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Bajo la Lupa

¡Insólito Egipto!: la casi revolución juvenil pacífica y el silencioso golpe militar

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Mujeres en una de las manifestaciones que buscaban la salida de Hosni Mubarak del gobierno de Egipto, en la plaza Tahrir de El Cairo el pasado 8 de febreroFoto Ap
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enía que suceder en Egipto, asiento de varias civilizaciones, donde se ha escenificado un golpe militar de facto que no se atreve a pronunciar su nombre, en sincronía con una casi revolución juvenil pacífica que todavía no concreta el cambio de régimen, para convertirse en genuina revolución, aunque ya consiguió su primer objetivo: la defenestración del poder del autócrata Mubarak y su pelele Suleiman.

La noche anterior a la defenestración del sátrapa Mubarak, quien se negaba contumazmente a abandonar el poder, se habían generado cuatro situaciones simultánemente kafkianas: 1) Un presidente de jure, el gerontocrático militar Mubarak, quien delegaba la mayor parte de las prerrogativas presidenciales a su recién entronizado vicepresidente, el torturador Omar Suleiman (desde el punto de vista de la caduca Constitución hecha a modo para el ancien régime, Mubarak no solamente podía recuperar sus prerrogativas delegadas cuando deseara, sino que también conservaba las prerrogativas inalienables de abolir la Constitucón y despedir tanto al gabinete como al Parlamento); 2) un presidente de facto, Suleiman, el hombre de Israel y la CIA (según Wikileaks); 3) el desbordamiento pacífico de la revuelta de las pirámides a punto de convertirse en genuina revolución, y 4) la formación de un Consejo Supremo Militar pentagonal (en el doble sentido: por el número de sus integrantes como por la bendición del Pentágono de Estados Unidos), conformado, según mis fuentes egipcias, por cinco generales, encabezado por Tantawi (una marioneta de Mubarak, según Wikileaks) y el jefe de estado mayor Sami Anan –quien coincidentemente se encontraba en Washington el 25 de enero, fecha del inicio de la revuelta–, además de los jefes de las fuerzas de aire, mar y tierra, quienes se reunieron sin la presencia ni la efigie (símbolo fundamental en la liturgia del poder medio oriental) de su supuestamente comandante supremo (Mubarak), y que, al estilo depurado del anterior golpe militar de 1952 (del general Neguib y el coronel Nasser), emitía su primer comunicado muy edulcorado.

El golpe de Estado silencioso ya estaba dado la noche del 10 de febrero y se colocaba entre dos polos diametralmente opuestos, entre el ancien régime de la dupla Mubarak-Suleiman, en pleno abandono, y la juvenil revuelta pacífica de las pirámides en la fase de la casi revolución y a la que le falta asestar el golpe final del cambio de régimen, es decir, civilizar al nuevo régimen militar pentagonal con la cesión del mando a los civiles, quienes nunca han gobernado democrática y republicanamente en la historia de Egipto.

La revuelta de 1916, entonces azuzada por Gran Bretaña (GB), desembocó en la instalación de una monarquía con régimen parlamentario.

Más allá de la coincidencia cronológica del golpe de Estado silencioso del 11 de febrero en Egipto con la revolución jomeinista de hace 32 años, a escala regional, en la era post Mubarak, el Medio Oriente entra al inicio del fin de la aciaga era israelí con el ascenso de Turquía e Irán como nuevas potencias emergentes y cuyo barómetro exquisito serán los 11 kilómetros de frontera de Egipto con Gaza (controlada por el grupo palestino proturco y proiraní de Hamas): la mayor cárcel viviente del planeta (papa Benedicto XVI dixit), todavía bajo el inhumano sitio de Israel con triple bendición de Estados Unidos, GB y el ancien régime egipcio. ¿Mantendrá la junta militar el bloqueo inhumano a Gaza que la casi revolución juvenil pacífica desea levantar cuanto antes?

Hamza Hendawi, jefe de la oficina de Ap en El Cairo, aduce que un golpe militar se encontró detrás de la salida de Mubarak (My Way, 11/2/11), opinión que un servidor externó como el primer escenario más probable en Bajo la Lupa, que luego repetí en todos los medios internacionales y nacionales que me honraron con sus invitaciones.

Hamza Hendawi comenta que fue el pueblo quien forzó la salida del poder del presidente Hosni Mubarak, pero son los generales quienes detentan el poder ahora. La revuelta egipcia de 18 días produjo un golpe militar. Los militares estaban desgarrados entre su lealtad al régimen y los millones de manifestantes pero, debido al desafío del presidente a las crecientes multitudes y su afianzamiento al poder, el ejército egipcio se movió en forma definitiva para tomar el control del poder.

En realidad, los militares, anquilosados en el poder desde 1952, nunca lo soltaron; solamente cambiaron su (co)mando ejecutivo.

Que el presidente de facto Suleiman haya redelegado al Consejo Militar Supremo los poderes y perrogativas supuestamente inalienables del presidente de jure en huida humillante será motivo de bizantinos debates constitucionales que ni vienen al caso, porque es la casi revolución juvenil pacífica, que no abandona todavía la plaza Tahrir, la que ha legitimado el golpe militar silencioso en su primera fase, es decir, la defenestración de la dupla Mubarak-Suleiman. Inclusive, un sector ilustrado de la oposición imploró la intervención del ejército para evitar una explosión.

El mayor general Safwat el-Zayat, anterior funcionario de primer nivel del servicio de espionaje, susurró al portal de Al-Ahram Online (que se cargó al final con los contestatarios) que los discursos de Mubarak y Suleiman fueron en desafío a las fuerzas armadas.

Praveen Swami y Richard Spencer, de The Daily Telegraph (11/2/11), preguntan cómo y cuando se dará la transición a la democracia.

Agregan que “el establishment militar tiene ahora la difícil tarea de construir instituciones democráticas, sin comprometer su autoridad y sus propios privilegios (sic) institucionales”.

Shashank Joshi, becario de RUSI, pregunta correctamente si no es aún muy temprano para celebrar en Egipto (BBC, 12/2/11).

La caída de la dupla Mubarak-Suleiman es apenas el primer paso hacia las reformas democráticas que ha prometido implementar el pentagonal Consejo Supremo Militar, pero de acuerdo con sus propios tiempos, que son muy lentos frente a la prisa revolucionaria.

A juicio de Shashank Joshi, “el establishment militar puede sufrir enormes pérdidas (¡súper sic!), en términos políticos y financieros, con las genuinas reformas democráticas”. Mas aún: en caso de que el futuro gobierno busque trazar una política independiente con Israel o Hamas, los militares serán renuentes en poner en peligro su flujo de la ayuda estadunidense, lo que desembocaría en una situación parecida a Pakistán, donde los líderes elegidos carecen de control sobre su política exterior.

A mi juicio, existe el alto riesgo de que el golpe militar silencioso degenere en el síndrome Honduras: elecciones seudodemocráticas y teledirigidas por Estados Unidos bajo la cobertura de un golpe militar tolerado.

Los contestatarios pro democracia permanecen aún en la plaza Tahrir, un día después de la doble defenestración de Mubarak y Suleiman, y han jurado permanecer in situ hasta que el Consejo Supremo Militar acepte su agenda para la reforma (Reuters, 12/2/11).

La casi revolución juvenil y pacífica de las pirámides no acaba; apenas comienza.