Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Partido de oficio
A

hora resulta que el PRI es la llave para abrir la ruta luminosa hacia el progreso. El PRI es la fuerza de México, dijo Humberto Moreira al recibir el mando del partido de manos de Beatriz Paredes. Incapaces de una autocrítica verdadera, los priístas de hoy no aciertan a explicar su propia historia, sus aciertos y sus errores, las rupturas ideológicas y los compromisos clasistas que hicieron posible el régimen que ellos encabezaron.

Si en Querétaro la ocasión mandaba un planteamiento estratégico, una incursión en la política con mayúsculas para escudriñar las opciones de la sociedad mexicana en un momento de incertidumbre, en el discurso del nuevo presidente del PRI predominó la visión mítica del pasado, algo así como la cara opuesta, optimista, autocomplaciente, y en esa medida falsa, de la negación foxista del siglo XX mexicano. Ni una palabra sobre los virajes, las fracturas y los desencuentros que favorecieron sus derrotas en las dos últimas elecciones presidenciales. La transición vista como un episodio pasajero sin otras consecuencias que una (muy cómoda) estancia en la oposición (aceitada con los recursos extraordinarios canalizados a sus gobernadores). En fin, silencio sobre el debate interno que, pese a los dramáticos llamados a la unidad, aflora cada vez que se plantea un asunto importante: el destino del petróleo, la fiscalidad del Estado, la crisis alimentaria, la defensa de los derechos de la mujer (incluida la interrupción del embarazo), en fin, la orientación misma del Estado y la edificación de un nuevo régimen político, asuntos, entre otros, cuya pública ventilación le confería otro contenido a la tan festejada disciplina tricolor que, ya sabemos, dura hasta que se acaba.

El PRI del siglo XXI –reconocible en su novedad casi exclusivamente por la nube de helicópteros y jets privados sobre Querétaro– confirma su fidelidad a un modo de ser y estar en el mundo supuestamente identificado con la esencia nacional, concebido como sumisión de la diversidad y el pluralismo ante el poder dominante: despojada de las pretensiones justicieras originarias, la retórica priísta exalta el verticalismo y la disciplina, el oficio como garantía de buen servicio a los que mandan. Y cree haber hallado la piedra filosofal para reconstruir la coalición gobernante con el señuelo de la eficacia que es, por decir lo menos, una inexactitud formidable cuando no una descarada mentira.

Si en otras épocas era obvio el desfase entre la ideología y la realidad, ahora la primera se ha extinguido, al menos como un cuerpo de principios, para dar paso a la suprema vulgarización del mensaje político. Cuando Moreira saluda –y la aclamación estalla en el auditorio– al gobernador del estado más poblado de la República, a quien con mano firme, rumbo claro, cumple sus compromisos con los mexiquenses, al gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, el ritual devela su verdadera razón de ser, el sentido de la reconquista de Los Pinos bajo la bandera de la eficacia, no importa lo que ésta signifique: el discurso no se dirige a las masas empobrecidas o a las desventuradas clases medias sino a las elites y a los grupos de poder, a los que el PRI ofrece como garantía de victoria las redes territoriales impulsadas por la maquinaria de los gobernadores y la penetración mediática de sus aliados civiles, cuyos intereses también están en juego.

Su oferta no es cambiar el incierto curso del país iniciado por ellos mismos sino introducir orden y seguridad al estilo de los gobiernos conservadores de todo el mundo. En ese sentido, la oferta que podríamos llamar programática se reduce a frases hechas, a promesas de cajón que no distinguen al PRI de otras formaciones ni lo separan, en lo esencial, de la política calderonista, de la cual suelen ser sus correctores de cabecera. Mientras se carezca de oficio político y visión de Estado seguiremos rezagados ante las demandas de una población que aspira a vivir con dignidad y tranquilidad, escribió al respecto el jefe de la bancada priísta en la Cámara de Diputados.

En suma: el PRI no propone un cambio de rumbo, un viraje de fondo, sino un nuevo arreglo con y entre los factores de poder, para culminar las reformas estructurales que los últimos presidentes priístas emprendieron en alianza con el PAN. El fracaso del panismo permite que la cantinela se repita, pero en verdad se trata de una mercancía devaluada pues el oficio de los mandatarios priístas no impidió que México saltara de una crisis a otra, profundizara la desigualdad, la corrupción y la inseguridad. Por eso, la derrota presidencial del PRI (y eso jamás lo entendió el panismo) era también la señal para remover el sistema político caduco y encaminar el país hacia un verdadero cambio de rumbo en materia social y económica, a los cual el PAN renunció desde el primer día para favorecer, justamente, los intereses que la derrota del PRI desamparaba. Mal negocio, pues esa necesidad no es invento caprichoso, en la medida que sigue presente en la realidad nacional y dará el tono final a la sucesión de 2012. El PRI haría bien en decirnos con quién y para quién piensa gobernar… si regresa a Los Pinos, cosa que tampoco está decidida.