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Ver día anteriorSábado 5 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Secretario 007
S

ucedió hace ya bastantes años. A la Cámara de Diputados había arribado la singularmente indócil L Legislatura. Una mañana, según el orden del día, la sesión se veía breve y tranquila. Sin embargo, la inteligencia y la agudeza política del coordinador de la fracción panista, don Jorge Garabito, con una sola intervención en tribuna, la transformó en la batalla más cruenta del periodo. En esa ocasión, el más rudo enfrentamiento no se dio entre los partidos, sino dentro de la bancada priísta.

Resulta que el Ejecutivo había enviado una iniciativa en la que proponía que se autorizaran erogaciones para acrecentar las canonjías de que disfrutaban los ex secretarios de Marina. Garabito se opuso terminantemente. Las razones que fundamentaban la iniciativa eran por demás endebles: ¿Haber sido designado secretario de Estado por la sola, aunque constitucional, decisión del Presidente, merecía recompensas ad vitam aeternam? ¿No importaba su desempeño en el cargo? ¿Buenos, malos o peores, indiscriminadamente los ex secretarios deberían ser premiados?

Si habíamos tenido como secretario de Salubridad a un eminente médico como Treviño Zapata o en Educación a un intelectual de la talla de don Jaime Torres Bodet y a otros mexicanos ilustrísimos: Manuel Tello, Barros Sierra, García Robles integrando diversos gabinetes, ¿por qué no les habíamos otorgado trato y reconocimiento semejante? ¿Por qué nunca les proporcionamos cónsules, inspectores escolares, supervisores de obras, cirujanos o enfermeras, para que los atendieran de por vida, tal como ahora se pedían grumetes, alférez y demás bajos estamentos de la Armada, para hacerles la vida fácil a los ex secretarios de Marina?

Garabito sabía que podía ganar un debate, pero no una votación, sólo que su objetivo era otro: provocar, como lo consiguió, un cisma en la tradicional cohesión priísta. Por eso su alegato tomó un rumbo inesperado: se dirigió a los diputados universitarios, tanto jóvenes como mayores, y enfrentó su pasado inmediato con sus convicciones, ¿presentes?: 2 de octubre, ¿sí se olvida? ¿La disciplina los obligaría a votar en favor de las prebendas a miembros privilegiados de las fuerzas armadas?

El pentágono gomezvillanuevista entró en alerta máxima y envió a la batalla a sus más experimentados combatientes. Todo fue inútil: la semilla de la provocación había caído en terreno demasiado fértil. Al final el PAN ganó el debate, el PRI la votación y los ex secretarios de Marina su pretensión de homologar sus canonjías con los secretarios de la Defensa.

El tiempo pasó. Una noche, los integrantes de la L Legislatura festejaban el fin del periodo de sesiones, el anfitrión era el contralmirante Miguel Portela Cruz, quien cubría la cuota que el PRI reconocía a la Armada en cada legislatura, así como lo hacía con los actores, locutores, pepenadores o intelectuales calificados de orgánicos. Ya sin rencores ni agresividad, sino más bien con cierta satisfacción por el triunfo obtenido pese a todo, dijo al grupo de los disidentes (habían sido cerca de 40): “Qué rudos estuvieron contra nosotros en aquella ocasión y, además, sin motivo. ¿Cuándo vieron ustedes una fragata en Tlatelolco?

Rasgo de humor involuntario, el fallido y simplón gracejo no tiene comparación con las recientes declaraciones emitidas por el almirante Francisco Saynez. Estas son, sin excusa posible, expresiones de la más irracional e inhumana prepotencia, amén de una afrentosa convicción de que actuar al margen de la legalidad es su prerrogativa.

Hace cerca de 40 años, un trágico septiembre, entrevisté a los golpistas Pinochet, Leight y Toribio Medina (comandante de la sanguinaria Marina chilena). Ellos también se parapetaban, para defender su defección, en ideas como: la razón de Estado, la obediencia debida, los derechos humanos no amparan a todos los humanos, el uniforme es la única salvación de la patria, para restablecer la paz debemos hacer la guerra, “la manu militari es la mejor garantía de que la ley se cumpla”.

Conceptos como estos inspiran el rechazo del almirante a las recomendaciones de la CNDH. La premisa de su alegato es clara: si para defender a los ciudadanos inocentes, de los ciudadanos delincuentes, nos tenemos que llevar entre las botas a otros ciudadanos inocentes, los ciudadanos marinos tenemos la ineludible obligación de hacerlo. El señor secretario se niega a someter a sus huestes al imperio de la ley porque no quiere ponerlos en riesgo, de lo que se deduce: la única forma que el resto de los mexicanos tenemos para evitar todo riesgo, es portar el uniforme marinero y gozar de la protección del almirantazgo.

Lo más grave de las ideas del almirante Saynez es que se convierten en instrucciones para su estado mayor, y, peor aún, permean perversa y peligrosamente hacia la tropa que realiza los operativos. La impunidad es el mayor aliciente para quebrantar la legalidad, incentivar el ejercicio de la violencia desmedida y anular los derechos básicos del ser humano.

Sus palabras son ominosas; es decir, que son de mal agüero, que predicen desgracias. Cuando exige manos libres para cumplir exitosamente sus tareas, está reclamando la categoría de secretario 007 y, desde el siglo pasado, ya el extraordinario escritor inglés Ian Fleming (1908-1964), padre literario de James Bond, nos explicaba el significado de esos tres dígitos: licencia para matar.

PD. Con todo y lo anterior, sería una injusticia culpar al almirante Saynez de que la Armada incursione tierra adentro en vez de cumplir, en el agua, con los cometidos que la ley le impone: velar por la seguridad y soberanía de nuestras islas y mares, proteger de los actuales bucaneros las riquezas de la nación y muchas más que la Constitución y las leyes le señalan. El señor almirante tan sólo cumple órdenes de la superioridad: el jefe máximo de las fuerzas armadas. Él es el responsable.