Opinión
Ver día anteriorSábado 5 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Melón

En el columpio

E

n la esquina de Zamora y Montes de Oca, en la colonia Condesa, había un frontón llamado Jai-alai –no sé si todavía exista– donde un señor de apellido Ocaña organizaba tes danzantes todos los domingos. Mi amigo Fernando Torres Pita me invitó a acompañarlo y ahí escuché por primera vez a los Guajiros del Caribe. El frontón se encontraba en un lugar bellísimo con un patio grandísimo que servía de pista con una fuente en medio, a la que las parejas le daban vueltas cuando las orquestas terminaban un número y en lo que sonaba nuevamente la música que en aquel tiempo era variada: swing, blues, fox-trot, danzón, paso doble, etcétera.

La música tropical, así le llamaban a la música cubana, estaba presente con guarachas, son montuno, boleros y también porros que, si no son cubanos, sí eran populares, como El gallo tuerto y Micaela. Recuerdo que Bing Báez y Fatty Willie eran orquestas que compartían el cartel musical con mi primer amor sonero. Shampoo de cariño, Dónde va María, Ten jabón y, sobre todo, Los cueros, así como Tuñare, eran parte del repertorio del conjunto de Toño Espino. Como usted, mi querido asere, puede imaginarse cada domingo en compañía de Torres Pita, éste, su enkobio, pasaba lista de presente y así poco a poco irme familiarizando con el sabroso ritmo del son cubano y departir con nuevos amigos que Torres Pita me presentó, entre ellos Pipo Sánchez Cámara, que poco tiempo después formó un conjunto y me invitó a participar en él, junto a Enrique Fisher, Nacho Montesinos y, cuando los Guajiros no tenían tocada, Armando Thomae y su trompeta.

Por otra parte, unos amigos del equipo de futbol de la colonia me llevaron al cabaret Jardín donde conocí a Henry Masselín, que me brindó un apoyo que al paso del tiempo sirvió para mi aprendizaje permitiéndome echar la paloma y ser suplente cuando fue necesario, lo que agradezco profundamente. Así fue pasando el tiempo hasta que Armando Thomae me invitó a un ensayo en casa de Toño Espino y ya no me separé de ellos. Ya Jorge Espinoza había desertado y en su lugar entró Eduardo Lara que más tarde hizo lo mismo, pero sirvió para la incorporación de Mariano Oxamendi y Mario Ramos, ambos cubanos. Este, su bonko, ya era parte del conjunto haciendo coro y empezaba a cantar, pero seguía trabajando en La Nacional, fábrica de clavos, como auxiliar de contador.

Cuando los Guajiros no tenían actividad recorría los cabarets donde tocaban los grupos que me gustaban que eran casi todos, porque en esos años la calidad de los soneros mexicanos era indiscutible y los cubanos que se encontraban entre nosotros en su mayoría eran figurones. Uno de ellos, Eduardo Periquet, trompetista de mucho sabor, tenía un grupo de gran calidad con Daniel de la Vega, en el piano; Andresito Muchatrampa, en el bajo; Chicho Piquero y Modesto Durán, en las percusiones, y por la sección de trompetas pasaron Florecita, Manolo Berrío, Carabela y un mexicano de apellido Montes, apodado Chico Changote; como cantantes Benny Moré, Kiko Mendive, Vicentico Valdés, el juglar de Tlalixcoyan Lalo Montané, Juan Manuel Colombo, Panchito Morales, El Chato Flores, El Morito y éste, su enkrúkoro, también apareció por ahí.

Otro sonero que me hizo sentir mariposas en el estómago fue Cheo Marquetti y que Machito –otro grande– decía era el papá de la criatura. Cada vez estoy más seguro que llegué al ambiente sonero en el momento preciso. En los años 40 del siglo pasado la ciudad de México tenía una vida nocturna impresionante con la presencia de artistas internacionales de tremenda calidad. En cuanto al medio sonero ya tenía una popularidad que iba en aumento y se podía manifestar en cada cabaret donde el son mexicano se iba abriendo paso y penetrando en el gusto del público con números como Shampoo de cariño, El caballo y la montura, El cuento del sapo y Dice mi gallo. Debo reconocer que cada noche para mi era como ir a la escuela y familiarizarme con nombres de figuras que empezaban a popularizarse entre los soneros como Cascarita, Pérez Prado, la Sonora Matancera, el Conjunto Casino, la Orquesta Casino de la Playa, que nos obligaban a ir en busca de sus grabaciones a la voz de ya.

Cascarita grababa no sólo con la Casino de la Playa, también con Julio Cueva y los Hermanos Palau. Así hubo éxitos como Por poquito me tumba, Majarete, Y no le, y Despacito pollito, que no trascendieron más allá del ambiente sonero, pero tenían un jícamo que tan sólo recordarlos me tiene en el columpio. No me juzgue mal, mi nagüe, pero creo que mis recuerdos dan para un libro y espero no morir en el intento, porque también espero dar mi humilde reconocimiento a quienes no les ha hecho justicia la revolución. ¡Vale!