Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de marzo de 2011 Num: 836

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tres cuentos
Orlando Monsalve

Céline, bagatelas
de un aniversario

Gabriel Santander

La aguja en el arenal
(poesía joven de Jalisco)

Philip K. Dick,
el filósofo escritor

Matteo Dean

Las manos de John Berger
Ángela Pradelli

Palabras
John Berger

Grandeza y miseria de
un vestido y un cocodrilo

Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

EL ESCRITOR NO PUEDE CALLAR

RAÚL OLVERA MIJARES


Las cárceles elegidas,
Doris Lessing,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2010.

En Las cárceles elegidas el lector podrá acercarse a la Doris Lessing ensayista, no precisamente la narradora. Resulta fácil reconstruir la vida temprana de la escritora en la antigua Rodesia del Sur (hoy Zimbabwe), donde creció en la granja de sus padres, formando parte de una minoría blanca privilegiada. Comunista en sus mocedades, una actitud reaccionaria habitual en los jóvenes blancos de su generación quienes no veían con buenos ojos las inmoderadas pleitesías y prerrogativas de las que gozaban los miembros de su raza, en contraste con la opresión y miseria a las que tenía que hacer frente la abrumadora masa negra.

Doris Lessing exploró varias vertientes en su obra narrativa: desde la novela de las colonias hasta la ciencia ficción. Alguna vez un crítico le reprochó desperdiciar sus esfuerzos con un subgénero. La respuesta de la autora fue contundente: quizá se trate de un género menor pero uno donde es posible decir la verdad acerca de lo que está sucediendo en la realidad política y económica, una verdad naturalmente metafórica, sólo penetrable para unos cuantos pero, al fin y al cabo, una verdad o un reflejo de ella que encuentra ciertos ecos, aunque remotos, en la cotidianidad explorada con cierto detenimiento. El valor de la obra de Doris Lessing depende, y no en poca medida, de lo que ha podido expresar y de lo que ha debido callar.

La lección duramente aprendida con las novelas de ciencia ficción y otros escritos de carácter ensayístico más explícitos, cabe pensar, le mostró a Lessing el camino correcto: el de la sutileza. “Aquellos que tengan oídos oigan y aquellos que tengan ojos vean.” Esta suerte de vía media es lo que el buen tono y lo políticamente correcto imponen frente a hechos de una gravedad tal para la colectividad que no es posible callar. La paradoja para Lessing consiste en que a pesar de lo que se sabe acerca del ser humano, su comportamiento, su actitud hacia el progreso y la economía, los grandes problemas de la humanidad (la desigualdad social, la miseria, el bajo nivel en la salud pública) en vez de abatirse parecen resurgir con nuevos bríos. Es como si existiera una consigna por parte de unos cuantos para manipular tales males y así conseguir sus propios fines. Lessing ha aprendido algo con los años: se exime de nombrar a los implicados pero no de subrayar la importancia que los escritores, con sus reflexiones, tienen para la humanidad pensante. El escritor no es más que un miembro ordinario de la sociedad –a juzgar por sus alcances económicos y políticos–, que constituye un fiel reflejo de ésta y, por tanto, un portavoz autorizado para expresar sus sentimientos. No sólo la literatura se ha vuelto impopular, lo mismo ha acontecido con las llamadas ciencias blandas (la historia, la sociología, la antropología) frente a las ciencias duras (matemáticas, física, genética). El desplazamiento paulatino pero definitivo de los programas de la izquierda debería dar la voz de alarma respecto de lo que está sucediendo con los intereses de la colectividad.


DE CYRANO A KENZABURO

M. MANCILLA


Centro de gravedad,
Marco Lagunas,
Tierra Adentro,
México, 2010.

Uno de los grandes problemas del ensayo son “los ensayistas”, pues en su gran mayoría todo lo quieren presentar como función de gala y se olvidan de que se trata de ensayar. Me refiero con esto a que “ensayan” con demasiada gravedad, más con intenciones de incursionar en los campos de la tesis para obtener un grado académico, o sentirse filósofos, que para revelarse como individuos. Por ello coincido con Ricardo Gullón en que “al redactar un ensayo, el escritor instala en el centro su yo y desde él, desde su sentir, creencias, ideología, lanza sobre cuanto le rodea miradas curiosas, tiñendo el mundo del color de sus pensamientos y viendo cada cosa en función de lo que respecto a él representa”. Por lo tanto, el ensayista debe entender que no se trata de escribir un tratado exhaustivo o una sesuda monografía, sino de “ensayar”, porque, como dijera otro célebre autor (Aldous Huxley), este es un género en que se puede hablar de casi todo diciéndolo casi todo.

Al parecer, Marco Lagunas está de acuerdo con estas ideas y lo muestra en Centro de gravedad, libro en el cual nos expone lo que él piensa y no lo que piensan otros y dónde lo piensan (bache en el que caen muchos “ensayistas”). El volumen está integrado con catorce ensayos, aparentemente, porque siento que varios de ellos podrían integrarse perfectamente en uno solo. Tal es el caso de los dos textos que giran en torno a Bertolt Brecht, o los tres en los que el autor incursiona en El tambor de hojalata, planteándonos la existencia –interesante y convincente– de una mirada o estética de lo pequeño.

Por otra parte, es interesante que en la mayoría de los textos el lector puede encontrar una preocupación por establecer vínculos de lo literario con las ciencias. Incluso esta preocupación es muy evidente en el ensayo que da nombre al volumen, “Centro de gravedad”. Por las líneas de este texto circulan desde Cyrano de Bergerac con su El otro mundo. Historia cómica de los Estados e Imperios de la Luna. Historia cómica de los Estados e Imperios del Sol, hasta Italo Calvino y sus Seis propuestas para el próximo milenio, pasando por Newton, Leibnitz, Hock, Galileo y algunos otros. La exposición es brillante y propositiva, en gran medida motivada por una inquietud del autor: ¿cuántas hipótesis o investigaciones científicas han arrancado de una obra literaria o filosófica, o tal vez de una película, una anécdota o un caso clínico?

El siguiente ensayo, “Caída libre”, también es de los más logrados y brillantes. Su arranque es desconcertante, pues narra cómo un hombre recorre algunas calles de Londres y en su andar evoca imágenes de una tarde en la que bogaba por un brazo del Támesis, y eso lo lleva a esforzarse un poco para escuchar de nuevo “la risa, la voz de su niña”. Es, en efecto, Charles Dogson, y tanto sus recuerdos como reflexiones los liga Marco con Cyrano y las preocupaciones por la fuerza de la gravedad.

Por su formación (maestro en letras alemanas), los autores alemanes pasean por estas páginas como por su casa, y los más importantes son, desde luego, Kafka, Günter Grass, Brecht, Heinrich Von Kleist y muchos otros, entre los cuales hay mexicanos, latinoamericanos, franceses, italianos y un japonés, Kenzaburo Oé. No podemos dejar de mencionar que el cine es otro de sus intereses y el ensayo que dedica a las cintas que tienen como eje el Muro de Berlín es excelente.