Opinión
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xiste un contexto que hace posible una proliferación de movilizaciones en el mundo a la manera en que la ola de rebeldía juvenil se expandió hace 43 años desde la Polonia comunista, la Francia republicana y el México autoritario. Tres son factores claves. El maltrato a los jóvenes, sujetos a las más altas tasas de desempleo, la violencia y una expectativa sumamente pesimista de progreso y movilidad social. Una insultante desigualdad entre un puñado de muy ricos y amplias masas en condiciones graves de pobreza. La revolución de las telecomunicaciones –tanto en televisión, cine y radio como en las redes sociales– que ha generado varias rupturas en términos de distancias geográficas, de tiempo real y de acceso a la información.

La interacción de estos tres factores es evidente. Jóvenes de todas partes del mundo descubren que su condición de falta de oportunidades existe lo mismo en países desarrollados que en vías de desarrollo, en regímenes autoritarios que en democráticos, en occidente que en oriente. Al mismo tiempo, observan a través de esos medios de comunicación la riqueza insultante de unos cuantos y su despliegue publicitario. Varios programas de televisión o revistas de sociales que ensalzan la vida dispendiosa son mejores catalizadores de rebeldías sociales que cualquier manifiesto comunista. El contexto político y cultural para las explosiones sociales es éste. Hay desde luego factores aceleradores, como la crisis financiera, el desempleo estructural, la aguda crisis de alimentos, la mediocridad y corrupción de las clases políticas. Pero, sobre todo, están presentes de manera relevante los itinerarios específicos de las resistencias populares en cada país, en cada sociedad.

No sólo las condiciones de miseria y de opresión explican las movilizaciones en Túnez y Egipto. Hay una gran cantidad de pequeños movimientos, actos de protesta, represiones en pequeña escala y muchas formas de agravio a los ciudadanos, particularmente los jóvenes. Dada la escala de esos acontecimientos, rara vez logran ser noticia en los medios tradicionales, sobre todo cuando existen restricciones a la liberta de expresión. Es imposible entender las presentes insurgencias sin ese mapa oculto –a los ojos de gobernantes y sus servicios de seguridad– que traza la ruta de los agravios y destacadamente del aprendizaje social de los pueblos para enfrentarse a sus opresores.

Así, por ejemplo, el Movimiento 6 de abril, un grupo de jóvenes clave en la revolución egipcia, surgió como consecuencia de una huelga textil hace algunos años. Ver en Youtube www.youtube.com/watch?v=QrNz0dZgqN8

Slim Amamou, blogero tunecino arrestado unos días y luego nombrado ministro de la juventud del gobierno provisional, señala que hacía años se venían preparando en la red.

Carlos Monsiváis decía que quienes se movilizaban habrían de vencer tres obstáculos: El de la apatía, que es la principal barrera entre el ciudadano que se siente agraviado pero que no está dispuesto a actuar contra esa situación. El miedo al ridículo, al qué dirán, y el miedo frente a las medidas que el régimen puede y ha tomado contra disidentes.

Se tiende a creer que los regímenes políticos son indestructibles. Las movilizaciones en gran escala diluyen esa creencia, pero el costo en vidas es alto –más de 300 muertes en la insurgencia egipcia.

Lo que ha ocurrido hasta hoy en Egipto y en Túnez ha sido un autogolpe militar en las alturas y una rebelión popular en la base. Las movilizaciones después de un triunfo político se multiplican en el ámbito de las demandas sociales y los interinatos se mueven lentamente hacia las reformas políticas. Aquí hay dos factores cruciales: la claridad estratégica del grupo dirigente para ceder y ampliar su base de apoyo, y la paciencia estratégica del liderazgo opositor para modular la presión social.