Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de febrero de 2011 Num: 834

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Lobos
Laura García

Atauriques
Ricardo Yáñez

Reinventar la frontera
Adriana Cortés Koloffon entrevista con Luis Humberto Crostwhite

Dos poemas
Bernard Pozier

Fantasmas del pasado:
quema de libros en Italia

Fabrizio Lorusso

José María Arguedas: todas las sangres de América
Esther Andradi

Llueve en Coyoacán
Waldo Leyva

Ricardo Martínez a dos años de su muerte
Juan Gabriel Puga

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Alonso Arreola
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Eugenio de Todos los Santos

Fue sabido en la comunidad musical mexicana que Eugenio Toussaint, fallecido en el Distrito Federal el pasado 8 de febrero, llevaba tiempo sumergido en una depresión relacionada, entre otras cosas, con cierto “bloqueo creativo” (según sus propias palabras). Hombre fuerte y de gran carisma, a muchos nos resultaba difícil imaginarlo sufriendo los embates de tales demonios, incluso a sabiendas de que miles de artistas han transitado el mismo camino. Valle cruel entre cresta y cresta, su caso fue raro pues la enfermedad no lo mantuvo quieto. Digamos que no hubo tristeza que inmovilizara el ímpetu, la inercia de esos kilómetros de tierra y aire que lo hicieron prolífico hasta en los momentos más incómodos de su carrera. Baste decir que en los días posteriores a su muerte Eugenio iba a tocar en el Museo Tamayo, que estaba grabando con el flautista Miguel Ángel Villanueva y que tenía una colaboración en la obra de teatro Se busca familia. Poco antes, además, había tocado en el Festival de Jazz de la Riviera Maya organizado por su hermano Fernando y en un concierto de su hermana Cecilia, por no mencionar presentaciones recientes en Estados Unidos y el Festival de Jazz de Montreal, Canadá, al lado de su querida banda Sacbé.

Pero bueno, imposible saber lo que ocurría en su cabeza, en sus venas. No vale la pena intentar entender el porqué de tan joven partida, ni considerar las formas de su partitura final. Asuntos del espíritu químico, lo que sí vale es recordarlo, pero reconociendo que México no supo encomiarlo bien (así lo reconocen los miles de cibernautas que pusieron el tema de su muerte en tercer lugar de Twitter). Claro, lo que pasa es que Eugenio era de los que se ponderaban solos. Era de los que se sabían completos y seguros y, sobre todo, de los que entendían que este país da poco si antes no has mordido el polvo, si no aprendes a caminar erguido.

De mirada penetrante, este gran pianista disfrutaba cosas buenas y bellas (la comida, el vino, la pintura, la historia), buscando aprobación pero ofreciendo a cambio algo justo: muchísimo talento, una cantidad y variedad de obras notables que quedarán en nuestro acervo de manera indeleble. En otras palabras, no fue un hombre sediento de éxito superficial, ni tampoco un creador que se rebajara a compadrazgos por conveniencia. Lo suyo fue avanzar abriendo brecha desde el primigenio Blue Note al lado de Roberto Aymes y Alejandro Campos, tratando de demostrar que componer de manera única, que improvisar con sabiduría, que escribir para orquesta y dirigir sobre el tinglado, son cosas por las que está justificado esperar respeto. ¿Lo tuvo? Sí, ganó premios y vivió situaciones doradas. Viajó y su música sonó en salas de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos, Carnegie Hall incluido. Aun con ello, las apariencias engañan. Creemos que el día a día le hizo difícil su libertad en estas tierras.

Pese a ello, con el aire ornamentado a base de swing, suites y finísimos arreglos, el velorio de Eugenio Toussaint recibió a cientos de músicos de distintas edades y géneros; colegas, amigos o seguidores recientes de su arte, todos conmovidos hasta las lágrimas. Entre ellos recordamos con especial empatía al contrabajista Aarón Cruz y al baterista Gabriel Puentes, miembros de su último e impecable trío, ése con el que hizo algunas de sus mejores piezas (inicialmente formado con Agustín Bernal). Igualmente recordamos a Cecilia y Fernando Toussaint, otros personajes señeros de nuestra banda sonora, incompletos por vez primera, aguardando al gran Enrique Toussaint, bajista dotado que compartiera años de giras y conciertos al lado de Herb Alpert y Paul Anka, cuando la vida sonreía a tres hermanos que navegaban juntos.

¿Discos, conciertos, colaboraciones, producciones, jingles publicitarios? Muchas son las piezas que podríamos comentar de Eugenio Toussaint. El álbum Oinos, la obra Popol Vuh, palomazos televisivos con gente como Omar Sosa, y de ahí hasta anuncios de Colgate. Pero, además, el libro de su vida hecho con el buen oficio de Antonio Malacara, Eugenio Toussaint, las tangentes, el jazz y la academia. Un trabajo nutrido y animado que hace dos años terminaba con estas palabras: “No me arrepiento de nada de lo que he hecho. Si alguna vez llegué a hacerles mal a algunas gentes, fue sin quererlo [...] ¿Qué legado le puedo dejar a mis hijos? ¿Qué legado le puedo dejar a mi país? ¿Qué legado le puedo dejar al mundo? Es mi música. Y eso es lo más importante. Hay mucha ya hecha, y espero que la vida me dé para seguir haciendo mucha más. La música tiene que ser el fin último de mi vida.” Y así fue, por lo que puede descansar en paz. Gracias, Eugenio.