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Diez restaurantes fueron asaltados en las últimas semanas; en uno, con violación de mujeres

La delincuencia común gana en el río revuelto de la inseguridad de Monterrey
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Interior del restaurante Altata, Mariscos Sinalonses, en la capital neoleonesaFoto Sanjuana Martínez
 
Periódico La Jornada
Domingo 27 de febrero de 2011, p. 10

Las noches de los miércoles de desestrés en el restaurante Altata, Mariscos Sinaloenses, en Monterrey, se pusieron de moda por las cervezas al dos por uno, los camarones aguachiles y música de banda en vivo. El 16 de febrero pasado, sin embargo, la tensión se exacerbó. Un comando de siete hombres con pasamontañas y chalecos de la AFI llegó disparando sus metralletas al aire, robó a los comensales y violó a nueve mujeres.

Sucedió a las 23:55, cuando había más de 100 personas. La alegría de aquella noche se convirtió en tragedia. La banda dejó de tocar El baleado cuando entraron los encapuchados. Algunos clientes aprovecharon esos primeros segundos de confusión y griterío para huir. Durante unos minutos hubo un silencio aterrador que se rompió con las primeras órdenes a punta de metralleta: ¡Todos al suelo. Celulares, carteras, bolsas!

Dos recogían el botín mesa por mesa. Luego vino lo peor: Las mujeres al otro lado. Los hombres se quedan aquí, ordenó el líder. Una pareja estaba escondida debajo de la mesa. El encapuchado tiró el mueble y agarró a la mujer mientras su novio se resistía a soltarla. Luego le apuntó a la cabeza con la metralleta y le espetó: ¡Suéltala, cabrón, o te mando a la verga! El joven finalmente la dejó ir. ¡No, no, no!, gritaba ella, mientras se la llevaban.

La escena desgarradora de la separación de las mujeres se repetía. El peor presentimiento se cumplió cuando llegaron a la parte trasera: ¡Quítense la ropa! ¡Toda la ropa!, les dijeron. Ya desnudas, los delincuentes fueron escogiendo. Se las llevaban a los baños o a la cocina y las iban violando sin importar que otros vieran. Los siete encapuchados hicieron lo que quisieron.

Credenciales de elector

El restaurante es una cantina al aire libre en una palapa con lonas de plástico para resguardar a los clientes del frío. Quienes estaban sentados en las orillas pudieron huir mientras los delincuentes consumaban la agresión sexual y organizaban la rapiña, que incluyó 70 mil pesos de la caja. Al terminar hicieron una advertencia: Aquí tenemos sus celulares y las credenciales de elector. El que se atreva a denunciar se lo lleva la chingada y a su familia también.

Sonó un teléfono Nextel. Uno de los agresores se acercó al joven que lo llevaba y lo golpeó con el arma en cabeza y costillas: Las llaves de los carros, exigió nuevamente el líder. Fue cuando eligieron los vehículos que se robaron tras ser identificados por sus dueños.

Un grupo de encapuchados salió entonces de la parte trasera con varias mujeres desnudas. ¡Vámonos, súbanse!, les gritaban mientras ellas lloraban. Algunas prendas íntimas quedaron tiradas en el lugar. También había manchas de sangre: Por aquí pasaron corriendo como tres o cuatro muchachas. Se pararon en la avenida Revolución y luego se subieron a un taxi. Iban llorando, comenta un testigo.

El bar, ahora clausurado, está en la colonia Rincón de la Primavera, cerca de la avenida Revolución. Ha pasado una semana desde aquellos hechos. Son las 10 de la noche y el ambiente es tranquilo. Cerca hay varios establecimientos de comida. Algunos empleados que también trabajaron aquella aciaga noche coinciden en que fue una auténtica pesadilla. Una de las muchachas salió corriendo. Al dar la vuelta, se encontró a una patrulla estacionada en la gasolinería y se subió; pero los policías la echaron. Estaban protegiendo a los maleantes. Son los mismos, los de la policía estatal, por eso el sur de la ciudad está como está, relata un testigo.

Dos días después, sólo el dueño de Altata presentó denuncia.

Delincuencia común

Las autoridades justifican su falta de acción y consideran rumores lo ocurrido, porque argumentan que no hay denuncias, pero en blogs y redes sociales las víctimas se desahogaron y ofrecieron sus testimonios. A la 1:30 de la mañana empezaron a contar lo que vivieron algunos jóvenes cuyos nombres se omiten por seguridad: “A las chavas las robaban, las desnudaban y las violaban... Tan a gusto que estábamos, güey, con los de la banda cantando El baleado”, escribe un joven en Facebook.

Otro contesta: A mí me dieron un cachazo en la cabeza y en las costillas y me pegaron en la cara... Yo estaba en el baño de las viejas y ahí las encueraron a todas y las empinaron y se chingaron a una.

El primero agrega: Yo estaba en el baño de los hombres y después me mandaron a la cocina y allí se chingaron a dos.

Otro de los jóvenes víctimas del ataque contó a La Jornada lo ocurrido, vía correo electrónico: “Cuando me iba a tirar al suelo un sujeto me soltó una patada en la espalda y pues ya quedé pecho a tierra. Iban con pasamontañas y chalecos de la AFI y pantalones de mezclilla. A las chavas las desnudaron, pero como me tiré mirando hacia la parte posterior ya no vi qué más les hacían. Por lo que escuché se llevaron a varias. Porque les decían: ‘¡Vámonos, súbete!’ y una de ellas iba gritando”.

Marissa narra que, tras el ataque, mi esposo es ginecólogo de un hospital privado. Me comentó que ayer llegaron dos jóvenes de 18 y 21 años con su mamá a consulta, comentando que un día antes las habían violado en un bar de Revolución a ellas y a varias mujeres. El ataque ocurrió delante de sus esposos y novios y que a las 2 de la madrugada las dejaron salir y se dieron cuenta que había dos patrullas custodiando el bar. Ellas no quieren denunciar porque se llevaron sus identificaciones y acudieron al ginecólogo para que les diera la pastilla del día siguiente para descartar embarazo.

Usuarios de Twitter y Facebook se han convertido en fuentes de información y guardianes de la calle. Balaceras, robos o bloqueos son anunciados de inmediato por los twitteros mucho antes que los medios tradicionales.

Tres días después de los sucesos de Altata, un comando de tres sujetos embozados con paliacates irrumpió en el restaurante de hamburguesas Carl’s Jr, en el sur de la ciudad, a las 9 de la noche, mientras se celebraba una fiesta infantil. Había más de 50 clientes. Uno de los agresores disparó al aire. El pánico se apoderó de la gente. Entre gritos de los niños los sujetos se robaron 3 mil pesos de la caja y despojaron a un cliente de sus pertenencias. Él prefirió no denunciar.

Semanas antes fue asaltada la cafetería Starbucks de la avenida Eugenio Garza Sada, también en el sur, severamente castigado por la delincuencia. Corrieron igual suerte dos sucursales del restaurante Los Generales, La Anacua, Las Alitas: Son más de 10 asaltos violentos a negocios en los últimas semanas, expresa Jorge Guerrero Martínez, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y de Alimentos Condimentados (Canirac). Agrega que se trata de una banda de asaltantes concentrada en el segmento de restaurantes y reconoce que estos negocios han reportado una caída de hasta 75 por ciento en ventas nocturnas.

Las noches regiomontanas han cambiado drásticamente por la inseguridad. Las calles de la ciudad lucen desiertas a partir de las 21 horas. Las cifras del Semáforo del Delito dirigido por organismos de la iniciativa privada son evidentes: el robo a negocios se incrementó 75 por ciento, y los homicidios dolosos 526 por ciento, mientras el robo de autos 620 por ciento. El informe incluye la denuncia de corrupción policiaca.

Los asaltos no sólo afectan a restaurantes, también han sufrido robos y balaceras supermercados, hospitales, empresas, casas habitación: Los indicios muestran que se trata de delincuentes comunes y no del crimen organizado, que aprovechan el temor de la sociedad. Pido a las víctimas que se acerquen a denunciar, declaró Jorge Domene, vocero de Seguridad de Nuevo León.

Binomio delito-denuncia

Pero la cifra de delitos no corresponde a la de las denuncias. La gente tiene miedo por las amenazas. El domingo 20 de febrero tres empistolados asaltaron un centro médico en la colonia Nogalar, donde fueron robados los pacientes y 90 mil pesos de la caja. Lo mismo sucedió en el Centro Médico de la Mujer, en la colonia Obispado, donde un encapuchado armado entró y despojó a dos mujeres de sus bolsos.

Ante la ola de asaltos, la Canirac distribuye un manual de capacitación para empleados. Para recuperar la tranquilidad, el alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal, promueve el llamado botón de pánico en restaurantes, bares y negocios, con un costo de entre 8 mil y 10 mil pesos, mientras el municipio de Guadalupe ya empezó a entregarlos de manera gratuita.

Un testigo de los hechos en el Altata dice que en Monterrey ya no se puede vivir como antes: Me tocó la del restaurante de mariscos, al día siguiente la del supermercado SMart y ayer hubo otra en mi casa, en Sierra Ventana. Uno ya se acostumbró a las balaceras.