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Ver día anteriorDomingo 20 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Wikileaks: el miedo y la vergüenza del imperio
L

o peor –escribía Emile Cioran– es el miedo a la vergüenza.

Después de que Wikileaks ha publicado más de 250 mil cables diplomáticos estadunidenses, los comentaristas políticos en todo el mundo subrayaban que Estados Unidos ha sido avergonzado, humillado y hasta puesto de rodillas; a menudo añadían que en Washington reinaba furia y miedo.

Es sin embargo de dudar si Estados Unidos ha sentido realmente alguna vez el cioraniano miedo a la vergüenza: la manera en que desde hace siempre ha llevado a cabo la política utilizada en su patio trasero lo contradice; es de dudar, también, que si hoy en día fuese poseído por alguno de estos sentimientos por separado.

Quizás los únicos avergonzados ahora son los que pensaban que la diplomacia y la política se hacen de manera más sutil; los que creían que –parafraseando a Bismarck– las salchichas se hacen con la carne de primera calidad. Pero mirando desde la perspectiva de la Realpolitik –que no necesariamente significa una mirada desde las cimas del cinismo– las revelaciones de Wikileaks tienen una ambigua capacidad de sembrar miedo tanto en Washington como en las capitales de sus adversarios.

Por ejemplo, ya que la parte fuerte del paquete está dedicada a Irán, que según la diplomacia estadunidense ya casi tiene una bomba atómica, y que dispone de cohetes capaces de alcanzar a la Europa occidental, esta filtración parece como si fuera diseñada para hacerle llegar a la opinión pública mundial un mensaje cuasicatoniano de que Teherán tiene que ser bombardeado. Este efecto ha sido reforzado de hecho por la prensa de Estados Unidos que después de haber consultado a la Casa Blanca censuró los cables que ponían en duda la sola existencia de aquellos cohetes.

La lectura de los mensajes de las embajadas estadunidenses en América Latina deja una impresión parecida: gracias a estos leaks Estados Unidos logra posicionar frente a la opinión pública los temas que más le importan y que ya desde hace tiempo intentaba, con mayor o menor éxito, filtrar: las notas diplomáticas revelan, por ejemplo, que Estados Unidos está preocupado por las actividades de las células terroristas en la región de la Triple Frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay, o por los profundos nexos entre Venezuela, Cuba e Irán, y que hasta se preocupó por la salud mental de Cristina Fernández de Kirchner. A pesar de que es sabido que lo que verdaderamente le preocupa a Washington en la Triple Frontera son la biodiversidad y los enormes recursos de agua, después de haber traducido estas revelaciones al lenguaje mediático ya tenemos informaciones de que allí está Al Qaeda, o de que Venezuela está siendo gobernada por espías cubanos, que en las minas de uranio venezolanas en vez de mineros trabajan expertos iraníes y que ‘la presidenta de Argentina es una loca’.

Los pocos cables latinoamericanos que dejan al rey desnudo (o semidesnudo), como el que demuestra un desconocimiento completo de la política interna de Bolivia o el que contiene análisis de la embajada en Tegucigalpa que apunta a una ilegalidad total del golpe de Estado en Honduras (que suponía una constitucionalidad y que Washington luego legalizó de facto), se quedan insoportablemente cortos: ¿de verdad no hay nada más que revelar acerca de la complicidad de Estados Unidos en aquel coup d’état?

Todo eso no quiere decir que uno tiene que ser paranoico, como si recién saliera de la función de Ghost Writer, última película de Roman Polanski que narra las manipulaciones de los servicios secretos estadunidenses. Eso quiere decir que para leer las filtraciones de Wikileaks se necesitan sujetos políticos independientes, con fuertes convicciones éticas, para resaltar su verdadero contenido; si no, el modo de su lectura nos será sugerido.

El desacuerdo y el disenso –cómo nos enseñó Antonio Gramsci– son elementos críticos en la creación de la hegemonía. Y qué mejor ocasión para disentir un poco del imperio que leyendo estas espectaculares revelaciones, para que luego todo siga igual.

Lo peor, en este sentido, sería si las filtraciones de Wikileaks le ayudarán a Estados Unidos a preservar su dominio imperial, ejerciendo por ejemplo sus presiones geopolíticas. Sólo de nosotros depende si ellos sentirán un verdadero miedo y una verdadera vergüenza, que deberían sentir.

*Periodista polaco

Enlaces:

Los cables sobre México en WikiLeaks

Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks