Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de marzo de 2011 Num: 837

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
RicardoVenegas

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Cartas de Carlos Pellicer
Carlos Pellicer López

El animal del lenguaje
Emiliano Becerril

Los ojos de los que no están
Raúl Olvera Mijares entrevista con Benito Taibo

Cézanne, retrato del artista fracasado
Manuel Vicent

Creador de sueños
Miguel Ángel Muñoz

Un inspector de tranvías
Baldomero Fernández Moreno

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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Lo que hay que ver

Más sobre Presunto culpable

El pasado miércoles 16, cuando esta columna fue escrita, seguían retorciéndose las líneas del sainete jurídico en el que se ha convertido la exhibición pública del documental Presunto culpable. A reserva de que haya sucedido algo relevante al respecto desde entonces, la situación es la siguiente: la misma juez que primero prohibió que Presunto... fuese exhibido, ahora dice que sí puede exhibirse, pero que debe “camuflajearse” –es la palabra que ella usó– el rostro, así como alterarse la voz de Víctor Manuel Reyes, es decir el testigo de cargo en el juicio que se documenta; es decir el quejoso de que su imagen pública y su “buen nombre” han sido dañados; es decir el sujeto que mintió deliberadamente en un juicio previo, no grabado por nadie, y que luego se desmintió a sí mismo, él solito, en el juicio que podemos ver gracias a Presunto culpable; es decir alguien que testificó en falso, incriminando vaya usted a saber por qué razón a otra persona y que, por lo tanto, debería ser demandado, enjuiciado, hallado culpable y sentenciado. Ahora resulta que la buena imagen pública de este difamador autoconfeso es más importante que todo lo demás.

Para más pormenores, remítase el improbable lector a las notas del referido miércoles 16, verbigracia la de la reportera Ivett Salgado en ¡Hey! de Milenio, páginas 8 y 9, así como de La Jornada, página 7a de la sección Espectáculos, firmada por Jorge Caballero y Laura Poy. Ya en ésas, eche un ojo al artículo de Javier Aranda Luna, en la página 6a de la misma edición, “Presunto culpable o el proceso de Joseph K”, y sobre todo a la carta que el muy admirado Fernando del Paso publicó en el Correo Ilustrado –misma que este sumaverbos suscribe íntegra.

La industria del reciclaje

Por desgracia no es infrecuente: la cartelera cinematográfica comercial es pobre y mala en su abrumadora mayoría. Salvo, quizá, Invierno profundo (Winters Bone, EU, 2010), de Debra Granik, así como la chilena La nana (2009), de Sebastián Silva, el resto da franca pena. Otra invariancia es la sempiterna sobrerrepresentación del cine estadunidense: de veintitrés filmes disponibles, el setenta por ciento, es decir dieciséis, son gringos. Los acompañan dos suecos –uno de ellos el bastante fallido y previsible Milenium 2, otro una cinta de terror chistosísima, titulada Salmo 21 y rebautizada con suprema creatividad Herencia diabólica–, la muy inflada por Oscarito The King’s Speech, que es coproducción Inglaterra-Australia; una francamente infumable coproducción danesa-alemana que bien puede pasar por estadunidense, titulada Bailando con Barry, cuyo protagonista de animación es una lombriz, así como dos mexicanas dos: el archimencionado documental Presunto culpable, ya en su cuarta semana de exhibición interrumpida ya se sabe por qué jurídicas razones, y la de lamentable título Perras (Guillermo Ríos, 2009), de la que luego se hablará en este espacio.

Volviendo a las regurgitaciones de la quesque Meca del cine, no hay ni pa dónde hacerse entre exorcistas reciclados –“juay de rito”, le preguntó a Anthony Hopkins el inefable seudotícher que cree, nomás él, saber hablar inglés y ser algo más que un dislálico lector de teleprompt de lunes a viernes a las diez y media de la noche–; indigeribles abuelas peligrosas recicladas por tercera ocasión; invasiones extraterrestres hiperdestructivas recicladas ahora en la cuidad de Los Ángeles; recicladas animaciones, viejas por más que realizadas con tecnología nueva, de osos estúpidos y robadores de canastas de picnic en un parque nacional –o séase gringo, claro–; nuevos chicos en el pueblo –para ir acorde con los tiempos que corren, entreguistas y desprovistos hasta de la idea misma de soberanía nacional, mejor diga niuquidintaun–, ahora reciclados en camaleones feos y pendejos, y así y así.

Hilo tibio y agua negra, o al revés: para ver alguna película que no dé grima, es preciso apersonarse en las instalaciones de la Cineteca Nacional, el circuito universitario de cine, Cinemanía y ahora también la Casa del Cine, esta última en el mero Centro Histórico de Ciudad de México. Para quitarse el pésimo sabor de boca de  los amigos con derecho que tienen un despertar glorioso y piden que nunca me abandones porque soy el número cuatro, en los citados recintos puede uno ver, por ejemplo, El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas (2010), del tailandés Apichatpong Weerasethakul, o bien, dentro de la retrospectiva del mítico Nagisa Oshima, el estupendo Tratado sobre canciones obscenas japonesas, filmado en 1967.