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China-EU: notas de lectura
D

espués de un largo periodo en que los disensos entre China y Estados Unidos parecían concentrarse en las cuestiones comerciales, económicas, financieras y cambiarias, en los últimos seis a nueve meses el centro de atención se desplaza hacia las cuestiones militares y el potencial de conflicto armado entre esas dos grandes potencias. Una demostración palmaria de esta mudanza se encuentra en el hecho de que en el más reciente número, correspondiente al segundo bimestre del año, de Foreign Affairs, aparezcan tres ensayos que aluden, directa o implícitamente, a ese peligro global. Dedico esta nota a glosar, por orden de aparición, esos tres ensayos.

El primero fue escrito por Thomas J Christensen, de la Universidad de Princeton y ex funcionario del Departamento de Estado, especializado en Asia oriental, quien escribe sobre The advantages of an assertive China-respondig to Beijing abrasive diplomacy (pp. 54-67). Aunque resulta, en su conjunto, el más convencional, de entrada llama la atención la adjetivación usada: assertive, entendida como activa, afirmativa, positiva, y abrasive, como agresiva o, al menos, grandilocuente y descortés. El autor contrasta dos periodos en la evolución reciente de la diplomacia china: el primero, a mediados del anterior decenio, caracterizado por una actitud proactiva de China –en agudo contraste con su habitual pasividad–, manifiesta desde su participación en varias operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas, de las que se había mantenido alejada en forma conspicua, hasta el ejercicio de presiones sobre regímenes como los de Norcorea, Sudán y, hasta cierto punto, Irán. Actitudes asertivas éstas, bienvenidas en Occidente.

Empero, en la segunda parte del decenio y, en especial, en los años de la Gran Recesión, China –en opinión del autor– parece haber vuelto a políticas reactivas, de clara carga negativa, impulsada por al menos dos factores: una mayor conciencia de su mayor estatura internacional y, sobre todo, un resurgimiento del nacionalismo en las crecientes clases medias chinas, que a menudo demandan que China haga valer sus intereses y posiciones con mayor vigor. Estas actitudes la han confrontado, como fue evidente en diversos momentos del año pasado, con Japón, Corea, algunos países de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático y, por cierto, Estados Unidos (alrededor de la venta de armas a Taiwán y, entre otros casos, la entrevista privada concedida por Obama al Dalai Lama).

Christensen concluye que conviene a todos una China más asertiva –es decir, más afirmativa, más positiva, más abierta a la cooperación– pues es evidente que ello reduce el potencial de conflicto, conquista a China nuevos espacios de legitimidad internacional y, en última instancia, sirve más al desarrollo de sus propia estabilidad y crecimiento.

El segundo ensayo, “China’s search for a grand strategy-a rising great power find its way” (pp. 68-79), es obra de Wang Jisi, decano de la Escuela de Asuntos Internacionales de la Universidad de Pekín. Tras haber experimentado un aumento de su estatura global, que sorprendió a sus propios líderes, Wang se pregunta por qué en esta etapa de nuevo poderío y mayor influencia China no ha delineado una gran estrategia que defina sus intereses básicos, los factores externos que se les oponen y la forma de hacerlos valer. La respuesta parece hallarse en que, a diferencia del contenido sobre todo ideológico de los primeros decenios de la República Popular, la etapa de reforma y apertura ha sido básicamente pragmática. China buscó avenidas, vías e incluso atajos para expandir y consolidar su ponderación en la economía global, lo que supuso –en palabras de Deng Xiaoping recordadas por Wang– mantener un bajo perfil en los asuntos internacionales. La evolución misma del mundo y, en especial, las consecuencias geopolíticas de la Gran Recesión han vuelto imposible para China mantener ese bajo perfil, en especial en cuanto a su posición en la pugna por el suministro de recursos naturales escasos, su responsabilidad en fenómenos como el calentamiento global y su actitud ante el cambio en los equilibrios geoestratégicos en Asia y más allá, incluyendo su activa participación en nuevos agrupamientos, como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

De acuerdo con Wang, hay cuatro elementos que podrían dibujar, en el futuro cercano, una gran estrategia para China: la adopción de un concepto holístico de seguridad nacional, no limitado a la esfera política y militar; la prioridad a las cuestiones o temas –contraterrorismo, no proliferación, seguridad energética y alimentaria, entre otros–, más que a las relaciones bilaterales tradicionales; el surgimiento de intereses comunes en las áreas económica y financiera globales, y la adopción gradual de valores político-sociales, como imperio de la ley y rendición de cuentas, demandados por una población con crecientes ingresos, educación, expectativas y exigencias. Wang reconoce que la línea estratégica que propone es sólo una de las que se debaten ahora en China. La confrontacionista, en especial frente a Estados Unidos, tiene fuertes partidarios en el gobierno, el ejército y la academia (coincide en este punto con Christensen, quien habla de un núcleo duro de militares en activo y académicos de instituciones y universidades estatales). Éstos se ven fortalecidos cuando los poderes occidentales o Japón asumen acciones de contención de China o adoptan actitudes percibidas como hostiles por la sociedad china. De ellos puede derivar el potencial de conflicto bélico.

“Will China’s rise lead to war?” (pp. 80-91) es el atractivo título del tercero de los ensayos, escrito por Charles Glasser, de la George Washington University. Su contenido bien puede resumirse en la siguiente cita: “Debido a que el actual orden internacional se define por la apertura económica y política, puede acomodar de manera pacífica el ascenso de China. De acuerdo con este argumento, Estados Unidos y otras potencias líderes pueden y están dispuestas a dar la bienvenida a China para sumarse al orden existente y prosperar dentro del mismo. Por su parte, China probablemente prefiera actuar así que lanzarse a una peligrosa y costosa lucha para modificar el sistema y establecer un orden más acorde con sus preferencias. [Pero también puede preverse] una intensa competencia. La creciente fuerza de China la conducirá a impulsar sus propios intereses en forma más agresiva, lo que conducirá a Estados Unidos y a otros países a restablecer los balances. Este ciclo generará, por lo menos, un punto muerto comparable al de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética o quizá incluso a una guerra por la hegemonía. Quienes así piensan suelen señalar la línea más rígida que China ha adoptado recientemente en sus reclamos marítimos en los mares Oriental y del Sur de China y a las relaciones cada vez más estrechas entre Estados Unidos e India, como muestras de que ya ha comenzado el ciclo de afirmación y búsqueda de nuevos balances”.