Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de enero de 2011 Num: 830

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La pasión de Carl Dreyer
Rodolfo Alonso

El caso Winestain
Edith Villanueva

Gaspar García Laviana sacerdote, guerrillero y poeta
Xabier F. Coronado

Hitler en un Macondo
Luis Pulido Ritter entrevista con Ana Tipa

Dos Hítleres, el documental

Ernesto Sábato: antes del fin, la resistencia
Antonio Valle

Mesura y desmesura
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Ana García Bergua

Parte de guerra IV

Llegó el día en que el terrible capo Tito Mandrágora, el famoso descoyuntador de dedos, se impuso a sangre y fuego al general Mantarraya y el resto de las fuerzas militares, mediante el lanzamiento de un mortífero obús de gases alucinantes, y estableció su gobierno en las Galerías del Triunfo de Miguel Ángel de Quevedo casi esquina con Universidad. La elección de dicho lugar se debía, afirmó ante los micrófonos de cuatro periodistas temblorosos, al nombre evocador de victorias, por supuesto, pero también al bello mobiliario de peluche anaranjado, la cama con forma de sarcófago que le ayudaba a no pensar y una parrilla para asar carnes al aire libre adornada con una estatua de cocinero regordete con que se había encaprichado. Además, le quedaba a un lado del súper, cosa que no era de desdeñar. Mandrágora, exitoso fabricante de unas pastillitas de las que ya dependen por completo las poblaciones de Iowa, Minnessota, Valparaíso, Michigan y Tacubaya (entregadas a misteriosos rituales en los Walmarts), nombró en seguida su gabinete de ministros: Ministro de Destilación y Sintetización, Ministro de Cobro a Mano Armada, Ministro de Distribución por Aire, Tierra y Ósmosis, Ministro de Espectáculos Terroríficos y Secretario encargado de cargar la esclava de oro y la pistola con chapa de carey chino, regalo de su finada fiancée, fallecida durante la venganza número 54 de su principal enemigo, el Brujo del Suroeste.

Luego de establecerse en la gasolinería El Elíxir, el Ministro de Cobro a Mano Armada, Atenor Belladona, Terror de los Ejes Viales, tras consultarlo con su pequeño gabinete proporcional, llegó a la conclusión de que quizá valdría la pena aprovechar la encomienda y, sobre todo, el variopinto ejército a su disposición, Walmarts de elegantes charreteras con luz eléctrica, para sacarse de encima a Mandrágora, tomar el gobierno y, sobre todo, apoderarse de las Galerías del Triunfo que a Belladona le atraían por el nombre, por supuesto, pero también por sus estatuas de angelitos meones, sus arreglos de exóticas flores artificiales y la antedicha estatua de cocinero que sujetaba una tremenda parrilla para asar carnes sobre la panza. Sin más, decidió eliminarlo, para lo cual le bastó con un microcomando de pistoleros armados de metralletas decoradas con motivos psicodélicos de plata y perlita. Los dichos sicarios acudieron disfrazados de funcionarios del gobierno de Mandrágora que le iban a entregar los impuestos, pero en realidad le iban a tronchar las falanges, los meniscos y el deltoides.

Mas, ¡oh, traición!, los denodados pistoleros se tuvieron que enfrentar a otro microcomando de rufianes, éste enviado a su vez por el recién nombrado Ministro de Distribución por Aire, Tierra y Ósmosis, Eusebio Valeriana, el temible Señor de las Cejas Tupidas, quien asimismo había decidido sublevarse desde la librería Gandhi al considerar la comodidad de enviar a sus hombres en el microbús, provistos de unos rifles de láser con vista infrarroja, orlados de corazones de diamante tepiteño, los cuales expelían aterradoras cumbias y pasodobles gruperos. Sobra decir que Valeriana ansiaba también establecerse en las Galerías del Triunfo, en su caso atraído por el jacuzzi rojo con estatuas griegas de plástico importado del Perú y la sala modelo Sechuan con cojines dorados y hojas de palma artificial. Además del nombre, claro, evocador de laureles y victorias.

Al enterarse de la trifulca entre dos bandas ahora rivales, suyas y entre sí, y nada menos que en el estacionamiento de sus cuarteles, junto a la vaca con paisaje pintado y los muebles para jardín de plástico disfrazado de rattan, Tito Mandrágora procedió a llamar desde su aparato celular incrustado con brillantes de Harrods a su lugarteniente Eusebio Motta, quien gozaba ahora en el jacuzzi con sus tres amantes secuestradas en Shanghai, para que saliera con su enorme guadaña a cortar en pedacitos literales a los revoltosos y esparcirlos por los camellones, acompañados de una de sus últimas creaciones literarias, titulada Se los dije.

Y héte aquí que en esas apareció en el horizonte, proveniente la estación Taxqueña, el renovado ejército del general Mantarraya, quien ya sin la pierna derecha y con nariz ortopédica, estaba decidido a expulsar a los maffiosi de esta importante y bella zona cultural y, de paso, hacerse de un bonito tapiz de venados que le había encargado su señora para su salón Cazadores. Y la guerra volvió a comenzar.