Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de marzo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El modelo Cuetzalan
L

ibre de toda atadura, sea legal, social o cultural, el capital domina, impone, arrasa, se expande y se multiplica, explota al trabajo humano o al de la naturaleza, y termina expresando con precisión el sentimiento de sus progenitores: la ambición insaciable, el deseo obsesivo de poder. Su mercado es una fuerza voraz, una inundación indetenible, incapaz como proceso de autorregularse (cibernéticamente conforma una retroalimentación positiva, termodinámicamente, una entropía). Todo aquello que Marx describió hace más de siglo y medio durante el nacimiento del capitalismo, se cumple hoy con pasmosa exactitud, aunque en una magnitud sobrecogedoramente mayor. La codicia es tan descomunal, que los capitalistas unidos matarían a Dios o destruirían al planeta entero si ello fuera rentable. En suma, no es el ser humano, ni siquiera la civilización moderna, sino su motor, el capital, la causa última de las crisis actuales. Es la acumulación progresiva de esta irracionalidad, la que ha dado lugar a una civilización suicida, a un gigantesco experimento autodestructivo, a un proceso carcinógeno en el cuerpo entero del planeta.

No hay mejor dimensión para corroborar lo descrito que el espacio, es decir, los territorios en sus diferentes escalas y, muy especialmente, las regiones. Ya innumerables estudiosos, entre los que destaca el geógrafo brasileño Milton Santos, han revelado cómo la configuración y el comportamiento de las regiones, sus morfo-fisiologías, resultan del encuentro o del conflicto entre las fuerzas económicas del capital y las fuerzas sociales que se le resisten. Pero he aquí que existe además un árbitro dedicado a atenuar o darle solución a esta conflictividad, que por cierto siempre es de carácter doble, social y ambiental: el Estado. Por ello, todo territorio será siempre un espacio en equilibrio o en desbalance, sano o enfermo, vigoroso o al borde del colapso, resultado del juego de fuerzas entre el poder económico (el capital), el poder político (el Estado) y el poder social (los ciudadanos organizados).

A estas alturas del partido, nadie puede afirmar seriamente que los gobiernos del mundo, sean de derecha, centro o izquierda, estén actuando de manera imparcial en el juego de poderes y, mucho menos, que estén orientando las partidas hacia el fortalecimiento del poder social o ciudadano. En su fase corporativa y global, el capital ha doblegado, penetrado, corrompido, con muy escasas excepciones, a los poderes políticos contemporáneos. En la dimensión espacial, este hecho se expresa en la sujeción más o menos completa del trabajo humano a los intereses del capital y, lo que es más importante, en la alteración, dislocamiento y colapso de los procesos de la naturaleza. Todo ello sin que los estados hagan mayor cosa por evitarlo. En las regiones, lo que bajo las dinámicas tradicionales se mantenía en un cierto equilibrio, bajo los nuevos mandos del capital se vuelve un franco desorden. El movimiento natural de las aguas se ve afectado por el agotamiento de los manantiales o la obstrucción, la contaminación o el sobre uso, y lo mismo sucede con la reposición de los suelos. A escala regional los ciclos se dislocan y los paisajes pierden su equilibrio, dando lugar a fenómenos imparables de deterioro. Con ello los recursos que sostienen a las sociedades locales se ven disminuidos e incluso agotados, convirtiendo al mundo en un gigantesco escaparate de millones de pequeños territorios donde la irracionalidad social y ambiental, al irse acumulando, dan lugar a afectaciones globales cuyo efecto final es el calentamiento del planeta.

México es, por desgracia, un ejemplo notorio de la doble destrucción, social y ambiental, de los territorios. Hoy, el mapa de la República es un vasto escenario de batallas entre las fuerzas ciudadanas y los cientos de proyectos mineros, hidráulicos, energéticos, turísticos, agrícolas, forestales e incluso biotecnológicos (los cultivos transgénicos) que buscan implantarse sin considerar sus efectos sociales y ambientales. A ello contribuyen, con diferentes matices y con honrosas excepciones, los gobiernos en sus tres escalas (federal, estatal y municipal). ¿Existe alguna forma de resistir e incluso de remontar esta situación?

Los habitantes del municipio de Cuetzalan, en la región indígena y cafetalera de la sierra Norte de Puebla, en conjunto con sus organizaciones sociales y productivas y con investigadores de la Benémerita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), han mostrado el camino. Al realizar un ordenamiento ecológico (OE) de su territorio de carácter participativo, han dado un paso fundamental para lograr el control social de los recursos de su región, amenazados por los intereses de grandes hoteles, proyectos de desarrollo, partidos políticos y empresas multinacionales (como Wal-Mart). Los OE han surgido en buena parte de los países como un instrumento de política ambiental, y tienen la virtud de establecer de manera legal los usos permitidos, factibles y restringidos de un cierto espacio. Adoptados como medios de la lucha ciudadana, adquieren además un efecto político mayor, porque expresan aspiraciones, intereses, historias y esperanzas de la gente local, además de ponerle candados a las orgías del capital.

Cuetzalan, y varios municipios aledaños, han llamado la atención nacional e internacional por sus experimentos sociales de vanguardia. Ahí ha prosperado durante tres décadas la organización nahua Tosepan Titataniske, hoy convertida en un consorcio de cooperativas. Ahí también han proliferado numerosas organizaciones sociales, las que en 2009 unieron sus fuerzas para evitar un mega-proyecto turístico. Y esta unión regional ciudadana fue la que indujo el ordenamiento ecológico, al cual se sumó el ayuntamiento. En menos de un año los investigadores de la BUAP, utilizando la tecnología satelital, levantaron mapas, hicieron consultas mediante talleres y reuniones (participaron unas mil personas) y produjeron el ordenamiento. El 15 de octubre de 2010, en sesión solemne y abierta de cabildo, fue aprobado el OE del municipio, y el 3 de diciembre publicado en el Periódico oficial del Gobierno Constitucional de Puebla. Todavía en enero de este año quedó además inscrito en el Registro Público de la Propiedad. Hoy todo proyecto o iniciativa, interna o externa, está obligada por ley a respetar los lineamientos del ordenamiento, es decir, a respetar las vocaciones naturales de cada fragmento del territorio. La ciudadanía ha impuesto democrática y legalmente sus intereses; ha tomado el control de su casa. En la era de la información y la comunicación, de la ciencia, la democracia y del riesgo industrial, construir el poder social en regiones como Cuetzalan es ordenar el territorio, combinar el conocimiento técnico y científico con el saber popular, y ponerle un alto a la expansión desbocada del capital. Para salvar al país, hay entonces que crear dos, tres, 20, cientos…miles de Cuetzalan, multiplicar un proceso gradual pero seguro en estos duros tiempos de la globalización perversa y de la peligrosa destrucción planetaria inducida por una civilización exótica.