Opinión
Ver día anteriorViernes 11 de febrero de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Sí hay lugar para los westerns
Foto
Jeff Bridges y Hailee Steinfeld en un fotograma de Temple de acero
Y

a se habían tardado los hermanos Coen en intentar un western. Aunque Sin lugar para los débiles podría considerarse una versión actualizada y negra del género, Temple de acero marca su primera recreación oficial de ese placer de cinéfilo veterano. No se trata de un remake de la homónima película de 1969, dirigida por el chambista Henry Hathaway, sino una nueva adaptación, no necesariamente más fiel, de la novela de Charles Portis.

La trama es básicamente la misma: la precoz adolescente Mattie Ross (Hailee Steinfeld) está empeñada en vengar la muerte de su padre a manos del forajido Tom Chaney (Josh Brolin); para ello contrata a un comisario con fama de matón, Reuben Rooster Cogburn (Jeff Bridges), quien tiene, en efecto, gatillo fácil, pero resulta ser un borracho parlanchín y renuente a ser acompañado por la chica en la misión. A ésta se une LaBoeuf (Matt Dillon), un Texas ranger vanidoso y medio pelmazo que también persigue a Chaney por otros crímenes.

El Temple de acero de 1969 era una adaptación descafeinada de la novela (para mayores señas, el personaje de LaBoeuf lo interpretaba el cachetón cantante Glen Campbell). En cambio, los Coen han querido restituir el idioma florido y vernáculo de Portis, su excéntrica caracterización de personajes. Contra su costumbre irónica, los cineastas han sido muy serios en sus intenciones, aun cuando la novela poseía incluso más elementos de humor. Por esta vez, los Coen han abandonado el insolente revisionismo de géneros tradicionales, que los había llevado a deconstruir las convenciones del cine negro, la comedia screwball y el cine de gángsteres, entre otros. ¿Será esta otra forma de burlar las expectativas?

Tan sombría como Mattie, quien persigue su propósito con obsesión casi bíblica, Temple de acero es parca en su sentido del humor (negro, claro), pero también en sus emociones. Los Coen mantienen su habitual distancia y narran el relato de forma igual de gélida como el paisaje de Oklahoma donde se sitúa gran parte de la acción. Al mismo tiempo han dejado de lado el estilo formal hiperactivo que ayudaron a poner de moda en los años 80; en su lugar hay una reverencia a las imágenes y sonidos del western clásico, ejemplificada por la partitura de Carter Burwell, quien parece haber tomado un curso intensivo en Dimitri Tiomkin. (Curiosamente, los cineastas han decorado su minucioso museo con piezas desconocidas para la mayoría de los espectadores, citas de clásicos que de seguro les resultarán ajenas.)

No obstante, tras un inicio verborreico y algo disperso que sirve para establecer a los tres personajes y sus diferencias, la película encuentra su centro de gravedad en esa tensa interacción. Ante la terquedad malencarada de Mattie, Cogburn no deja de ser un fanfarrón ebrio, mientras LaBoeuf se siente superior a los otros dos. (Es testimonio de lo capaces y versátiles que son Bridges y Damon el no haber cedido a la caricatura; por su parte, la debutante Steinfeld ofrece una interpretación inusitadamente madura.)

En la medida que se llega al inevitable enfrentamiento con Chaney y la pandilla de maleantes a la que se ha unido, el respeto mutuo habrá crecido entre los tres; incluso el afecto, cosa excepcional para unos realizadores especializados en tratar a sus criaturas con sarcasmo, si no con abierta sorna. En las acciones climáticas Temple de acero adquiere finalmente una estatura heroica. Y no es común usar el adjetivo emotivo tratándose de los Coen, pero así calificaría el epílogo que sella con elegancia la dimensión legendaria de Cogburn, cual debe ser.

Difícil de domar hoy día es ese animal casi extinto llamado western. Por un lado, intentar revivirlo con artificio implica el riesgo de caer en el mero gimmick; por otro, optar por la respetuosa elegía puede derivar en un ejercicio de embalsamamiento. Temple de acero consigue ser un western de sensibilidad moderna pero fuertemente arraigado en su tradición. Así, Ethan y Joel Coen han acabado cabalgando hacia el atardecer con su película más evocadora de lo clásico y, por lo mismo, la más convencional. No en balde es también su esfuerzo más taquillero a la fecha.

Temple de acero

(True Grit)

D: Joel y Ethan Coen/ G: Joel y Ethan Coen, basado en la novela homónima de Charles Portis/ F. en C: Roger Deakins/ M: Carter Burwell/ Ed: Roderick Jaymes/ Con: Jeff Bridges, Hailee Steinfeld, Matt Damon, John Brolin, Barry Pepper/ P: Scott Rudin Productions, Mike Zoss Productions. EU, 2010.