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Nada se sabe de Adriana Morlett, desaparecida hace casi cinco meses

Para las autoridades el caso ha dejado de ser prioritario, lamenta don Javier, su padre

Cursaba el tercer semestre de la carrera de arquitectura en la UNAM, con promedio de 9.7

 
Periódico La Jornada
Martes 1º de febrero de 2011, p. 37

La desaparición de Adriana Morlett Espinoza ha convertido a su padre, su madre y hermano en seguidores de pistas aun a riesgo de su vida, en movilizadores de autoridades y en difusores del rostro y las características particulares de la joven de 21 años, de quien se desconoce su paradero desde hace casi cinco meses.

La tarea y la angustia por la espera han sido tan estresantes que incluso han tenido que tomar pastillas para dormir.

Adri, como la llama su familia, estudiaba el tercer semestre en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con promedio de 9.7.

La tarde del lunes 6 de septiembre de 2010 acudió a la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria. A las 19:38 horas las cámaras del recinto la captaron. Al salir se encontró con Mauro Alberto Rodríguez Romero, estudiante de la Facultad de Sicología, también de la UNAM, quien había marcado varias veces al teléfono celular de Adriana para encontrarse.

Juntos caminaron rumbo al departamento que ella compartía con su hermano y su prima, muy cerca de Ciudad Universitaria, donde incluso había acordado reunirse con unos amigos a las 20:30 horas para ver películas. Pero en el trayecto decidieron caminar hasta la estación Copilco del Metro, donde abordaron el convoy hacia la estación Universidad y después en un taxi llegar a la colonia Santo Domingo, donde vivía el joven.

De acuerdo con las declaraciones de Mauro –última persona que vio a Adriana–, ella entró unos minutos a su departamento. El motivo de la visita ha variado de versión: que fue a ver un sofá que quería comprar al joven, que entró por cortesía y que sólo pasó a dejar su mochila.

Después la acompañó a tomar un taxi en la esquina de avenida Aztecas y Nezahualpilli. En sus declaraciones a la Fiscalía Antisecuestros (FAS) de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, Mauro dijo no recordar el tipo de auto, las placas ni características.

Luego de que fue contactado por familiares de Adriana, que identificaron el número de Mauro porque desde ese teléfono le había marcado antes de su desaparición, él se presentó una semana después a declarar en compañía de un abogado, quien ya había tramitado un amparo. En la actualidad existe una recomendación de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal para que las autoridades no lo acosen.

El viacrucis

Javier Morlett, padre de Adriana, se ve agobiado, se frota constantemente el rostro con las manos como si fuera a enjugarse las lágrimas; él ya no tiene; llora por dentro, dice.

Don Javier, ante la falta de respuesta de las autoridades, ha decidido actuar por su cuenta. No acepta que el caso de la desaparición de su hija ya no sea prioritario y que los funcionarios no atiendan sus llamadas, aunque los recursos de la familia escaseen y en la búsqueda, además del riesgo, enfrenten las vicisitudes emocionales que conlleva recibir llamadas con datos falsos, así como extorsiones en las que amenazan con matar o violar a Adriana si no deposita dinero en una cuenta. Lo cierto es que hasta ahora no hay pistas de su paradero.

Foto
Adriana Morlett Espinoza, estudiante de tercer semestre de la carrera de arquitectura en la UNAM, está desaparecida desde la tarde-noche del 6 de septiembre de 2010

El señor Morlett ha acudido a distintas casas donde se sabe existe trata de personas y a antros de mala muerte, con la esperanza de encontrarla.

El hecho es que nadie se ha comunicado seriamente con la familia después del 6 de septiembre para pedir rescate. No se trata entonces de un secuestro con fines económicos, ni siquiera, explica, hay una línea de investigación concreta, sólo hipótesis.

El fin de semana anterior a su desaparición, los padres de Adriana habían estado en el departamento que ocupan sus hijos desde que entraron a la UNAM y se trasladaron de Acapulco, donde vivían, a la ciudad de México.

Incluso, la mamá de Adriana se fue a las seis de la tarde de ese lunes, momentos antes de que desapareciera. Las incontables llamadas a su teléfono celular no obtuvieron respuesta. En las horas posteriores los padres de Adriana renunciaron a sus empleos en Acapulco y Chilpancingo para buscar a su hija.

Casi cinco meses después, han montado un campamento de búsqueda y su rutina diaria es recibir y hacer decenas de llamadas, llevar fotografías, acudir a dependencias de gobierno, buscar contactos y tratar de encontrar las formas de pedir auxilio para lograr su propósito.

Han pasado por todo: entregar documentos para que las autoridades revisen videos, enfrentar la negativa de la UNAM a buscar alguna pista en el libro de la biblioteca que Adriana había pedido y que semanas después misteriosamente fue devuelto, pedir los videos de seguridad del Metro y saber que fueron borrados, porque se solicitaron después de 72 horas; encontrar resistencia a colaborar del único testigo.

¿Dónde está Adriana?

Javier Morlett habla de Adriana siempre en presente: “Mi hija es un sol, es extremadamente extrovertida. Tiene una energía impresionante. No para de hacer cosas todo el día, baila, hace ejercicio, estudia intensamente. Yo la he regañado por que raya en el perfeccionismo. Le gusta tanto su carrera que puede pasar horas enteras sin dormir con tal de terminar un plano perfecto.

Es muy ingenua, todavía ve caricaturas. Duerme con un muñeco de peluche, conserva sus muñecas de la infancia. Sus cuadernos están llenos de florecitas y pajaritos.

También se refiere a ella como una mujer de carácter fuerte y con determinación: había planeado aprender italiano para ganar una beca y viajar a Europa. Tiene gran cantidad de amigos e intereses.

Don Javier entrelaza los dedos, los suelta, denota desesperación aunque intenta no perder el control.

A los que tienen a Adriana les propongo un trato: que me regresen a mi hija y yo dejo esta búsqueda. Los dejo de acosar como perro para encontrarla. Estoy dispuesto a otorgar el perdón a quien lo haya hecho. Pero si no me la regresan, no descansaré hasta encontrarla, porque yo sé que el que busca encuentra. A mí me quedan varios años de vida y los dedicaré todos a encontrar a mi hija y a los responsables de su desaparición.