Sociedad y Justicia
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Tamaulipas, “tierra de La Letra”
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Periódico La Jornada
Sábado 12 de febrero de 2011, p. 40

Tampico, Tamps., 11 de febrero. De los mañosos no se puede hablar, dice el viejo abogado. Después de varios encuentros profesionales con la maña, sabe de qué habla.

Hace unos meses aceptó el caso de un par de ancianos. Otros litigantes los habían traído a vuelta y vuelta, sin ningún resultado. Era un caso de despojo. El abogado armó el grueso expediente y comenzó las diligencias. Con todo listo, una mañana fue a visitar al Ministerio Público, al juez, a un actuario. Hacia la tarde, ya en su oficina, recibió la llamada de uno de sus colaboradores: lo habían levantado. Estoy bien, pero quieren que deje ese caso, licenciado. Horas más tarde, ya libre, llevó al abogado el recado de la maña: una detallada descripción de sus actividades de ese día, incluyendo, palabra por palabra, sus conversaciones con los funcionarios judiciales.

Esa noche, con lágrimas en los ojos, informó a sus clientes que dejaba el caso. En este puerto, los asuntos que antes se resolvían en las barandillas o mediante acuerdos políticos ahora se arreglan a la manera de la maña.

Es mejor que te calmes o vemos la manera, le dicen al regidor incómodo del ayuntamiento de Ciudad Madero.

Este señor va a ser el presidente, dijo la maña a los dirigentes de un partido que se preparaban para una elección en ese pequeño municipio vecino. Y lo es. Para el ciudadano común, la presencia del narco hace mucho dejó de ser un asunto de nota roja o de balaceras en la colonia vecina.

Otro cliente del abogado, por ejemplo, tuvo la mala pata de chocar con un taxi pirata. En la delegación de policía, el chofer de taxi sentenció: Son 5 mil. El cliente y el abogado protestaron, pues era un golpecito de nada. Pues entonces arréglense con ellos, dijo, y señaló a los hombres de la maña que controlan todo el aparato de justicia. Por supuesto que pagaron.

Eso en la ciudad, donde todavía es relativamente seguro circular, siempre y cuando se evite el fuego cruzado. Porque en las carreteras de Tamaulipas parece no haber más ley que la de la maña.

El susto de Berenice

Es difícil imaginar quebrada a esta mujer, echada para adelante y dicharachera. Pero a Berenice la quebraron en la carretera. No el día, no en el momento que le pusieron el fusil en la nuca, no cuando le arrojaron las llaves de su vehículo y tuvo que arrastrarse para sacarlas. “Fue al día siguiente cuando las piernas se me hicieron de trapo… Ahora… Ahora ya ni muevo mis camionetas”.

Pero antes de que Berenice hable de cómo se quebró un día, salen a cuento mil y una historias del terror del narco. Una de ellas fue reseñada así, el 17 de abril de 2010, por las agencias de noticias: Cuatro elementos de la Policía Metropolitana del municipio de Altamira fallecieron por impacto de arma de fuego y sus cadáveres fueron colgados en un puente vehicular, señaló un comunicado de la Secretaría de Seguridad Pública de Tamaulipas, sin dar más detalles. Berenice dice que, en realidad, los colgados fueron dos. Los cadáveres del otro par fueron arrojados afuera de las oficinas de Seguridad Pública Municipal. A uno lo conocí, quién sabe por qué diablos le hacía ilusión ganar los 3 mil 500 pinches pesos que le pagaban a la quincena.

El cuádruple crimen fue un mensaje para el jefe de la policía, quien se esfumó al día siguiente y no ha vuelto a aparecer. Berenice es votante del PAN y defiende con todo a Felipe Calderón, con el argumento consabido de que es el único presidente que “ha tenido los tamaños de enfrentar a los narcos, porque hasta Vicente Fox se hizo güey”.

Si se entra en detalles, si se le pregunta si la estrategia del gobierno federal es la correcta, Berenice ya no sabe bien qué decir, se desdibuja la lengua mágica con la que cuenta sus otras historias. Como muchos otros tamaulipecos, ella se ha topado con los retenes de los narcos en las carreteras. La primera vez viajaba con un ayudante, en su camioneta de esas que deben treparse en escalera. Yo manejo como a 140 y me pasó una Hummer color fiucha como a 200. Unos kilómetros adelante tres camionetas bloqueaban el camino. Al frente, un tipo con el arma en ristre la obligó a frenar. Otra camioneta se les emparejó y bajaron la ventanilla. La reconocieron y la dejaron pasar.

La segunda vez fue parecida, aunque el hombre que bajó con el arma era un jovencito. Su fusil parecía muleta, casi lo arrastraba en el piso. La tercera, más reciente, fue en las inmediaciones de San Fernando, donde masacraron a los 72 migrantes. Tierra de La Letra, como dicen aquí para evitar decir, aunque sea en voz baja, el nombre de Los Zetas.

La hincaron en el asfalto y le pusieron el cañón en la nuca. Ella suplicaba. No sean malitos, la uso para trabajar y ni la he acabado de pagar. Uno de los hombres se llevó las llaves y caminó hacia uno de los vehículos, al parecer para consultar al jefe. Ella seguía suplicando. El episodio no duró más de tres minutos y terminó cuando el hombre le aventó las llaves al suelo. ¡Rúmbale como vas!, gritó. Berenice se arrastró debajo del auto, sacó el llavero y arrancó.

“Me dejaron ir porque estoy vieja o porque iba sola, o no sé por qué…” Manejó hasta Ciudad Victoria y se refugió en la casa de un amigo. Fue hasta el día siguiente cuando las piernas se le hicieron de trapo. Berenice se quiere comprar un auto compacto.

Como película de guerra

Un tampiqueño narra su viaje a la frontera, a fines del año pasado, en autobús. El viaje es de noche. El chofer es acompañado por un coordinador, representante de la empresa transportista.

A la altura de Soto la Marina, el conductor disminuye la velocidad para finalmente detenerse en una gasolinera. Poco después ya son siete los autobuses varados. Los choferes y los coordinadores han recibido mensajes de que más adelante, a la altura de la entrada a Abasolo, hay un evento.

El pasajero desciende. Luego de insistirle, logra que el coordinador le diga que bajaron la velocidad para no toparse con un comando que cargaba gasolina poco antes en el mismo lugar. Y que ahora esperan el aviso de que el evento ha concluido.

Cuando reciben el aviso, el viaje se reanuda. Veinte minutos después, el autobús esquiva una camioneta atravesada en la carretera, con las puertas abiertas. Más adelante, una escena como película de guerra: varios vehículos incendiados a los costados del camino.

Recorrimos varios metros de desastre, sin atrevernos a movernos, sólo rezando y pidiendo a Dios ser invisibles ante los ojos de esa gente. Algunas camionetas negras rebasaban al autobús de pasajeros. “No había ningún tipo de vigilancia en todo el recorrido. Aproximadamente una hora y media después de los acontecimientos encontramos el primer retén de soldados…”

“Al regreso ya estaba acordonada la zona por militares y pudimos ver a la luz del día un poco de lo acontecido la noche anterior. De una camioneta gris los soldados sacaron carpas verdes del color usado por el Ejército, uniformes camuflados, gorras, cadenas con púas, cobijas, cargadores curveados… En la orilla de la carretera había miles de casquillos”.

La respuesta del gobierno

Los asaltos en las carreteras tamaulipecas ocurren a todas horas del día y han hecho que cada vez menos gente se anime, por ejemplo, a ir de compras a la frontera.

Cuando los viajeros corren con suerte sólo les roban dinero y joyas, no los vehículos. Eso sí, todos son advertidos: Ni se te ocurra denunciar, ya sabemos quién eres y si denuncias vamos por ti y te damos piso (te matamos), es la amenaza que suele acompañar al despojo de las carteras.

Desde el año pasado, el problema es general. Las asociaciones empresariales exigen en estos días al gobierno blindar la carretera Monterrey-Tampico, sobre todo porque se avecinan las fiestas que atraen turistas que habitualmente llegan por carretera.

La respuesta oficial corre a cargo de Morelos Canseco, secretario de Gobierno de Tamaulipas: Es importante transitar a ciertas horas del día, en mejores condiciones de iluminación, en unidades de transporte en buen estado y, de ser posible, coordinarse con otras personas que lleven el mismo destino, tomar las previsiones y las precauciones necesarias, al conocimiento de que han ocurrido incidentes que mucho lamentamos que ponen en riesgo la seguridad de las personas y en algunos casos han tenido lamentablemente consecuencias en su patrimonio e incluso en su vida.

Los reporteros preguntaron a Morelos Canseco sobre las rutas de mayor riesgo: Por el momento todas.

La alternativa inexistente

Tú sabes que los fronterizos tenemos la manía de comprar del otro lado hasta el pinol, dice con una risa la mujer empresaria, ahora sola y sin amigas. Antes, en las fiestas conocías a 98 por ciento; ahora ese mismo porcentaje es de gente que no conoces.

El Colegio Americano, una de las escuelas de la elite tampiqueña, perdió 150 alumnos el año pasado. Lo mismo pasó con el Instituto Cultural Tampico y con la filial de la Universidad Anáhuac. “Tenía alumnos que ya se fueron a terminar sus carreras… ¿a dónde, a Monterrey? Claro que no; al Distrito Federal, que ahora es más seguro”, aclara un profesor universitario.

Se han ido los Fleishman, que embotellaron la primera Coca-Cola en México, en 1926. Y los Grossman, del Grupo Continental. Con ellos, todos los apellidos que ponen y quitan a los alcaldes, pero que no pudieron con la guerra entre los cárteles.

La elite tampiqueña de cien años se acabó, todos se fueron, se lamenta la empresaria.

¿Ir al otro lado a comprar el pinol? Ni pensarlo, con las carreteras llenas de retenes de los narcos. Claro, personas como la empresaria solían viajar en taxi aéreo, avionetas con vuelo directo a Brownsville. “Pero dicen que la maña tiene el control de las listas de pasajeros.”

Los charales y el Papa

El gobernador Egidio Torre visita Tampico. Son los primeros días de su administración, que comenzó el primero de enero. El asesinato de su hermano Rodolfo, ejecutado con varios de sus colaboradores en un camino de Soto la Marina una semana antes de los comicios de julio del año pasado, lo hizo candidato y gobernador.

Del gobernador Egidio Torre se dicen sobre todo tres cosas: una, que borró de su equipo a los colaboradores de su hermano; dos, que siempre fue el verdadero socio de negocios del ex gobernador Eugenio Hernández, y tres, que sus acciones de gobierno se han limitado, hasta ahora, a visitar municipios rodeado de un dispositivo de seguridad nunca antes visto en estas tierras. Unos 150 elementos de las fuerzas estatales lo acompañan en sus visitas, sin contar los policías municipales que se ponen a su servicio, ni las fuerzas federales que rondan por ahí.

Cuando visitó Tampico, el regidor Ricardo Ramírez les dijo a sus pares, en broma: ¿Qué hacen esos ángeles barrigones arriba de la catedral? Eran los francotiradores que acompañan las giras del gobernador.

El Papa puede ir a la zona más anticlerical del planeta con menos seguridad que el gobernador Egidio. Si él tiene que moverse así, imagínese los charales.

El narco y la lucha social

Cuando habla de las luchas de los colonos de la zona, el líder social pone en el mismo costal a narcos y políticos: “Si te oponías te echaban a la maña. Eugenio Hernández (el ex gobernador) y su grupo son los reyes del despojo”.

A él, sin embargo, nunca le pasó, aunque en la colonia donde protagonizaron una larga resistencia que terminó con un desalojo –codiciados los terrenos por el ex alcalde Óscar Pérez Inguanzo y los dueños de una marina– veían pasar a los malosos a cada rato. Tras ser reprimidos, cuatro de los dirigentes fueron a dar a prisión. Como todos, tuvieron que pagar la cuota de ingreso que cobra, en ese caso, el CDG. Quizá por ser luchadores sociales y no delincuentes comunes, recibieron trato especial. La cuota es de 10 mil pesos. A cambio, el nuevo preso evita ser golpeado todos los días (le llaman tablear, porque las víctimas son golpeadas con una de esas cucharas planas y enormes que se usan para cocinar carnitas). Los luchadores sociales sólo pagaron 2 mil 500 pesos cada uno.

Quiero vivir en el DF

José Antonio (nombre ficticio) es muy joven y tiene un buen trabajo en la zona del puerto. Vivió seis meses en el Distrito Federal. Se regresó porque no sacaba ni para pagar la renta, pero su sueño es volver a la capital. Nació aquí, pero no le gusta Tampico. Voy muy seguido al DF, pero cuando volví luego de los seis meses, aquí me sentí muy inseguro.

El muchacho lee muy poco los periódicos y casi no hace vida nocturna. Lo suyo es el rock pesado y aquí nunca ha habido un concierto de la música que le gusta.

En una sentada cuenta que las cosas comenzaron a ponerse feas dos años atrás, pero el peor fue el año pasado. Tiene mil historias aunque jura que su papá, buen conversador, las cuenta mejor. Y que su mamá sabe más porque es adicta a Facebook y al Twitter. “Las raras veces que voy a salir me dice: ‘no te vayas por tal camino porque hay balacera’.”

José Antonio sabe por otros jóvenes que la vida nocturna se acabó, que muchos lugares de reunión han cerrado sus puertas. Antes de citarlo aquí (se refiere al restaurante donde toma un café) tuve que preguntar si seguía abierto.

Su familia quiso poner una papelería. Construyeron el local pero ahora lo usan de cochera. “Coincidió con todo lo que está pasando y desistimos por todas las historias que oímos de comerciantes a los que les exigen la cuota; no tanto por no pagarla, sino para no entrar en relación con ellos”.

José Antonio calla unos segundos y machaca: Voy a volver, porque quiero vivir en el DF.

El peor de los mundos posibles

Los tampiqueños se sienten abandonados. Aquí no hay autoridad, no hay gobierno, dicen en todas partes. Lo dicen aquí, en el Centro Histórico y su sabor a puerto, con sus balcones y columnas de hierro colado, los vivos colores en sus bellos edificios de principios del siglo pasado. En una caminata, los guías señalan los lugares que cerraron para evitar la cuota. Y hablan con nostalgia de los tiempos que se llevó la guerra del narco: A la una de la mañana había vida, vida de puerto, pero aquí todo se apagó.

No muy lejos se despide el viejo abogado: “De los mañosos no se puede hablar. Es una nueva forma de vivir. Todo mundo está resignado, no hay una voz discordante”.

Viejo es también el regidor Ramírez, que sigue aquí como el abogado, molesto con aquellos que tuvieron la reacción cómoda de irse, y no de quedarse a enfrentar esta realidad.

¿Y cómo enfrentarla? Ya no hay nada de vida política, manifestaciones, nada. Estamos haciendo una historia de uniforme mediocridad, remata el abogado.

Se encoge de hombros el regidor cuando habla de la estrategia del gobierno federal y algo dice de la obsesión del Presidente por mantener a Genaro García Luna.

Maestro en dos universidades, a Ramírez no lo consuela la juventud que ve: Ya no quieren ser becarios, sino sicarios. Es el principio apenas. Y esta situación nos va a arrastrar a todos al peor de los mundos posibles.