Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de marzo de 2011 Num: 838

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Salvador Elizondo:
el último proyecto

Roberto Gutiérrez Alcalá

Nobody
Febronio Zatarain

Arto Paasilinna:
el revire finlandés

Ricardo Guzmán Wolffer

Frutos de la impaciencia
Ricardo Yáñez entrevista
con Ricardo Castillo

La Tierra habla
Norma Ávila Jiménez

La brevedad en el
tiempo postmoderno

Fabrizio Andreella

Metafísica de los palillos
Leandro Arellano

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Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
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Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

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Cabezalcubo
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Juan Domingo Argüelles

Estratos, el nuevo libro de Óscar Oliva

Octavio Paz escribió: “La poesía de Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1938) me recuerda la de Éluard, no por el erotismo sino por la limpidez: edificios verbales hechos de aire.”

Hace nueve lustros, al destacar la obra del entonces joven poeta (Óscar Oliva tenía treinta años), Paz se refirió a la inventiva y la experimentación de una poesía que incorporaba a la lírica mexicana ciertos elementos que le estaban faltando: la rabia, la fuerza, la osadía.

Apenas el año pasado se cumplió el medio siglo de la aparición de la primera colección poética de este autor: La voz desbocada (1960), incluida en el volumen colectivo La espiga amotinada. A lo largo de estos cincuenta años, Oliva ha seguido construyendo una obra que ha reunido en el volumen Trabajo ilegal, título simbólico y emblemático de lo que ha sido y es su poesía: el trabajo al margen.

Es autor también de Lienzos transparentes (2003), libro sobre el cual afirmó:  “Aquí hay un testimonio dicho desde las entrañas, es un libro que nace del deseo no de escribir poemas, sino de uno que dé cuenta de la memoria de este tiempo.”

Estratos, su nuevo libro (México, Aldus, 2010), es una obra de madurez: el sólido quehacer de quien ha rebasado los setenta años de edad –de los que ha dedicado más de medio siglo a la poesía–, y hoy entrega a los lectores un canto decantado, pulido y brillante, rodado por la corriente de la emoción y la experiencia. Verso y prosa dialogan en estas aguas, en estas páginas.

Es el libro de quien ya no puede detener ni contener el torrente del río verbal y que, en plena madurez, más que concluir, empieza: retorna al principio, porque, tal y como sentencia en sus páginas, “la montaña no ha dejado de repetir/ años después nuestros gritos”, y porque, hoy que “la canción es de nadie” y “nadie da voz a nadie”, es necesario no parar, no detenerse, no caer ni contenerse.

La delicadeza de ciertas imágenes dialoga, en contrapunto, con la rudeza de una terrible realidad: “Como las hojas del árbol dormido/ oirás el agua que corre en el árbol/ como una flor en el calor del sueño.” Pero también: “aprendí muchas cosas pero no a buscar/ se mutiló el aprender en cada buscar/ en cada asesino que cargué/ en cada puerta del lavatorio que cargué/ en el llanto no visto/ sin cabeza/ cubierto/ con otra cabeza”.

Si el joven poeta Óscar Oliva alzó su voz desbocada en medio del desastre y el estado de sitio, el poeta maduro, hoy, mira a su alrededor y vuelve a ver el desastre, las cabezas cortadas, la desolación, y otra vez vuelve a sentir el anónimo dolor de todos y de nadie.

Más allá del tiempo, la poesía sigue siendo música necesaria, urgente, imprescindible lo mismo que ineludible testimonio de los anhelos y la desdicha de estar vivos o, para decirlo con las propias palabras del poeta, “una forma de resistencia para preguntar qué mundo está por nacer”.

Estratos, como su nombre lo indica, es un libro hecho de capas, de sedimentos líricos y orgánicos (“que venga el agua/ inunde el bosque/ con pocas palabras/ escribir que venga/ el agua siempre”), pero también admite una lectura más allá de la tierra, a la altura de las nubes, en los estratos aéreos que se reflejan en el agua: “nos dormimos las nubes/ bajo el agua dormida/ y las cicatrizamos”.

La poesía, siempre, de algún modo, es biografía. Y este libro de Óscar Oliva es biografía deliberada: libro que rumia el padecer del mundo, pero también, y yo diría que sobre todo, la zozobra íntima que se vuelve metáfora del dolor de todos. Escribe el poeta: “¿Quién envejece más rápido, Tuxtla o yo? Leo que el poeta Eisai, sabía exactamente en qué momento le llegaría la muerte. Debo decidir responder o seguir leyendo. El canto fúnebre de la piel vieja me llega a la nuca y no tengo más remedio que sentarme erguido, terminar de escribir. Muy rápido. Muy temprano. Borro, vuelvo a teclear. Allá abajo, algo que no va a perdurar. Como los aeropuertos del siglo XX.”

Leído entre líneas, Estratos (con otros fragmentos, como es el título completo), es el libro más íntimo y personal de Óscar Oliva. Un libro desgarrado como este tiempo con fisuras que nos ha tocado vivir y en donde no sabemos “cuándo dar vuelta en U, cuándo meter el freno a fondo, dejar de escribir, leer, dejar de llegar”.

Y, a pesar de todo, una cosa sabe el poeta: el lugar que le corresponde. De ahí que haya dicho:  “Estoy en el sitio que he escogido para entablar mi personal diálogo con la existencia; para continuar el relato donde algo se gesta y se destruye; para concluir con el asunto de estar vivo”