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Adiós, don Samuel
E

l lunes 24 de enero nos despertamos con la noticia de que lo inevitable había sucedido: después de una noche de agonía, don Samuel Ruiz García, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, había dejado este mundo.

Conocí a Tatic (Papá) Samuel, como lo llamaban los indígenas, el Viernes Santo del año 1998, cuando, junto con un pequeño grupo de sacerdotes, seminaristas y matrimonios de Monterrey, fui a celebrar aquella Semana Santa en la diócesis de San Cristóbal.

Llegó puntual a la cita, junto con su obispo coadjutor, don Raúl Vera López O.P., para predicar en forma alternada las siete últimas palabras de nuestro señor Jesús en el Calvario. Los vi sobre el pódium, uno junto al otro, como compañeros que compartían una tarea sin rivalidades o intentos de destacar uno sobre el otro, con la naturalidad de dos hermanos.

Me pareció imponentemente sencillo, humilde y amable. Pude darme cuenta del cariño que le tenía su pueblo, al que por espacio de 40 años se entregó sin medida ni pretensión alguna. Aprendí a respetarlo y a valorarlo gracias a mi entonces arzobispo, el cardenal don Adolfo Suárez Rivera, quien de Dios goce, y de quien recibí la imposición de las manos para el orden episcopal. Don Adolfo había sido sacerdote del presbiterio de don Samuel.

También por aquel tiempo aprendí que al valorar a don Samuel y hablar bien de él, automáticamente ganaba yo algunas antipatías y sospechas por parte de los que reprochaban su defensa de los pobres y de los indígenas de su diócesis. No cabe duda que fue un hombre y un pastor excepcional y, por lo mismo, controversial.

Desde 2006, cuando fui elegido para el primer trienio al frente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social, fue para mí un motivo de seguridad y de fortaleza, el contar con don Samuel como parte de nuestro consejo asesor. Me volvía a impresionar por su sencillez: ordinariamente callado, su silencio era sumamente elocuente y su presencia del todo inspiradora para realizar con ánimo nuestras tareas en favor de los más necesitados.

Vamos a extrañar a don Samuel, no sólo los católicos que lo reconocimos y valoramos como pastor que supo mantenerse al lado de los desvalidos, sino también los hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo entero, y todos aquellos que abanderan la lucha por los derechos humanos.

Cualquiera que observe su figura sin prejuicios ni apasionamientos, sabrá reconocer en él a un hombre de una sola pieza, íntegro y abnegado, coherente entre su pensar, su hablar y su actuar. Hombres como él hacen falta en la Iglesia católica y en el mundo. Con más hombres como él, este mundo sería un poco más justo y con un poco más de la paz que tanto anhelamos. No olvidemos que don Samuel fue, ante todo, un discípulo de Jesús, un hombre que amó a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Descansa en paz, Tatic Samuel.

*Obispo de Nuevo Laredo