Opinión
Ver día anteriorMartes 1º de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La banda del sombrero gris
E

n las antiguas películas de vaqueros, los buenos usaban sombrero blanco y los malos negro. Si quisiéramos representar a unos y otros en el vórtice de violencia en que hunde el país, no podríamos distinguir quién es quién. Los buenos y los malos andarían tocados con sombrero gris.

En Gomorra, su famosa crónica sobre la delincuencia organizada de Nápoles y el combate que libra contra ella el Estado italiano, Roberto Saviano no menciona jamás hechos como los que se han tornado cotidianos en México: la infiltración de los cuerpos y autoridades de seguridad, como bien se ha documentado en diversos reportajes y análisis; la cobertura de sus operativos o huidas por parte de funcionarios y policías de todos los niveles a cambio de decenas y cientos de miles y aun millones de dólares; la existencia de ex policías y ex militares que actúan como estrategas de los cárteles de la droga y otros grupos criminales; el intercambio de favores entre sus capos y los políticos (recursos montuosos para las campañas electorales a cambio de diversas facilidades delictivas o legalizadas a fuerza, como la operación de casinos en Monterrey, que se ha convertido en El Dorado real de los juegos de azar); la sospechosa ineptitud del Ministerio Público para integrar los expedientes de actos delictuosos (el irrisorio 2 por ciento de los arrestos que son sujetos a juicio); la violación de los derechos humanos y la eliminación física, la tortura y la conversión de civiles en chivos expiatorios por los cuerpos de seguridad (ver, por ejemplo, el reportaje de Sanjuana Martínez sobre los excesos de los marinos, en estas páginas, 21/1/11).

En Gomorra no se advierte que el combate al crimen organizado sea pretexto para que el gobierno italiano –aun con Berlusconi a la cabeza– pida a Alemania, por ejemplo, que suplante sus funciones con ese fin. Tampoco para que los soldados de Italia se disfracen de carabinieri (policías), como en Nuevo León, y así poder militarizar los cuerpos de seguridad a efecto de reforzar las condiciones de un Estado de excepción. Eso sería como crear una mezcla de blanco y negro cuyo color fuera el gris. Los italianos no lo permitirían.

Escribo estas líneas con el ánimo golpeado, no puedo evitarlo. Este 29 de enero de 2011 se conmemora el 22 aniversario luctuoso del pintor Federico Cantú, me anunciaba su nieto Adolfo. Hace una década escribí un libro (El espejo habitado) sobre este excepcional pintor nuevoleonés, pero no fueron las imágenes de sus vibrantes desnudos ni de otras expresiones llenas de vitalidad en lo que pensé al instante, sino en un Jesús cadavérico –versión del nazareno entre muchas que él nos dejó– que yace en el suelo como las víctimas de la guerra inútil de Calderón. En ella nos tienen a tres fuegos los señores del narco –como les llama Anabel Hernández en su documentado libro–, el poder panista y el de Estados Unidos, de donde fluyen las armas y quienes nos dicen qué hacer con las que no van destinadas al narco o al mercado negro. Y nos han sobresaturado de cadáveres, en su mayoría de jóvenes (jóvenes sicarios, policías, soldados o civiles); de granadas que explotan por todas partes y de las que con frecuencia, como ocurrió hace casi cuatro meses en la plaza principal del municipio de Guadalupe o hace pocos días en el parque La Cañada de Monterrey, resultan víctimas inocentes, con frecuencia niños; de viles mentiras incesantes.

Hoy es 29 de enero. Ayer se supo la noticia de que había sido secuestrado el ganadero y político Arturo de la Garza González; hoy amaneció muerto de dos balazos en la cabeza. Hijo de Arturo B. de la Garza, un recordado gobernador del estado, y hermano de Lucas, fundador del PRD y ex secretario general de gobierno, fue el ejecutado número 100 en Nuevo León durante este cruento enero. Todavía en 2007 aparecía en La Rocka, una publicación leída sobre todo por gente joven, la lista con los crímenes más difundidos de Nuevo León elaborada por José de la Paz (El top ten del crimen) empezando con el perpetrado en 1933. Dio lugar a una crónica y a una novela de igual título: El crimen de la calle de Aramberri; la primera escrita por Eusebio Cueva ese mismo año y la segunda escrita por Hugo Valdés 60 años después. Eran crímenes espectaculares, pero tradicionales, por decirlo así. Los que hoy se registran en Nuevo León y en la mayor parte del país son de tal naturaleza, que su número, frecuencia y monstruosidad los despoja de sus gravísimas implicaciones trágicas.

Las farmacias no logran atender la demanda de ansiolíticos y antidepresivos; la vida nocturna padece anorexia (sólo los casinos y los grandes prostíbulos prosperan: Nuevo León mantiene el segundo lugar en el país en trata de personas); las cuotas impuestas por los delincuentes organizados detienen la economía; el patrullaje militar y policiaco inhibe los derechos constitucionales de la población. En suma, el eclipse demográfico, empresarial, comercial, agropecuario, legal y de autoridades oscurece su territorio. El mismo escritor Hugo Valdés, al reflexionar sobre El crimen de la calle de Aramberri, se preguntaba: ¿Cómo pensar en tales pesadillas (se refería al comunismo de los años treinta) cuando se pertenece a un lugar donde el trabajo y las costumbres mesuradas son ley, impronta del ser norestense? Si alguna vez ese ser existió, ya agoniza. Y lo peor de todo: no hay debate sobre el tema. Los habitantes y sus instituciones se encierran en sus espacios y también en sus cabezas.

Pero la señora Hillary Clinton vino y dijo que el gobierno mexicano y quien lo encabeza van bien. Si tan sólo hubiera leído el informe del Congreso de Estados Unidos del que dio cuenta David Brooks en La Jornada (28/1/11) habría podido ser más realista.

En abril de 2009, durante la 95 conmemoración del aniversario de la defensa de Veracruz, Calderón aseguró que con los golpes asestados a la delincuencia organizada su gobierno había disminuido la capacidad de fuego y los márgenes de maniobra de los grupos criminales y logrado reducir su acción de impunidad. Al año siguiente, en el mismo aniversario, anunció: No estamos dispuestos a ceder ninguna plaza al enemigo. Las cifras y los hechos han aplastado el discurso oficial. Un último dato: en 13 municipios de Nuevo León, los policías desertaron en masa y dejaron la plaza en manos de la banda del sombrero gris.

¡No más sangre; no más saliva!