Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de febrero de 2011 Num: 833

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Ricardo Venegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

El accidentado viaje
de Óscar Liera

Raúl Olvera Mijares

John Irving, la lupa estadunidense
Ricardo Guzmán Wolffer

Ver Amberes
Rodolfo Alonso

El cráneo crepitante
de Roger Van de Velde

La vida privada y
la vida pública

Laura García entrevista con Gustavo Faverón

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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El accidentado viaje de Óscar Liera

Raúl Olvera Mijares

Perdido entre una multitud de nombres, sea de autores de la Nueva dramaturgia o bien de la Dramaturgia del norte, Jesús Óscar Cabanillas Flores (1946-1990), pasa por ser uno más de esos poetas dramáticos que exaltó el tremendismo y a la vez el elemento regional en el caso de su nativo noroeste. Activista político, defensor de los derechos humanos, perseguido incluso por figuras de peso, Óscar Liera es uno de los dramaturgos latinoamericanos de expresión española más importantes. Vástago de una familia acomodada de Culiacán, Liera tuvo que enfrentar la oposición de los suyos, que no veían con buenos ojos que fuera uno de los que escriben poemitas. El compromiso y la vocación hacia formar gente en su propio estado mantendrán a Liera, si no alejado de Ciudad de México, sí un tanto al margen de estímulos y beneficios. De la tesis de grado, presentada en la Universidad Nacional sobre las Memorias, de fray Servando, Liera desprenderá varias tendencias críticas: el ataque contra los poderes constituidos, tanto civiles como eclesiásticos, la desconfianza hacia las revoluciones con sus logros en materia social y la condena del fanatismo religioso en general y del guadalupanismo en particular.

Liera escribiría cuatro piezas breves, de arquitectura funcional y líneas claras, publicadas en 1987 por la Universidad de Sinaloa, bajo el título de Las dulces compañías. Julio Castillo, al año siguiente, habría de montar algunas de estas piezas, que suscitaron entonces, como siguen haciéndolo ahora, reacciones bastante encontradas pero jamás indiferentes por parte del público. Óscar Blancarte, cineasta y venerador de la obra de Liera, habrá de llevar a la pantalla, bajo el título de Dulces compañías, dos de ellas: Bajo el silencio (1985) y Un misterioso pacto (1987). El cuarteto original, sin embargo, comienza con Al pie de la letra (1982), la historia de un curioso triángulo amoroso, donde dos homosexuales machistas, misóginos y sanguinarios, deciden ignorar el atractivo mutuo y se acuestan con la misma mujer, a quien dejan preñada y luego, contra su voluntad, acaban practicándole un legrado. El aborto, el homicidio de la paciente –uno de ellos es aprendiz de matasanos– y el chock nervioso de uno de ellos, el que se perfila a jugar el rol pasivo, es en lo que concluyen los actos de estos inocentes jóvenes.


Escena de Camino rojo a Sabaiba de Óscar Liera, puesta en escena de Sergio Galindo, 2004 Foto: Sebastián Liera

En Bajo el silencio y Un misterioso pacto el asesino es el Tipo, el mismo personaje en ambas obras, un drogadicto que se prostituye en los parques, quien primero victimizará a una mujer y luego a un hombre. En la película de Blancarte, la víctima masculina la hace Roberto Cobo. Finalmente la tetralogía cierra con la obra acaso más ambiciosa, Los negros pájaros del adiós (1987), que marca la transición entre el presente ciclo y el sucesivo, este último caracterizado por un doble plano, real y fantástico a la vez. Los sueños, las alucinaciones, los barruntos van cambiando de valencia, alejando a la pieza de un mero cuadro de costumbres –por más marginales y sanguinarias– en pos de un mundo simbólico y onírico. Se trata de la pasión egoísta e interesada de una francesa, ya entrada en años, por un estudiante, casi púber y despreocupado, que se inventa una serie de historias. El desfase entre los mundos de ambos personajes conducirá a un final amargo, sangriento aunque altamente poético.

Durante su formación, Óscar Liera pasaría por Ciudad de México, París, Vincennes y Siena, siempre estudiando literatura o filología. En alguna ocasión afirmó: “Yo no estudio la carrera de teatro porque eso es lo mío y ya lo sé; y lo que no sé puedo prepararme solo; por eso estoy en Letras hispánicas, es lo que me falta y quiero completarme para ser un buen teatrero.” Su ambición habría de verse coronada con un éxito sin precedentes, palmario para les gens de theâtre, aunque no así para el resto del público. El extinto director de escena de origen judío polaco, Ludwik Margules, afirmaba que de los dramaturgos mexicanos él se quedaba con Liera, Ibargüengoitia y Ruiz de Alarcón –en ese orden y casi con exclusividad.

Elena Garro y Óscar Liera son, sin duda alguna, los dos poetas dramáticos que han alcanzado mayores alturas en cuanto a la expresión. La poesía, desde luego, no sólo está en el lenguaje, sino principalmente en las situaciones que rompen con el realismo casi asfixiante del teatro nacional; con todas las actualizaciones y puestas al día que se quiera, enfocado hacia una realidad social –de ahí que siempre linde con el costumbrismo– y no una realidad individual, más bien liminar. La sangre, sin lugar a dudas, tiene una función esencial en la producción de Liera. La sangre del crimen pasional, la sangre del tirano, la sangre de la menstruación y el nacimiento. No resulta sencillo plantearse por qué el teatro, en tanto que parte integrante de las artes no llegue a tener, en el ámbito de la tradición nacional, la relevancia que tiene en otras tradiciones. De ese gran teatro del Siglo de Oro –edad que termina precisamente con la muerte de Calderón, un dramaturgo, en 1681– al entibiamiento del XVIII, a la trivialización y folclorismo del XIX, a la relativa poetización de principios del XX y a las distintas actualizaciones y modas que llegan hasta nuestros días.

El dramaturgo en español no es visto como intelectual, como un ser reflexivo, capaz de incidir sobre la opinión pública, con el fin de modificarla y aun mejorarla, por medio de la denuncia catártica. Incluso el término particular de dramaturgo resulta curiosamente sonoro y desconocido para una gran mayoría. Rodolfo Usigli dejó valiosísimas consideraciones de carácter ensayístico, casi tan importantes como sus obras o aún más. En Liera, como en aquél, es posible hallar una tendencia a cultivarse, a abrirse hacia las más variadas manifestaciones artísticas y humanísticas, entre otras, la literatura, la música, la historia y la filología. Sus estudios, tanto en México como en el exterior, son una prueba. Otro aspecto relevante es el de su lucha política a favor de los desposeídos en general y los grupos minoritarios, como son las mujeres y los homosexuales. La impunidad de los crímenes de odio contra estas minorías ha alcanzado cifras históricas en años recientes. Las asesinadas de Juárez andan en boca de todos, pero ¿qué sucede con los crímenes no resueltos e incluso no denunciados contra gays?

Al caracterizar la homosexualidad masculina, Liera toca puntos álgidos. La homosexualidad reprimida, que se esconde en la amistad entre dos machos, como la de Andrés y José en Al pie de la letra, o la de el Tipo, figura perversa y sanguinaria, o bien la abierta y tradicional de Samuel en Un misterioso pacto. Liera se sirvió del socorrido cliché pero también desenmascara: ahí donde parece haber un despliegue excesivo de virilidad, termina la jactancia y comienza el instinto. Eso que hoy se llama quizá el tipo metrosexual. La mucha luz trae aparejada la sombra. Un panorama, desde luego no de condena sino de libertad y tolerancia hacia la propia diversidad y la ajena, cualquiera que ésta sea. Óscar Liera, en su persona, fue de una gran presencia, temperamento avasallador, sensibilidad a flor de piel, aguda inteligencia y de valentía no menos ejemplar. Cuando hubo que desafiar a gobernadores, se lanzó a la carga, sufriendo varias injurias y persecuciones, la última perpetrada por Francisco Labastida Ochoa, ex candidato a la Presidencia, durante su gestión en los años de 1987 a 1992 en Sinaloa.


Roberto Cobo en una escena de la película Dulces compañías, dirigida por Óscar Blancarte

Entre los treinta y seis y los cuarenta años, Óscar Liera emprendería las piezas más ambiciosas de su producción. Obras históricas que giran, casi con exclusividad, en torno de la Revolución y de eventos desarrollados en Sinaloa. La gran lección del dramaturgo es sencilla: se puede ser tan universal como el que más sin dejar el propio terruño. El vínculo que uno contrae con la tierra que lo vio nacer es indisoluble y tiene un carácter cuasi sacro. Los temas recurrentes son la opresión de los débiles, los privilegios que procura la riqueza, la desgracia que hermana a los desposeídos, los abusos sexuales, el machismo, las expropiaciones de tierras. La proyectada trilogía sobre ladrones vengadores del pueblo quedaría inconclusa.

El jinete de la Divina Providencia (1984) es la historia de Malverde, dividida en su concepción en dos planos. A mitad de una causa durante un proceso de canonización, varios sacerdotes pretenden examinar de manera científica, auxiliados por expertos, los presuntos milagros operados por mediación de Malverde: curaciones inexplicables, hallazgos de objetos extraviados, consecución de empresas imposibles. Se sabe que Malverde murió en 1907, ajusticiado en un lugar entonces aledaño de Culiacán, donde quiere la leyenda que su cuerpo estuviera expuesto a la intemperie, cubierto por las piedras que arrojaban los fieles, con las que se levantaría más tarde una capilla. De estructura dramática más compacta, Los caminos solos (1987) presenta la vida de Heraclio Bernal, el salteador de caminos que, burlando todas las asechanzas de los ricos y los federales, cae víctima de la traición de su propio compadre. El oro de la Revolución (1984) evoca no la historia de un bandido sino de un revolucionario honesto, el general Rafael Balbuena, contrario de Obregón.

La pieza que cierra su producción es El camino rojo a Sabaiba, cuya acción transcurre a caballo entre fines del siglo XIX y principios del XX. La convivencia de vivos y ánimas, la búsqueda del padre y el conato de linchamiento del fuereño ponen a la par la figura del teniente Fabián Romero Castro con la del personaje Juan Preciado en Pedro Páramo. La anécdota que parece haber dado origen a la obra es muy distinta. Antonio Toledo Corro, gobernador constitucional de Sinaloa (1980-1986), discurrió abrir un camino que comunicara su rancho con el mar para así acceder con más comodidad a su yate. La construcción significó grandes inconvenientes, esfuerzos y dispendio para el pueblo. En la obra los Toledo se convierten en los Villafoncurt, una estrafalaria y caprichosa familia de terratenientes. La señora Gladys, quien tiene la ocurrencia de hacer un camino pavimentado con barro cocido pues así se le presentó en sueños, es una aristócrata desvelada con inclinaciones lésbicas. Su marido, El bien nacido Arbel Romero, se buscará una mujer en otro pueblo, La bien amada Carmen Castro, quien le dará un bastardo, precisamente el militar –en probable deserción– que llega al pueblo habiendo extraviado el camino.


Tony Durán en una escena de La infame,
de Óscar Liera

Una antigua tara, que bien puede presumirse hereditaria, hace que La siete veces digna Gladys de Villafoncurt sufra de una manifestación leve de hemofilia, con sangrado vaginal escaso si bien continuo, causa de su esterilidad. Lo rojo del camino a Sabaiba es su sangre menstrual, pero también el sufrimiento e incluso las muertes que provoca abrir y pavimentar el absurdo camino con un material carmesí. La obra conoce varios finales: uno donde Carmen Castro es víctima del pueblo embravecido por haberle dado un heredero a los Villafoncurt; y otro en que se va en paz en compañía de su legítimo marido, el descarriado y empedernido juerguista Fermín Vega.

Sorprende un poco la reciente edición de su Teatro escogido (FCE, 2008) que, en 500 páginas, presenta la mitad de su obra, dieciocho piezas, consignada en su totalidad en una edición –por otro lado inconseguible– de la Universidad Autónoma de Sinaloa, la cual estuvo al cuidado de Armando Partida, experto y amigo personal de Liera, quien hace el prólogo también de esta edición, no libre de imprecisiones, erratas y redundancias que debieron haberse sometido a cuidadoso escrutinio. Los 2 mil ejemplares fueron pagados por el Fondo del Noroeste, institución que seguro propuso al prologuista, y vienen a subsanar a medias un hueco no menor, el del gran agujero negro que, desde un cierto carácter oficial, existe ante los meridianos aportes de uno de los más grandes dramaturgos que hayan nacido en México.