Opinión
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jTatic Samuel en el primer Congreso Indígena
E

ra 1974. Los pueblos indígenas de Chiapas comenzaron a decir que era necesario celebrar ante los ojos del mundo el 500 aniversario del paso misionero de quien fue el primer defensor de la dignidad y del derecho del indio ante el crimen de la conquista que un pueblo más poderoso quiso imponerle a un pueblo más pequeño. Era necesario celebrar la entrega generosa de fray Bartolomé de las Casas.

Don Samuel, quien ya –como él mismo decía– comenzaba a abrir los ojos para ver con objetividad la realidad que pesaba injustamente sobre la vida de estos pueblos, con su diócesis que también comenzaba a cambiar su corazón, era la única palabra creíble para los mismos y, por eso, la única capaz para garantizar la celebración y el fruto de este acontecimiento. Diócesis y obispo se pusieron a pensar y a preparar la realización de lo que vendría a ser el acontecimiento más importante en esta etapa nueva: el primer Congreso Indígena.

Don Samuel pensó en los olvidados de siempre, en los últimos, en aquellos precisamente a quienes entregó su vida el primer defensor de todo lo que significaba su dignidad y su derecho. Por eso, nadie podía pensar en celebrar a fray Bartolomé de las Casas sin la presencia del indio, aquel a quien él se entregó como protector ante el infame atropello que le trajo la conquista.

Y se convocó entonces a todos los pueblos indígenas de las montañas. Y vino el pueblo cho’ol, el tzeltal, el tzotzil, el tojolabal. Pudimos ver que traían sobre sus espaldas una historia muy larga de despojo y de atropello, de abandono y de marginación, de sometimiento y represión... todo lo que les fue impuesto injustamente desde los días de la conquista hasta los días de entonces, pero se adivinaba también en sus corazones la fuerza verdadera de nueva esperanza. Rompieron el silencio y hablaron entre ellos su palabra, y se despojaron para siempre de esa carga de injusticia que les habían impuesto por generaciones.

Desde el corazón de San Cristóbal se presentaron ante los ojos del mundo. Y dijeron, en la voz de un solo pueblo: aquí estamos. Todos los que fuimos testigos vimos cómo se encontraron entre ellos y cómo se dieron el saludo de sus corazones. Y vimos también cómo, todos juntos, saludaron con respeto a todos los pueblos del mundo, grandes y pequeños.

Comenzaron todos a pensar su palabra. O, más bien, a platicar, entre ellos, su palabra pensada en las montañas a través de mil generaciones. Y comenzaron así a despojarse de la carga de injusticia que les habían impuesto.

Todos vimos con sorpresa y esperanza nueva en nuestros corazones cómo estos pueblos indígenas estaban como emergiendo del reverso de la historia y vinieron a ocupar el centro de la misma para comenzar a convertirla en historia verdadera. Y rompiendo el silencio dijeron: tierra. Y nos recordaron quién es, desde siempre, el verdadero dueño de estas tierras, patrimonio de los mayas, y así esta tierra comenzó a ser de nuevo suya. Comenzaron a sentirse y a decirse, otra vez pueblos verdaderos en el abrazo de su propia tierra y, por eso dueños de su dignidad y sus derechos, ante la dignidad y el derecho de cada uno de todos los pueblos del mundo.

Después dijeron: comercialización. Y expresaron así para siempre su derecho de soberanía sobre su propia tierra. Su derecho inalienable, no sólo a poseerla nuevamente, sino también a decidir con pleno derecho sobre ella. Porque para los pueblos indígenas decidir sobre su tierra es ejercer su derecho de decidir sobre su vida misma, sobre su ser de pueblo y también sobre su historia. Por esto, desde entonces, ya nadie puede, ni debe, decidir sobre el destino de estos pueblos. Sólo ellos pueden decidir sobre su vida, en el respeto siempre al derecho de los demás pueblos.

También dijeron: educación. Y expresaron con esto su derecho inalienable a una educación propia y verdadera. Y también su derecho a seguir siendo los pueblos que han sido desde siempre. Y nos dijeron a todos que ya no querían seguir siendo lo que les habían obligado a ser hasta el momento: pueblos marginados y olvidados en las montañas. Nos dijeron también que han venido hasta aquí para volver a ocupar su lugar en la gran mesa de las decisiones de esta historia. Y que ahora quieren unir su palabra y su fuerza y compromiso, a la palabra, y a la fuerza y compromiso de los demás pueblos, para construir con ellos el mundo nuevo en donde todos quepan y en donde reinen de verdad, la justicia y el derecho.

Y dijeron: salud. Y expresaron con esto su derecho a una vida verdadera. Nos dijeron que quieren contar, en justicia, con los recursos necesarios que les permitan vencer todas las enfermedades que les ha impuesto la más injusta marginación y el abandono. Y nos dijeron también que quieren transformar, ellos mismos, las condiciones de vida que injustamente les han impuesto, creando salud nueva, siguiendo para esto la sabiduría de sus antepasados. Nos dijeron, sobre todo, que ya no permitirán que intereses extranjeros vengan a deteriorar la vida y el orden de su casa grande.

Cuando acabaron de hablar entre ellos diciendo a todo el mundo su palabra, volvieron a ponerse de pie y, otra vez, se dieron un abrazo como hermanos. A todos nos dijeron adiós, y lentamente, con paso firme como siempre, tomaron el camino de regreso a sus montañas.

Pudimos ver que llevaban el rostro iluminado y que una fuerza nueva animaba ahora a sus corazones liberados. Hay que decirlo también que, con la viva presencia y participación de jTatic Samuel en el centro mismo del acontecimiento, iluminaron también la vida y el camino de la Iglesia toda.

Apenas habían regresado todos a sus comunidades, se comenzó a contar muy pronto que realmente algo nuevo estaba sucediendo en las montañas. Que se comenzaba a escribir una historia nueva desde el corazón de estos pueblos indígenas, los que habían decidido recuperar su tierra para siempre convirtiéndose en nuevos actores de la historia.

A esta historia nueva ya nadie podía detenerla. Estos pueblos ya se habían puesto de pie y su paso firme ya no podía por nada detenerse. Don Samuel, jTatic obispo, se decidió, quien sabe por qué, a asumir sin condiciones la causa que animó la vida completa de fray Bartolomé, e hizo también suya su palabra para seguir defendiendo y apoyando con la misma fuerza la vida y los derechos de estos pueblos. Ya nadie podrá detener esta historia que se hizo en todo nueva.