasó sus últimos años en una especie de secuestro indigno que merecía una investigación policíaca que nunca ha prosperado del todo–, necesita de un rescate importante como lo han merecido Frida Khalo, Antonieta Rivas Mercado o Tina Modotti, personajes precursores que abrieron espacios no nada más para las mujeres, sino para crear nuevas propuestas para la sociedad, la vida y el arte. Cierto que en el estudio de Marina se insinúan algunas reflexiones de la autora y se mencionan con claridad los aportes de Campobello a una nueva forma de narrar que sin lugar a dudas influyeron en autores de la altura de Arreola y Rulfo –y por derivación, hasta en García Márquez–, pero nos sigue haciendo falta la biografía detallada de tan significativa y oculta creadora.

De entre las muchas directrices de lectura que nos ofrece Marina en su libro, mencionaré algunas de las que me acompañaron más allá de sus propuestas académicas, que por cierto son muchas y valiosas. Nellie Campobello desea escribir para dar testimonios múltiples, como pueden ser los siguientes: recuerdos de infancia en un período (1916-1920) y en un lugar determinados (regiones de Chihuahua y Durango). La muerte como principio ineludible, casi intrascendente de tan coloquial. La tragedia de la guerra camina a la par de la risa –las carcajadas acompañan sin ningún pudor a las miserias y a casi todos los personajes. La ternura es una flor que sólo merecen los cuerpos ejecutados en los ojos de una niña que no se pregunta sobre la sinrazón de los hechos; al contrario, los vuelve entrañables, los cobija de una calidez precoz inobjetable. La vida es un círculo donde los pies y la cabeza no existen. Lo único cierto es que la verdad sólo conoce las débiles e interesadas certezas del poder. La llamada Revolución fue traicionada desde el principio –una intención clara de Cartucho es reivindicar a Villa y sus dorados frente a la leyenda negra oficialista. La visión de la historia que va implícita en la novela Cartucho es circular, muy cercana al destino trágico y manifiesto en las culturas indígenas de México. El heroísmo durante la guerra manifiesta un desapego a la vida; no es una actitud humana consciente, surge de la calificación posterior a los hechos según quienes sean los vencidos o los vencedores. La derrota es la cualidad común de las mayorías.

Marina nos expone el corte novedoso y perfecto de una escritura que se olvida de las majestuosas novelas del siglo XIX y menciona cierto paralelismo con las imágenes cinematográficas. Yo no estoy tan seguro de lo anterior. Considero que la forma de narrar de Campobello está más próxima a la brevedad y concreción que exige la poesía. Sí, Nellie Campobello es estrictamente visual, pero no se detiene en la superficie; escudriña el sentir de los hombres y de las cosas, sus maneras de describir son pinceladas certeras que nos orillan al asombro. Pienso, más que en cine, en la fotografía. Y ya que mencioné Carmina Burana, poesía, visual, pinceladas y fotografía, no me queda sino recordar que Nellie Campobello escribió Cartucho en pleno auge del muralismo mexicano, cuando Ciudad de México vivía el mayor triunfo de la gesta revolucionaria: una efervescencia cultural y artística que daba identidad a una nación tan rica, plural y contradictoria como la nuestra. Nellie Campobello fue parte del alma de esos días.

Las veleidades de la historia han pretendido que obras y vidas como la de Nellie Campobello queden como los personajes de Cartucho: al margen, soterrados. Me alegro por su revaloración… Y más cuando nuestro país está de nuevo sumido en la cotidianidad desgarradora de la violencia y la muerte.


CUANDO LA CIENCIA SE VUELVE ARTE

JORGE GUDIÑO


La música de los números primos,
Marcus du Sautoy,
Acantilado,
España, 2010.

Más allá de nuestras preferencias a la hora de optar por uno u otro pasatiempo infantil, de la forma en que participábamos de los descansos y recreos escolares, de los resultados que arrojara nuestra incipiente visión de la popularidad o de nuestras calificaciones, ya en los primeros años de nuestra vida podíamos ser clasificados en múltiples grupos a partir del modo en que concebíamos el universo. Claro está que se deben hacer de lado a los apáticos, a los costumbristas o a todos aquellos que preferían sumarse a la corriente antes de aportar algo. Más allá de ellos estábamos quienes nos decantamos por una de dos visiones casi opuestas: por la ciencia o por el arte. En el primero de los casos, el conocimiento se revelaba como un absoluto al que se podía aspirar al margen de nuestras limitaciones, mientras que, en el segundo, no había mayor certeza que la capacidad de sensibilizarse ante una expresión totalmente humana.

Siguiendo con el juego de los absolutismos, resultaba común que quienes fueran buenos para unas materias no lo fueran para las otras. Algo que, ya en la edad adulta, se puede ver con claridad. Ciencias y artes parten de preceptos similares pero suelen tener pocos puntos en común a la hora de mostrarse frente a sus fieles seguidores. Los unos son “cuadrados”, los otros “soñadores”. Pretender un diálogo entre ambos es demasiado, pese a que muchos libros nos han dado muestra de que se puede tener un pie en cada uno de estos mundos.

Marcus du Sautoy (Londres, 1965) es un matemático que escribió un libro de literatura. O no. Tal vez sea más preciso decir que escribió un ensayo histórico a partir de un famoso problema matemático. El concepto de “número primo” es algo que aprendimos desde la niñez y, en la mayoría de los casos, ni siquiera despertó nuestra curiosidad. Sin embargo, ha habido personas que se han obsesionado con ellos. No porque sean indivisibles salvo por sí mismos y la unidad, sino porque resulta imposible establecer la frecuencia con la que aparecen a lo largo del infinito de la recta numérica. Entonces han sido estudiados hasta el cansancio.

La música de los números primos no es una explicación matemática ni el desarrollo de un teorema. Es algo mucho más poderoso. Es un recorrido histórico a lo largo de varios siglos en los que las mentes más privilegiadas del campo se han debatido con el problema. Es preciso decir que sigue sin ser resuelto. Sin embargo, las múltiples rutas por las que los matemáticos han optado se volvieron relevantes en tanto permitieron otros descubrimientos.

Marcus du Sautoy presenta la historia de este problema como un thriller fascinante que, por momentos, resulta imposible de abandonar: una muestra de que, en realidad, las disciplinas están interconectadas. ¿De qué otra forma la física más avanzada podría haber asegurado que el universo no es otra cosa sino música?


RETRATO DE UN ESCRITOR MUERTO

ÉDGAR AGUILAR


Verano,
J. M. Coetzee,
Traducción de Jordi Fibla,
Mondadori,
México, 2010.

Un joven biógrafo inglés, Vincent, escribirá un libro acerca del autor de Desgracia, entre otras notables obras. Para ello realiza una serie de entrevistas con personas que mantuvieron una “cercanía” con J. M. Coetzee, quien ha muerto.

Pero lo que encuentra, quizá fuera de sus pronósticos, la mayor parte de las veces es un territorio desolado. Una Sudáfrica interior, por así llamarle, de un hombre serio, esquivo, monótono, un tanto extravagante a su manera y algo torpe con las mujeres, que escribe sin que en realidad nadie a su alrededor repare en su necesidad de escribir.

¿Qué se propuso Coetzee en su última novela? ¿Abrirnos su corazón por medio de personajes que realmente vivieron y lo trataron de alguna u otra forma? ¿Crear una ficción a partir de personajes imaginarios? Es evidente que Coetzee está inventando, pero no sabemos hasta qué punto.

Si en Infancia y Juventud Coetzee nos narra sus peripecias emocionales y existenciales con sobrio sentido del humor, hay en Verano un humor más amargo, más frío, más vuelto a la ironía, aunque, simultáneamente, menos trágico que en sus dos obras anteriores.

Sin embargo, la ironía es elaborada desde otra perspectiva, desde la visión de los entrevistados, quienes refieren historias en apariencia intrascendentes, a veces grotescas, otras más divertidas, pero siempre casuales (con excepción de la prima Margot, aunque esto también sea cuestionable), sobre su relación con el magro hombre treintañero de John Coetzee.

Por lo demás, Coetzee se pasea en la vida de los personajes –que en general se muestran reacios a participar en la biografía– como un espectro, un fantasma. No como un ser tangible, sino como una difusa y molesta presencia que, cuanto más pronto pueda disolverla, mucho mejor. Por otra parte, la relación con su padre, viejo y enfermo, la conocemos a través de los fragmentos de diario de Coetzee.

Asimismo, Vincent detecta en sus entrevistados una especie de encono hacia ese ser marginal, un tanto indefenso y sumamente infranqueable. Julia, por ejemplo, con quien abre la serie de entrevistas, es una mujer joven, práctica y bella, que vive una relación corrompida por la infidelidad y el status que le brinda su matrimonio. Decide entonces probar con un amante, y es así como seduce al joven Coetzee. Éste, sin embargo, no es el amante ideal, y le parece más bien un tipo con poca sal y mucha filosofía.

Al narrar su historia al tenaz biógrafo, a quien inevitablemente relacionamos con el propio Coetzee, percibimos un dejo de conmiseración, mofa, incluso desprecio, y curiosamente una especie de agradecimiento, muy forzado y particular, por cierto, hacia su antiguo pero nada entrañable amante.

Es probable que por lo trunco de los episodios y las cosas que quedaron sin contar, Verano nos deje una sensación de que se nos está narrando una historia que, no obstante, es ninguna historia, y que nos lleva, de igual manera, a distintas y a ninguna parte.