Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de febrero de 2011 Num: 831

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Cuidado con la nostalgia, os matará
Yannis Kondós

Embebidos con las letras
Emiliano Becerril

Emmanuel Carrère: enfrentarse al asombro
Jorge Gudiño

Morente vuelve a México
Alain Derbez entrevista con
Enrique Morente

El pudor, la piel de la conciencia
Fabrizio Andreella

In memoriam James Dean
Ricardo Bada

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Apocalíptica, surrealista y psicodélica

“Se filmó en los Estudios Churubusco de la Ciudad de México; Torreón, Coahuila y Las Vegas. La inversión es 100 por ciento mexicana y el equipo, los productores, el fotógrafo, la diseñadora de producción, el sonidista, el staff, etcétera, son mexicanos. Los únicos gringos que participaron fueron Edward Furlong, Peter Coyote, Edi Gathegi, Slash, una abogada que nos representa en Estados Unidos, y un par de operadores de grúa en Las Vegas”: esto dijo, hará nueve o diez días, Olallo Rubio, al presentar This is Not a Movie (Esto no es una película), su primer largometraje de ficción –antes hizo el largo documental ¿Y tú, cuánto cuestas? La aclaración se hizo pertinente si se considera que tanto el título del filme como sus protagonistas –los dos primeros nombrados en la cita–, así como la historia contada, evidentemente no son mexicanos como sí lo es Rubio, otrora conocido por su labor radiofónica, y, a decir de él mismo, el noventa y siete por ciento de la producción.

Según el cristal con que se mira

El protagonista, hombre blanco maduro llamado Pete Nelson (Furlong), está en una costosa y abarrocada habitación de un hotel en Las Vegas, aguardando el fin del mundo, grave acontecimiento para el que, se supone, faltan unas cuantas horas. Eso es lo que uno escuchará de modo machacón, pero en el fondo se ignora si será verdad pues nada hay, entre aquellas cuatro paredes, que sirva para dar fe de la certidumbre de tal aserto. De hecho, podría ser que también fuese mentira que Nelson está en la susodicha habitación. No importa el número de veces que sea mencionado el inminente fin del mundo; tampoco importa que, a nivel visual, prácticamente toda la diegesis esté circunscrita a aquel espacio cerrado en el que Nelson debate consigo mismo –y esto debe ser tomado literalmente–, desde el principio y hasta el final, This is Not a Movie transmite la sensación de que uno está frente a un enormísimo embuste, construido desde los andamios del delirio, o bien ha sido puesto a presenciar el alucinado y alucinante interior de la mente de ese sujeto poca cosa, ordinario, algo zafio, dubitativo, irónico, soberbio de a ratos, temeroso casi todo el tiempo, displicente, neurotizado, capaz de a ratos de pensar con claridad; es decir, un sujeto común y corriente, como usted y como yo.


Escena de This is Not a Movie

Incómoda, desasosegante, voluntariamente obsesiva-excesiva-reiterativa, This is Not... tiene a su favor mucho más que una factura icónica y sonora impecable, así como un soundtrack que casi hace babear de gusto a ciertos melómanos. Su realizador afirma que esta película, cuyo título sostiene que no es una película, debe ser vista como “una sátira del cine propagandista [estadunidense] de los años ochenta”, pero a este sumaverbos le da por pensar que es varias otras cosas al mismo tiempo. Es verdad que la cinta contiene un elevado número de referencias visuales, auditivas, temáticas y conceptuales que la ubican sin lugar a dudas en la época y el estado de ánimo declarados por Rubio, pero también esa parte del muy ecléctico bagaje debe ser vista bajo la perspectiva de algo que bien pudiera no estar sucediendo, salvo en la mente de alguien que jura no ser el protagonista de una historia en la que, bien mirado, no está sucediendo prácticamente nada.

Lejos de ser un defecto, la ya descrita sensación de timo magnífico es el mayor de los aciertos del filme y le permite a su realizador, entre otras cosas, abordar convincentemente las relaciones entre realidad y ficción o, para decirlo con palabras de Vargas Llosa, le permite hurgar en la verdad de las mentiras a la hora de narrar. Lo que se cuenta es cierto si y sólo si yo, espectador, convengo en que lo es, y en arreglo a ese acuerdo tácito entre quien cuenta una historia y aquel a quien le es contada, todo puede ser verdad: que el mundo se va a acabar; que puedo establecer un diálogo con un Yomismo que se desdobla en otro y luego en otro más; que puede sumarse el fantasma de un viejo amigo muerto –acaso menos fantasmal que yo mismo o que mis desdoblamientos–; que antes del final puede que me sea dado establecer contacto con mi demuirgo, cuestionarlo, pelearme con él, pirandellianamente manifestarle mi desacuerdo...

Por difícil de digerir, puesto que no es pródiga en concesiones ni en ella sucede la sarta de lugares comunes que suelen poblar una cinta de taquilla jugosa, no sería extraño que a pesar de la mucha promoción y las muchas copias, This is Not a Movie tenga un paso más o menos discreto por la cartelera comercial.