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Dromedarios con las pirámide al fondo, (ca. 1923). Foto: Rudolf Lehenert

 

El síndrome de Egipto

 

–¿Tiene la intención de votar por Hosni Mubarak?

–Él pasa de mí, ¿por qué tendría que preocuparme yo por él? —dijo muy serio.

–¿Y por qué pasa de usted?

–¿Tiene un millón de libras? —preguntó mirándome.

–No —respondí totalmente extrañado.

–Entonces también pasa de usted. A este hombre sólo le interesan los que tienen más de un millón de libras.

 –Esto no es una cuestión de amor, no se va a casar con él. Se vota por el bien el país.

–Para votar tendría que interesarme. Aparte, nunca he votado. No tengo carnet electoral y no conozco a nadie que lo tenga. ¿Puede creer que en mi larga vida no he visto a nadie que tenga carnet electoral? ¿Usted lo tiene?

–No.

*Diálogo con un taxista del Cairo, recogido por Khaled Al Khamissi

 

Al abismal empobrecimiento de la práctica política que hoy padece México, donde las identidades partidarias, ideológicas y hasta éticas se diluyen en aras de lo que siempre resulta ser negocio, mera avaricia, sin nada que ver con compromisos de campaña, principios, y menos aún con el servicio que se supone han de prestar gobernantes y congresistas.

A la generalización de la violencia inútil e inhumana en casi todo el país donde, hasta nuevo aviso, la vida no vale nada.

A la participación creciente de las redes de narcotráfico y delito organizado en la vida política institucional mediante el financiamiento de campañas, el chantaje y la infiltración de los grupos gobernantes, sus policías y las fuerzas armadas. Sin olvidar la expresión cotidiana de este nuevo civismo cínico en las extorsiones o “cuotas de protección” a comercios, profesionistas, escuelas, agricultores, transportistas y todo lo que se mueva en términos económicos.

A la abierta militarización del territorio nacional, que ahora resulta una búsqueda descarada, por parte de las fuerzas armadas, de “mentes y corazones” de la población infantil mexicana, en un contexto de “guerra” donde al menos mil niños han sido asesinados por criminales, policías y soldados desde 2006.

Sí, a esos daños colaterales. A los 18 mil “levantones” según registros de las fuerzas armadas; a los treinta y tantos mil muertos (y feamente) en los últimos cuatro años. A la “normalización” de la tortura.

Al desencanto que se generaliza en la población, presunta carne de urna que ya no sabe qué o por quién está votando, mangoneada a golpe de “programas”, despensas y entretenimiento con estrellas subnormales de las televisoras comerciales (las verdaderas “escuelas públicas”, tribunales de facto, puntales intangibles de la represión y el ocultamiento de los hechos). El mexicano es un pueblo afrentado por la brutalidad, mientras sus gobernantes, también llamados “los políticos”, cada día parecen más unos gesticuladores o farsantes.

A la desatada campaña de despojo territorial emprendida por las transnacionales mineras en busca de oro al precio que sea (hoy alcanza su máximo histórico de mil 400 dólares la onza), y cualquier otro mineral disponible. Todo sirve para ser tirado a la basura, y tirar a la basura es la única meta clara del capitalismo en esta fase salvaje y sin reglas, lo cual incluye por supuesto la extracción de hidrocarburos, agua y madera en escala planetaria y detrimento del futuro próximo, sin ir más lejos.

Al desarrollismo oficial que, con las mejores intenciones bancomundialeras, arrasa para construir irónicas lápidas a la naturaleza y los pueblos en forma de represas, puentes, refinerías, zonas industriales, ciudades rurales, clubes de golf, elefantes blancos sobre los crecientes páramos que nos heredará Monsanto. Ah, el siempre jugoso negocio de “construir”.

A las decenas de millones de mexicanos de toda clase (siempre que sea baja) que migran y padecen; o no, y padecen. A los indígenas y campesinos que aún defienden sus tierras, y a los que ya dejaron de defenderlas.

A los jóvenes, cuando la juventud está pasada de moda, si acaso digna de lástima para un sistema que ignora a las nuevas generaciones, las ningunea con apodos y estadísticas, empobrece su educación, se las usurpa.

A la percepción contagiosa de que estamos atrapados en la descomposición de esto y aquello y ni modo. Y a la sospechosa lluvia de dólares que mantiene a flote las arcas de un próspero gobierno de guerra a la medida del de Washington, que a eso se dedica.

 

A la cadena de calamidades que nos abruma los días y nos roba las noches es que habla el sorpresivo despertar de la población en Egipto en enero de 2011. Los estudiantes, los trabajadores, los profesionistas, los desempleados, las madres de familia, le ponen fin a treinta años de miedo, inaugurados con el asesinato del presidente Sadat y la implantación en 1981 de un “estado de excepción” que nunca fue levantado; se convirtió en el modus operandi de un gobierno corrupto, autoritario y represor.

Que le costara tantas décadas reaccionar a un pueblo que, al igual que el mexicano, no merece los gobiernos que ha padecido desde el siglo pasado, también debe alertar sobre el peligro de que un pueblo se acostumbre a la derrota, lo cual suele ser el salario neto del miedo.

La “mayor revuelta regional” que recuerda Noam Chomsky, un observador que ha vivido más de 80 años, según dijo de las protestas que hoy recorren el mundo árabe, tienen su epicentro en Egipto y podrían cambiar seriamente los equilibrios (y desequilibrios) del sistema-mundo vigente que cuenta con toda clase de aparatos bélicos, mediáticos, represivos, listo para impedir que los pueblos reaccionen a los despojos que sufren en el campo y la ciudad (¿de Bachajón a Tláhuac?). El sistema y sus ramificaciones inhiben la conciencia, persiguen la inconformidad, la desprestigian, la quieren confundir con la ilegalidad que precisamente combaten las protestas ciudadanas en favor de la democracia real, la de la gente, no la de los cuentos de hadas y la narrativa política de los farsantes.

Los pueblos árabes, como pocos años antes lo hizo Bolivia, apelan a todos los que todavía saben que sí se puede, que la novedad de la patria es inagotable, que las manos del futuro son las nuestras.

 

*En Taxi (2006), libro que devino muy popular en los países árabes y que consiste simplemente en conversaciones con taxistas de la capital egipcia (publicado en castellano por Editorial Almuzara, Madrid, 2009). El autor es escritor, periodista y conductor de televisión. 

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