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La Petatera, símbolo de Villa de Álvarez y patrimonio cultural reconocido por el INAH

Recibe fugaz coso de Colima miles de aficionados a las corridas de toros
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Luis Alberto Gallardo Ceballos y su abuelo, Jesús Ceballos Béjar, cosen los petates que cubren La PetateraFoto Verónica González
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La construcción de la plaza provisional es una tradición que ha pasado entre generaciones y da identidad a los habitantes de Villa de Álvarez, ColimaFoto Verónica González
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 18 de febrero de 2011, p. 36

Villa de Álvarez, Col., 17 de febrero. Como es tradición desde hace 150 años, la plaza de toros La Petatera de Villa de Álvarez abrió sus puertas el sábado 12 de febrero, para recibir hasta el día 27 a toreros y rejoneadores nacionales e internacionales, y convertirse durante tres semanas en el centro de reunión de miles de colimenses.

La Petatera es un coso hecho de palos y petates cosidos que los vecinos de Villa de Álvarez levantan durante diciembre, enero y febrero para la realización del máximo festejo del municipio. De hecho, las fiestas taurinas y de charrería no podrían entenderse sin la plaza, inscrita en el inventario del patrimonio cultural inmaterial elaborado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Considerada monumento artístico nacional por su fisonomía única en el mundo, La Petatera es símbolo de identidad de los villalvarenses; sus creadores son campesinos, obreros, albañiles y choferes que cada año se esmeran en apuntalar y amarrar palos para recubrirlos de petate y formar una plaza desmontable con capacidad para 5 mil personas.

La festividad del municipio de Villa de Álvarez data de hace 153 años, cuando los pobladores de la entonces Villa de Almoloyan y la Villa de Colima adoptaron como santo patrono a San Felipe de Jesús, quien entonces tenía la categoría de beato, para que los protegiera de los frecuentes terremotos y ciclones.

La fiesta se inició en Colima, pero con los años se instaló en Villa de Álvarez. Los pobladores la acogieron con un fervor religioso que con el paso del tiempo se sincretizó con formas de celebración paganas que incluían música, corridas de toros, cabalgatas y bebidas alcohólicas.

Enclavada en un municipio eminentemente agropecuario, la festividad adquirió las características de un pueblo dedicado a las labores del campo y a la producción de sal natural.

Petronilo Vázquez Vuelvas, ex regidor y ex director del Patronato de las Fiestas Charro-Taurinas de Villa de Álvarez, recordó que hace 40 años, terminada la cosecha de maíz, 10 por ciento de la población se trasladaba al municipio costero de Armería para trabajar en la laguna de Cuyutlán y extraer la sal de manera artesanal.

En esos meses el pueblo se quedaba semivacío. Luego, al iniciar la siembra, los pobladores retornaban, comenzaban a arar la tierra y se quedaban hasta la cosecha, de modo que la festividad celebrada cada febrero era el único medio de diversión con el que contaban, explicó.

Rafael Tortajada, quien fue cronista de Villa de Álvarez durante dos trienios, narró que en un principio la plaza de toros era solamente un corral de troncos con tablados para las personas importantes, mientras el pueblo se acomodaba donde podía. Así continuó hasta 1940, cuando el entonces presidente municipal, Felipe Ahumada, interesado en preservar la fiesta, comisionó a Severo Urzúa, apodado El Bule, para que recorriera poblados de la zona occidente del país en busca de plazas cuyas características pudieran adaptarse a la región.

Encontró una en Autlán, Jalisco, hecha con petates, y copió el modelo para Villa de Álvarez. Año con año los trabajadores hicieron adecuaciones, a tal grado de que en la actualidad cuenta con 70 tablados que dan cabida a unos 5 mil espectadores, aunque se dice que ha habido ocasiones en que la plaza ha estado a reventar, con 7 mil asistentes, explicó.

La tradición de construir la plaza cada año se conserva. Algunos socios contratan trabajadores para que levanten sus tablados, muchos otros mantienen la costumbre de sus bisabuelos y llevan a sus hijos y nietos para apuntalar palos, amarrarlos a los horcones con ixtle (no se utilizan clavos), coser los petates para envolver la plaza y cubrir los tablados para protegerlos del sol.

Jesús Ceballos Béjar tiene 78 años de edad y desde los 12 acude a La Petatera. Dice que antes los vecinos tardaban 18 días en levantar la plaza, pero ahora tardan casi dos meses porque muchos, como él, levantan los tablados con las manos.

Me gusta escoger mi madera, mis horcones y petates, y mis nietos me ayudan a construir el tablado. Nosotros venimos a diario a trabajar porque queremos conservar la tradición de la plaza; además, nos sirve de diversión, señaló.