19 de marzo de 2011     Número 42

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

“Podemos muy bien alabar a los mayas como el pueblo indígena más brillante del planeta”, escribió el arqueólogo Sylvanus G. Morley. Hoy el territorio que ocupó esta excepcional civilización es zona de desastre barrida por huracanes, asolada por hambrunas, cimbrada por golpes de Estado como el de Honduras, desgarrada por la violencia de las Maras y desertada por su pueblo.

Los orígenes del mal son complejos pero podrían remontarse a hace 500 años cuando “(…) el dicho Pedrerías entró en aquella tierra como lobo hambriento”. Porque según Bartolomé de las Casas, Pedro Arias de Ávila, cabeza de una expedición al Istmo en 1514 y gobernador del Darién, primera colonia española continental, “(…) hizo tantas y tales matanzas y estragos, tantos robos y tantas violencias y crueldades (…) despobló más de cuatrocientas leguas de tierra, que es desde el Darién donde desembarcó, hasta la provincia de Nicaragua, la tierra más poblada, y rica y feliz del mundo”.

Habría, quizá, que atemperar la exaltación de Morley y hasta la inquina de Fray Bartolomé, pero lo cierto es que la región ha sido víctima de sucesivas conquistas militares y económicas que terminaron implantando una expoliadora agricultura de enclave y cavando un tajo interoceánico que es herida y maldición; todo administrado por obsequiosos personeros del imperio y apuntalado por ominosas incursiones armadas.

Centroamérica es tierra de volcanes, terremotos y huracanes, es tierra de conquista y opresión, pero es también tierra de magnas hazañas civilizatorias. Y no sólo en el pasado remoto. Las proverbiales “repúblicas bananeras” han sido escenario de proezas culturales y libertarias consumadas por hombres de letras, como Darío y Asturias; por hombres de utopías, como Sandino y Farabundo Martí, y sobre todo por centroamericanos de a pie que han hecho de angostura geográfica, estrechez económica y apretura política un reto a la invención artística, a la creatividad social y a la imaginación política.

Para su fortuna o su desgracia, la cintura del continente no sólo es propicia a los cultivos de plantación y la ganadería, también posee recursos estratégicos: petróleo, gas natural, uranio y minerales no metálicos, mantos de valiosa agua subterránea, ríos de alto potencial hidroeléctrico, bosques y selvas maderables, potencial pesquero de agua dulce y salada. Y sobre todo biodiversidad: profusión de flora, fauna y microorganismos, con frecuencia endémicos. Además, su feraz naturaleza y densa historia la hacen atractiva para el turismo. Y sin olvidar que por su ubicación el Istmo es insoslayable corredor del comercio que fluye de la costa oeste de Estados Unidos al Pacífico, evitando Los Apalaches y Las Rocosas.

A la seducción que todo esto ejerce sobre ciertos capitales, hay que agregar que la región es vital para Estados Unidos en la perspectiva geopolítica de cerrar la pinza sobre el Golfo de México y el Caribe.

La América de en medio ofrece variedad de posibles rentas: recursos excepcionales del subsuelo y de la biosfera; clima, paisaje, cultura e historia comercialmente valorizables; ubicación estratégica para el mercadeo global tanto de mercancías legales como de productos ilegales; servicios productivos y a la población, ya privatizados o privatizables; pueblos desamparados y ansiosos de empleo… Sin olvidar lo más importante: una mayoría de gobiernos predispuestos y solícitos.

Y como al capital le interesan más las rentas de monopolio que las posibilidades de inversión competitiva, la región es escenario de pugnas entre piratas y corsarios del gran dinero. Se dirá que cualquier inversión es mejor que el éxodo resultante de la falta de ocupación, de ingresos, de futuro. Tesis dudosa, pues la nueva colonización está resultando tan expoliadora como las anteriores. Centroamérica necesita desarrollo, no saqueo.

A la maldición de ser botín del imperio se agrega la de tener como vecino a un México prepotente y desafanado que si antes mostraba poco interés en los pobres del barrio, desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se volcó del todo hacia el norte. El problema son nuestros gobiernos, sí, pero también un pueblo carente de definiciones identitarias claras. Si para los estadounidenses Sudamérica empieza en el Río Bravo y para los centroamericanos Norteamérica empieza en el Suchiate, los mexicanos estamos en el limbo. Geográficamente somos en parte Norteamérica y en parte Centroamérica, para nuestros gobernantes estamos llamados a ser la provincia más equinoccial de la Norteamérica yanqui, y en la percepción de los centroamericanos somos un big brother hostil y persecutorio que devino cancerbero del imperio.

Si para los centroamericanos, todos, México es tierra hostil; para los migrantes en tránsito a Estados Unidos, es extenuante viacrucis. Traspasar la frontera sin documentos es ser hostigado, detenido, arrollado por el tren, extorsionado, robado, secuestrado, torturado, violado, asesinado… El 25 de agosto de 2010 se conoció la masacre de 72 centroamericanos en San Fernando. Pero en Tamaulipas y otros estados, las agresiones son permanentes y ocurren con la complicidad de las autoridades. Hace poco tres centroamericanas fueron detenidas por policías municipales de Reynosa, que las entregaron a miembros del grupo delincuencial conocido como Los Zetas, quienes las violaron y extorsionaron. Al ser liberadas, se presentaron ante funcionarios del Instituto Nacional de Migración (INM)… que las “vendieron” de nuevo a Los Zetas. Y lo mismo en Tabasco: se sabe que en Tenosique el jefe de Los Zetas intercambia con los funcionarios del INM a los migrantes secuestrados “balines” (que no pueden pagar su rescate) por otros detenidos cuyas familias tengan con qué…

Según la guatemalteca organización no gubernamental Mesa Nacional de Migraciones, todos los años entran a México en promedio 400 mil centroamericanos. Las cifras del INM son menores, pero aún apabullantes: calcula que en 2009 entraron 250 mil, de los cuales 64 mil fueron detenidos y repatriados. La mayoría hondureños, guatemaltecos y salvadoreños.

Hubo un tiempo, cuando el auge de las guerrillas, que gran parte de los que emigraban de Centroamérica a México eran refugiados de guerra. Pero hace dos décadas empezaron a cruzar los jóvenes combatientes desmovilizados a resultas de los acuerdos de paz de El Salvador; del fin de la guerra entre sandinistas y contras, en Nicaragua, y del desmantelamiento de las bases militares de Estados Unidos en Honduras. Hoy el éxodo se alimenta de los damnificados por huracanes, las víctimas de los desastres económicos y los que escapan de la violencia política y social. Todos seducidos por los cantos de sirena del “sueño americano” que ni el estruendo de la reciente recesión pudo silenciar.

Antes, el flujo humano era operado por “polleros”, hoy bandas de narcotraficantes de diversificada actividad delincuencial, como Los Zetas, se han apoderado también de este negocio y en ocasiones reclutan como operadores a los viejos facilitadores de la trashumancia. Y la mudanza es lesiva, pues los sicarios del narco no sólo trafican con personas, también las reclutan forzadamente, las emplean como portadores de droga, las secuestran para extorsionarlas y con frecuencia las torturan y asesinan. En esto son cómplices algunos maquinistas del tren conocido como La Bestia, que se detienen en lugares convenidos con los delincuentes, y también los empleados de las compañías de remesas que hacen efectivos a una sola persona decenas de envíos que en realidad son pagos de rescate.

Según Óscar Martínez, autor de Los migrantes que no importan, la generalización de este delito se debe a que en vez de secuestrar a un empresario por el que se puede obtener un gran rescate, pero por el que se movilizará la policía, es mejor secuestrar a 40 indocumentados que pagarán alrededor de mil 500 dólares cada uno, y por quienes ninguna autoridad se va a preocupar. Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, “la cifra de víctimas (de secuestro) podría ser de 18 mil al año” y dado que según la misma instancia cada uno paga entre 500 y cinco mil dólares, el negocio deja una ganancia anual del orden de 50 millones de dólares.

Y ese es el problema: los “hermanos” centroamericanos son asaltados por Los Zetas; por las Maras; por policías municipales, estatales y federales; por agentes del INM y por soldados. Sobre la responsabilidad del gobierno mexicano hay pocas dudas. En el VI Informe sobre la situación de los derechos humanos de las personas migrantes en tránsito por México, realizado por varias organizaciones no gubernamentales, entre ellas Belén Posada del Migrante, después de documentar los hechos, se concluye que “es clara la colusión del INM y de la Policía Federal con Los Zetas”.

El 27 de diciembre pasado el gobierno de Guatemala se manifestó “consternado ante las constantes violaciones a los derechos humanos de los migrantes que transitan por territorio mexicano”, y el vicecanciller chapín sostuvo que “los actos hostiles y a veces delictivos en contra de la comunidad migrante no son aislados, sino una práctica sistemática”.

Como pueblo, los mexicanos no podemos permanecer pasivos ante el genocidio de la Mesoamérica peregrina. Pero el compromiso verdadero con esta causa es parte de una definición mayor. Para el país optar entre el Norte y el Sur ha sido siempre una disyuntiva histórica. Elección más insoslayable ahora, cuando la gerencia de la nación mira hacia Estados Unidos anhelante y obsequiosa.